ingún régimen político puede ser perfecto. No existe la solución ideal para el problema de la organización social; todas son de carácter subóptimo. El asunto se asienta en la naturaleza misma de la sociedad. La cuestión, en este contexto, es si se debe defender el caso de la democracia. Como toda empresa humana, la democracia es conflictiva, avanza y retrocede; se tuerce y se endereza. Es siempre una obra en construcción, con demoliciones posibles. Genera energía social y altos grados de entropía. Ahí donde existe la democracia debe preservarse, afinando de modo permanente su funcionamiento, puesto que la experiencia de cada sociedad, de cada nación y Estado es diferente, cambiante y flexible. También es proclive al secuestro, ostensible en muchas partes. El asunto a considerar es el que corresponde a dicha flexibilidad y las repercusiones de su fragilidad. Los límites de los arreglos posibles son muy diversos, pero, en todo caso, puede pensarse esta cuestión a partir de un arrimo a la noción matemática del límite como la aproximación a un punto concreto de una función. Dicha función está definida en última instancia por la estructura del poder.
En este sentido, debe atenderse el asunto de la competencia y el liderazgo políticos, del espacio de participación efectiva de la ciudadanía; primeramente, a la hora de manifestar su voluntad mediante el voto y, luego, teniendo la capacidad efectiva de cambiar de voluntad expresando sus demandas y quejas mediante un conjunto de acciones posibles cuyo ejercicio deben amparar las leyes, los derechos, las libertades y las oportunidades; unas sin las otras hacen a todas inválidas. La democracia dirigida, manipulada, reprimida, disfuncional o hecha a modo es una impostura, aunque se siga denominando de la misma manera.
Una cuestión que está permanentemente sobre la mesa es si la democracia tiene valor. Esta formulación tiene, ciertamente, un carácter retórico, pero puede afinarse si se expresa dando un paso de frente y cuestionando: ¿cómo se aumenta el valor de la democracia? Al parecer, estamos en una época en la que tal pregunta se ha vuelto especialmente controvertida, pero esencialmente relevante. Es verdad que todo régimen político es cuestionable desde el momento mismo en que se plantea su definición, se establece su estructura y, sobre todo, en cuanto se ejerce el poder.
Si la democracia es valiosa en sí misma, ¿cómo se hace para aumentar su valor para los sujetos que la viven, es decir, los ciudadanos? Esto entraña la diferencia esencial entre quienes ejercen el poder político y económico y sobre quienes se impone dicho poder. Es ese espacio el que está siempre en disputa. Y el caso es que no se resuelve únicamente por el mecanismo del voto, las elecciones recurrentes, las consultas, los plebiscitos y las encuestas. La democracia en muchas partes está claramente en entredicho o de plano suspendida.
La periodista brasileña Elian Brum ilustra la situación. Señala que en su país la democracia no es un valor absoluto, lo que achaca a que muchos no piensan que altere significativamente sus condiciones de vida. La situación tiene que ver con lo que considera el carácter selectivo que define a la democracia. Añade que pensar que es la economía y la mejoría de la situación material de la gente lo que define el voto y que enfocándose en ella se llega a gobernar y aun salir airoso está dejando de ser un factor decisivo. El hecho que está relevando ese criterio es el sentimiento de creciente inseguridad material que prevalece y al que se suma de modo cada vez más tangible la inseguridad física, el riesgo de la vida misma, generada por la violencia que se extiende notoriamente, la que proviene del Estado y de los grupos delictivos.
Brum acomete la cuestión con el caso de Jair Bolsonaro, quien sigue participando activamente en la política, aunque pretendió dar un golpe de Estado al perder las elecciones con Lula da Silva. Así lo han confirmado dos generales del más alto rango que formaban parte de su gabinete. Y seguidores tiene muchos, como se consignó en el ataque en Brasilia en enero de 2023, y se sigue mostrando en las concentraciones políticas que encabeza en contra del gobierno. Hay un elemento que expone Brum que apunta a las corrientes políticas antidemocráticas que tienden a expresarse de un modo similar en diversas partes, lo que no sería casual. Esto tiene que ver con la demanda cada vez más extendida de libertad, que no de democracia, entendida aquélla como la eliminación de leyes y derechos de quienes amenazan la frágil situación que dicen padecer los grupos que exhiben su sentimiento de inseguridad. Es muy oportuna esta consideración, pues tiene la misma esencia de los hechos perpetrados por seguidores de Bolsonaro en Brasilia y por los de Trump en el Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021. En el caso de Estados Unidos, hoy mismo se plantea la responsabilidad de tales hechos criminales de quien era presidente en funciones y ahora quiere volver a gobernar, lo que pone en entredicho hasta la Suprema Corte de Justicia. El asunto se ramifica, como lo muestra, por ejemplo, el conflicto en torno a la inmigración con la ley SB4 en Texas. La democracia ya no aparece como factor necesario y suficiente para generar seguridad y abre el paso una y otra vez al autoritarismo y la violencia del Estado y de otras fuentes cada vez más extremistas y con más poder. A eso apunta de nuevo la próxima elección de presidente, del total de la Cámara de Representantes y 35 de los 100 puestos del Senado en noviembre próximo.
Pero hay otra expresión clara de la inseguridad reinante, la que afecta a los grupos más pobres y aquellos más vulnerables de la sociedad y que van en aumento; los que enfrentan la violencia criminal de modo directo y cada vez más indefensos y alejados de la protección del Estado. Sin esa protección no hay caso para la democracia. A veces tal violencia es propiciada por el mismo Estado, situación que se exhibe de modo distinto en varios países de la región. Las elecciones, elemento central de la democracia, están secuestradas en muchos países. Puede hacerse un mapa de la vulnerabilidad de la democracia, sus formas y consecuencias. La inseguridad física es cada vez más un elemento clave de la situación de riesgo para mucha gente. La pobreza y la indefensión extendida ante el auge del crimen son materia cotidiana; algunas expresiones se recogen y se hacen públicas y son materia de controversias. El desafío para cualquier forma de democracia es literalmente mortal. Brum recoge la pregunta de modo muy oportuno: ¿cómo hacer que merezca la pena defender la democracia? Tal defensa debe plantearse en lo que respecta a las leyes, a las responsabilidades de los distintos órdenes del gobierno, a la función de las instituciones, a la cohesión social y, claro está, de modo decisivo, a lo que pasa en las calles. No cabe disminuir su trascendencia.