Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de mayo de 2024Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Las derechas mexicanas y El nombre de la rosa
C

uando Umberto Eco publicó su novela El nombre de la rosa, sobre una abadía medieval donde se perpetran asesinatos intrigantes, buscó darle con ese título un aire misterioso, porque la rosa es una figura de tantos significados (estéticos o religiosos) que, al evocarla, el lector queda dudoso, necesitado de saber cuál es el sentido concreto al que alude.

Quizá sin proponérselo, cierta derecha en México, ya en el siglo XXI, también trató de dotarse de misticismo cuando, en noviembre de 2022, convocó a una movilización que después se llamaría marea rosa y su objetivo sería algo tan nebuloso como la defensa de la democracia. Sin agenda concreta y sin una desventaja colectiva qué denunciar (como suelen hacerlo los movimientos sociales), la marea se definió con una serie de preceptos que, más que una identidad política, parecían autoengaño: se autonombró ciudadana –para disimular la vena partidista desprestigiada de muchos de sus organizadores– y pugnó por la defensa del INE, cuyo color distintivo adoptaron, aunque muchos de sus protagonistas (Claudio X, Fox, Madrazo, Elba, Calderón, Zavala) fueran históricos exponentes de la trampa electoral.

Muchas veces, la esencia de una organización se nota no en lo que dice, sino cuándo lo dice y a quién apuntala. De ahí que fuera claro desde su origen que dicha marea, pese al disfraz rosáceo, era un intento de articular mejor la coalición Prianrd con el sector social opuesto al gobierno de López Obrador, de cara a 2024. Nunca hubo misterio, aunque sí simulación.

Año y medio después, los integrantes de la marea se aclaran a sí el sentido del misticismo rosa: el domingo pasado, abanderaron como propia a la candidata de la coalición Prianrd, Xóchitl Gálvez, quien, a su vez, igual que la marea rosa, blande una ambigüedad ideológica que en el fondo no es una confusión, sino una nueva simulación. En su faceta de precampaña, los promotores de Gálvez enfatizaron su presunta militancia troskista de juventud y su actitud en favor de los derechos de las mujeres y programas de bienestar.

El desmedido entusiasmo de la comentocracia opositora por Gálvez era entendible: querían ver en ella un producto milagro de fachada progresista, con esperanza de que ello arrebatara base al obradorismo y la tornara en una candidatura competitiva. Pero, al igual que pasó con los protagonistas convocantes de la marea rosa, hay ciertas compañías que en vez de arropar el objetivo que se busca, desnudan los defectos propios.

Y, en ese sentido, Gálvez terminó como una candidata zigzagueante, que grita que mantendrá programas sociales, mientras un partido que la postula los votó en contra y gente de su entorno, como Fox, los desdeñan. Gálvez blande un presunto discurso feminista en campaña, mientras en enero pasado buscó sentarse con personeros de la extrema derecha marginal mexicana, como Eduardo Verástegui. Gálvez expone una supuesta crítica a la militarización, mientras en su seno abundan los resabios del calderonismo inescrupuloso (como su coordinador Max Cortázar). En fin, Gálvez, igual que la marea rosa, pretende disimular el protagonismo de derechas de su campaña con un discurso liberal impostado, que en el fondo no busca atraer electorado progresista, sino ocultar su metamorfosis. La presunta troskista de 2023, a fuerza de reciclar al equipo sucio del PAN en 2006 y blandir el gusto por la mano dura, se reveló de la derecha. O se calderonizó.

El tercer y último debate presidencial celebrado el domingo pasado –igual que la tercera marcha de la mare a rosa–, dio cuenta de ello. Gálvez salió –como futbolista marrullero que busca lesionar y no detener al delantero contrario– a emitir golpes bajos a la candidata puntera, Claudia Sheinbaum, quizá siguiendo el guion de hacer guerra sucia en serio recetado por Jorge Castañeda (comentarista que, curiosamente, se siente estratega notable pese a su nutrido currículum de fracasos electorales, sea como asesor o por sí mismo, como intentó en 2004).

De los ataques (rasgo de las derechas latinoamericanas en campaña) pergeña-dos por Gálvez, sobresalen dos: la acusación de que a Sheinbaum la abandera un narcopartido y que usó una prenda con la Virgen de Guadalupe sin ser creyente, para imputarle hipocresía.

La campaña del Prian de acusar a AMLO y Morena de nexos con el narco carece de sustancia empírica y lleva meses en una cara campaña artificial en redes sociodigitales, práctica de las derechas más sectarias de América Latina, como señaló el analista Julián Macías al estudiar el caso mexicano y el Golpe en Bolivia en 2019. Acusar de hipocresía con símbolos religiosos parece un intento de Gálvez de quedar bien con el electorado más conservador, para el cual la anécdota puede ser relevante. Ambas son acusaciones reveladoras porque quien señala a la ligera a otro de narco parece no querer competirle, sino jugarle a la mala (aunque tenga a personajes como García Luna en el clóset). Es ahí donde anida la alerta. Porque la marea rosa, aunque se disfrace liberal, entraña sectores duros del conservadurismo y la nómina más oxidada del Prian, que –sea con desa-fueros, fraudes o campañas sucias– han mostrado débil compromiso democrático como gobernantes… pero también como oposición, en un color renegrido donde, como en la novela de Eco, de rosa ciudadano sólo les queda el nombre, no la esencia.

* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional