Opinión
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Tumbando caña

Prohibiciones musicales

L

a música ha sido la herramienta preferida de la humanidad para desafiar normas sociales, romper tabúes, derribar jerarquías y dar voz a los desfavorecidos. Pero en las hegemonías sociales y religiosas es más bien temida por su carácter emancipador. Es temida porque es poderosa. Una composición de Bach puede exaltar la espiritualidad del oyente con más eficacia que las palabras del orador mejor dotado; Mozart nos hace más listos; Elvis Presley y Los Beatles influyeron más en el cambio de la sociedad occidental con sus ritmos que cualquier filósofo con sus teorías; un himno sirve de catarsis colectiva para levantar una revolución o enfrentarse a un atentado atroz. Por eso siempre hay quien intenta controlar sus efectos.

Algunos ejemplos: el jazz y el swing fueron prohibidos en la Alemania nazi por ser un arte degenerado; el rock en Cuba fue perseguido porque se le consideraba penetración ideológica del capitalismo; Víctor Jara fue brutalmente asesinado porque su arma era la canción de protesta; el sátrapa de Turkmenistán, Saparmurat Niyazov, prohibió toda la música grabada en 2005; en Afganistán los talibanes aniquilaron cualquier tipo de manifestación musical, ya que se considera pecaminosa.

El Corán prohíbe tanto la fornicación como cualquier cosa que incite a ella. Así, se puede considerar pecaminosos el alcohol, la melena al viento de una mujer o una simple melodía.

Según se puede leer en Internet, en una web fundamentalista, la música y los instrumentos usados para acompañar el canto suscitan el deseo sexual.

Mahoma dijo: algunas personas de mi nación beberán vino, llamándolo con otro nombre, mientras escuchan a cantantes acompañados por instrumentos. Alá hará que la tierra se los trague y convertirá a algunos en monos y cerdos.

Frente a los que quieren ayudar a Dios a hacer realidad esa amenaza, hay posturas más sensatas, como la del egipcio Yusuf al-Qaradawi, uno de los más influyentes ideólogos del mundo musulmán, autor del libro Lo lícito y lo ilícito en el Islam, quien da un sentido metafórico a estas palabras: no serán monos y cerdos físicamente, sino en corazón y alma.

Y con ánimo de dar laxitud al tema comenta: entre los entretenimientos que pueden reconfortar el alma, satisfacer al corazón y refrescar el oído está el canto. El Islam lo permite bajo la condición de que no sea de forma obscena o dañina a la moral islámica.

Para demostrarlo, señala que el Profeta prohibió a Omar y Abu Bakr interrumpir y acosar a los que jugaban y los que cantaban (...) Esto prueba que es mucho mejor complacer a las mujeres y los niños con juegos, y de buen humor, que expresar desacuerdo con tales diversiones a causa de la piedad extrema y el ascetismo. Concluyendo, “el jurista Abu Bakr Al Arabi dice: ‘no se cuenta ni con un solo hadiz (ordenanza de Mahoma) auténtico sobre la prohibición de cantar’”.

Eso no quita que haya cantos que excitan las pasiones de la persona, la dirigen hacia el pecado, excitan los instintos animales y anulan la espiritualidad que deben evitarse para cerrar las puertas a la tentación.

En el mundo árabe permea la idea de que la música es empleada para difundir en los corazones y los espíritus ideologías y actitudes contrarias a los valores y a las enseñanzas islámicas.

Recuerdo el caso de dos bailarinas egipcias que fueron condenadas a seis meses de prisión por atentar contra la moral pública con un video. También fue sonado el de unos jóvenes iraníes que fueron sentenciados a 91 latigazos y seis meses de cárcel simplemente por bailar al son del Happy, de Pharrell Williams, en un video casero subido a YouTube.

Más allá del oscurantismo árabe, el fundamentalismo musical está presente en otros territorios. Tal es el caso de Mazatlán, Sinaloa, donde las bandas, por sentencia de ciertos empresarios hoteleros tienen prohibido tocar en playas y parques.

El tema ha causado una discusión social. Hay quienes afirman y comparten el punto de los hoteleros, diciendo que esta música es de mal gusto y debe regularse, y otros que consideran que Mazatlán vive las consecuencias de una gentrificación forzada.

Este acto de censura de una expresión musical auténtica, nuestra, da cuenta de un racismo y clasismo desmedidos y habla, al igual que en el caso árabe, de una desconexión con el mundo en el que vivimos.