A
la nana, nana / a la nanita le haremos / una chocita en el campo / y en ella nos meteremos
, escribió Federico García Lorca.
Añoranzas de noches de cante en el café Cádiz, rematadas en casa de la Nana morena. Rumor antiguo, sonar de agua de las fuentes; alegrías, jaleos y bulerías, contrapunto de malagueñas y seguidillas. Vibraciones carnales que no conocían ni frenos ni límites. Busca de un solo goce, dos en uno. Delirios animales; lácteos arrullos; posturas eróticas; altanerías gallardas; gestos lustrosos. Arranques de toro negro, negro toro terciopelo; remate por debajo de los pitones. Sacrificio de una culpa antigua, expiación que cegaba y enloquecía.
Pechos morenos, que traidoramente acechaban. Ayes y jipíos que rasgaban entrañas; ausencia y dolor. Abandonos, cantes, lamentos, aires de seguidillas gitanas, vapor de representaciones que hervían en el fondo del alma, subían y pugnaban por salir, volvían a caer. Nuevas representaciones estallaban comprimidas, quebraban la cárcel que las aprisionaba, ocupando espacio que no era de nadie, inasible y enloquecedor, habitación de lo siniestro, confrontación con la insatisfacción.
Melancolías seniles decembrinas alrededor de lo que fuera, con quien fuera, en área protegida de toda interferencia de ambivalencias. Glorieta tejida de sombra, con encaje cabal. Deseo angustiante de otra fusión, con quien sea, donde sea. Confluir de recuerdos, experiencias, vivencias, historias enlazadas que articulan el deseo, no por insatisfacible, menos buscado, en hombros, talle y fuego.
Nostalgia ineliminable que resurge atormentada del principio del caos exaltado y aterrorizante, que nos separa, divide, descompone y envía a buscar un amor ilusorio que esconda crueldad –cuchillos sin sangre–, violencia que ingenuamente queremos eliminar una y otra vez.
Recuerdos inocentes de noches en el viejo café gaditano: donde acariciábamos el ser con jipíos, seguidillas, jaleos, martinetes de cava vieja. Juego de la vida que es aparecer-desaparecer pero, algo falta, infinita e indefinida trama de deseos. En última instancia la primera, sólo la primera, que no basta. Necesidad de algo más, sin saber qué es ese más
. Extranjero primero, extranjero siempre
.
Nostalgia de las noches del Camarón de la Isla contrastadas con la pesada carga de las relaciones estables en algo inalcanzable. Atrapar el cante, en el rumor de la voz que se iba, ¡aire que llevaba aire! Lamento e intento de vocalización llama quién sabe a quién, cuándo, dónde. Indispensabilidad de ella, que no es ella y sí es ella. Revelación, que aparece para desaparecer con encaje de espuma cante por dentro.