rasladar los sucesos mundiales a la vida interna y, en particular a la campaña electoral en proceso, no parece ser actividad determinante. Los acontecimientos externos se ven muchas veces como juegos pirotécnicos que aparecen chisporrotear a lo lejos. Poco de ello se aprecia cercano y de consecuencias directas –y hasta graves– para la vida organizada. Ciertamente son, en variadas ocasiones, medida de la conciencia colectiva y su estadio de desarrollo. Las preocupaciones de la ciudadanía, en general, se agotan en asuntos perentorios, de inmediata cercanía. La energía decisoria, restante y cotidiana, se emplea en temas menores que parecen urgentes. A lo sumo, cobran importancia asuntos matizados de glamur o deportivos. Tales como los que impelen a muchas familias citadinas reunirse para conocer a los ganadores de los premios que se reparten de Hollywood. Los medios de comunicación, entonces, les otorgan espacios destacados. Muy pocas veces lo hacen para apreciar lo que pasa, por ejemplo, en otras ciudades, como San Sebastián, Berlín, Cannes o Venecia, donde hay, ciertamente, mejor calidad de filmes. Esta reseña es sólo un indicativo del reducido mundo que se atisba desde un país enorme y una economía que ya es la duodécima del mundo.
El informe del estado que guardan los asuntos públicos de Estados Unidos sí atrae suficiente atención. No pasa desapercibido y sus repercusiones se visualizan con la debida atingencia. Sobre todo en momentos previos a la contienda electoral por la presidencia de la república vecina. Pero otros acontecimientos, como el rejuego (real enfrentamiento) entre los grandes bloques de fuerzas geopolíticas, quedan atrapados en densas nebulosas. Tal desinterés, ocasiona que, en lo interno, no reciba el mismo o especial tratamiento que merece. En efecto, el gran bloque del BRICS, ya ensanchado con nuevas adhesiones, ha estado muy activo debido al impulso ruso y brasileño. Las sanciones dictadas por el bloque occidental (Europa+EU+Japón+Canadá, etcétera) las ha forzado, en directo a Rusia, a un protagonismo que pretende salvar difíciles obstáculos impuestos a su economía o entero perfil de país. Los asuntos de África y los de América Latina, por ejemplo, siguen una línea de lateral naturaleza, distante de esos encuentros y disputas. Pero, en realidad, también estas vastas regiones se ven presionadas y hasta condicionadas en críticos aspectos de su acontecer: económico o político. Tenerlos en cuenta, con detenimiento, es necesario y hasta básico para salvar tópicos como la soberanía o la independencia nacionales.
La guerra en Ucrania es, por ahora al menos, el teatro de dolorosos sucesos que se imponen con propia fuerza. A lo largo de tres años (en realidad desde 2014) ha destruido enormes recursos bélicos y apreciables activos de infraestructura o financieros. Tal dispendio merma su empleo en áreas de interés. A México le toca de lleno por cuanto la política externa de Joe Biden. EU aporta inmensos recursos a ese país en detrimento de los que convendría usar de manera alterna. Y lo hace para aliento de su propia industria armamentista y visión geopolítica de dominio. El tráfico de armas, como derivada, se incrementa en otras partes del mundo. En verdad el caso Ucrania es un enfrentamiento de EU (occidente) contra Rusia. Y, por extensión preventiva contra China como objetivo superior. De este conflicto se suceden, también, otros fenómenos que están resultando positivos para este país: cercanías económicas – nearshoring–. Aunque las guerras, por su propia incertidumbre, alientan preocupantes temores ante imaginados peligros. Varios de los actores europeos (Francia, Alemania, Suecia) apuntan señales guerreras que pueden provocar mayores males.
El genocidio palestino es otro caso de mayor trascendencia. Su inhumana naturaleza crea múltiples factores que se ramifican mucho más allá de este presente. Israel no saldrá ileso de la masacre que está provocando. Las heridas en la conciencia universal habrán de pesarle por años. Será un verdadero paria que rondará por los alrededores de profundas culpabilidades. Y, muchas de tales culpas caerán sobre su protector, socio y patrocinador: EU y, en concreto, trastocarán oportunidades a su presidente Biden.
Las mismas comunidades judías, en los distintos países donde habitan y han, ciertamente, prosperado, no saldrán bien libradas. Los argumentos que vienen usando para desviar, o aminorar sus responsabilidades no las pondrán a resguardo de la masiva condena. La campaña electoral interna en curso se ha mantenido ajena al genocidio que con persistente contundencia ejecuta el ejército israelí. El peso de acusaciones no puede recaer sólo sobre el primer ministro Netanyahu. Se esparce sobre buena parta de su gobierno y ciudadanía que respaldan la embestida criminal. El gobierno mexicano ya protestó, salvando cara y arrostrando consecuencias.