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Huellas de la memoria
F

reud, en su escrito sobre el inconsciente, primero destaca una hipótesis topológica de varios sistemas síquicos, lo que permitiría hacer justicia, según Derrida, a la distinción entre memoria y archivo. Esta tópica nada tiene que ver con un punto de vista anatómico sobre las localizaciones cerebrales y las acompaña de la palabra (provisional) como queriendo reservar, de manera visible, lo que el provenir de la ciencia puede enseñarnos a este respecto. Estas hipótesis son representaciones intuitivas (Veranschaulinchungen) y tienen el valor de ilustraciones.

El segundo valor de la palabra impresión parece menos inmediatamente necesario y evidente. Tras la impresión, la impresión freudiana se dejaba presentir otra cosa más. En realidad no tenemos un concepto, sólo una impresión, una serie de impresiones asociadas a una palabra; mientras archivo es sólo una noción, una impresión asociada a una palabra y para la cual, dice Derrida, ni Freud ni yo tenemos un concepto. Tenemos solamente una impresión, una impresión insistente a través del sentimiento inestable de una figura móvil de un esquema o de un proceso infinito o indefinido.

Él considera esta impresión como la posibilidad y como el provenir mismo del concepto, como el concepto mismo del provenir, si es que lo hay, y si es que así, el pensamiento del archivo depende de él. Hay allí un disjuntamiento que, a decir de Derrida, tendría una relación necesaria con la estructura de la archivación.

Aquí se llega a una conclusión importante que el sicoanálisis freudiano lleva, en sí mismo. La propuesta de una nueva teoría del archivo; teniendo en cuenta una tópica y una pulsión de muerte, sin las que el archivo adolecería de deseo y posibilidad alguna. El concepto de archivo no puede, por tanto, no guardar en él como todo concepto, un peso de impensado.

En cuanto a la impresión dejada por Freud, Derrida argumenta lo siguiente: “Quiero hablar de la impresión dejada por Freud, por el acontecimiento que porta este apellido. La impresión casi inolvidable, irrecusable (incluso y sobre todo por los que lo niegan) que Sigmund Freud le habría hecho a cualquiera que, después de él, hable de él, o le hable, y deba, por tanto, aceptándolo o no, sabiéndolo o no, dejarse marcar así: en su cultura, en su disciplina, sea la que sea, en particular la filosofía, la medicina, la siquiatría y más precisamente aquí, ya que debemos hablar de memoria y de archivo, la historia de los textos y de los discursos, la historia política, la historia del derecho, la historia de las ideas o de la cultura, la historia de la religión y la religión misma, la historia de las instituciones y de las ciencias, en particular la historia de ese proyecto institucional y científico que se llama el sicoanálisis (…). En cualquier disciplina que sea, ya no se puede, no se debería ya poder nunca más –por tanto, no se tienen ya el derecho ni los medios para ello–, pretender hablar de esto sin haber sido marcados con anterioridad, de una forma o de otra, por esta impresión freudiana. Es imposible o ilegítimo hacerlo sin haber integrado, bien o mal de forma consecuente o no, reconociéndola y denegándola, lo que se llama aquí la impresión freudiana. Si se tiene la impresión de poder no tenerla en cuenta, olvidándola, borrándola, tachándola u objetándola, ya se ha confirmado, se podría incluso decir refrendado (por tanto archivado) alguna ‘represión’ o alguna ‘supresión’ (repression o supression)”.