niciemos hoy con las características de la llamada economía heterodoxa, la de autores como Dani Rodrik, Jean Kregel, Randal Wray, Joseph Stiglitz, James Galbraith, Gerald Epstein, Robert Pollin, Duncan Foley, Anwar Shaik, Michael Roberts, Guglielmo Carchedi, Paul Davidson, Ben Fine, Cyrus Bina, Fred Moseley, entre otros.
Y en México, también entre otros, Alicia Girón, Arturo Huerta, Carlo Panico, Santiago Capraro, Luis Daniel Torres González, Gustavo Vargas y Alejandro Valle, de nuestra UNAM.
Todos en alguna de las vertientes reconocidas como críticas al pensamiento neoclásico dominante: institucionalistas, economía social, marxistas críticos, postkeynesianos.
Precisamos estudiarlos a fondo en nuestra UNAM, para fortalecer y profundizar su visión y sus propuestas críticas, así como la formación teórica crítica de nuestros estudiantes.
Más todavía, al reconocer el vacío estratégico y la bajeza de miras evidenciado en la sucesión, ¡para impulsar sus aportes a la lucha contra la desigualdad!
Supone conocimiento cuidadoso y crítico de la ortodoxia, del mainstream, siempre recordando al brillante Samuelson, quien aseguraba en 1955 que casi todos los economistas estadunidenses dejaron de ser keynesianos
o anti-keynesianos
… y se orientaron hacia una síntesis de lo que consideraban valioso en la economía más antigua y en las teorías modernas de la determinación del ingreso.
Lo denominó neoclásico, pensamiento que llegó a ser aceptado en sus líneas generales por estudiosos de las extremas izquierda y derecha –Samuelson dixit–, y que suponía la imposibilidad de lograr pleno empleo, bajo el famoso “dejar hacer… dejar pasar”; pero que bajo algunos lineamientos de política monetaria y política fiscal, podría acercarse a las viejas aspiraciones clásicas de bienestar social. Sí, de pleno empleo y adecuada distribución del ingreso.
Pues bien, estas ideas dominan las política públicas de hoy, incluso de gobiernos autodenominados críticos o de izquierda. El nuestro incluido.
Lo confiesa la Reserva Federal vecina, al afirmar que su preocupación central es tener una economía sana y una estabilidad financiera. ¡Cualquier cosa que eso signifique!
Pero los críticos insisten en la preocupación central: empleo formal bien remunerado. Y con él, alimentación, vestido, salud, seguridad social y física; así como educación, vivienda, combustibles y energía, transporte, cultura, recreación, deporte... sustentables.
Sin profundizar ni en la desigualdad ni en la catástrofe climática
–Ornela de Gasperin, del Instituto de Ecología de Xalapa, dixit–, hay una buena oportunidad, aseguran Dani Rodrik y Joseph Stiglitz ( Rethinking Global Governance: Cooperation in a World Power, marzo 2024), para quienes hoy se registra un punto de inflexión en las estrategias de desarrollo. ¡Ya no funcionan las del pasado! Menos las del crecimiento basado en la manufactura y las exportaciones (¡Atención al tan mencionado acríticamente nearshoring!).
Urge ingresar al mundo de las nuevas tecnologías, enfrentar la catástrofe climática y la reconfiguración de la globalización. Con un nuevo enfoque que enfatice dos áreas críticas: transición verde y servicios que absorban mano de obra.
Urge que las economías pequeñas y abiertas se aseguren de tener tipos de cambio competitivos y de guardar el equilibrio general entre oferta y demanda agregadas, sin dejar al país dependiente del capital extranjero, menos aún a corto plazo. Sujeto a paros repentinos
.
¿Objetivo? Máximo nivel de empleo y de remuneración.
Pero atención –advierten–, es preciso analizar el fracaso de muchos países ricos en recursos que siguieron las políticas del Consenso de Washington. ¡Nunca garantizaron una demanda agregada adecuada para mantener altos niveles de capacidad y empleo! ¡Ni desarrollo agropecuario e industrial!
Eso sí, estabilidad financiera, alabada por banqueros y financieros. ¡Por especuladores y ladrones!. ¡Y por políticos complacientes! De veras.