a violencia criminal y la violencia política no buscan lo mismo; la primera tiene como intención generar ganancias económicas, la segunda cambiar o modificar al gobierno y con ello las acciones y políticas que emprende. Puede ser complicado distinguir una de otra debido a que la actividad criminal que busca generar dinero puede hacerlo para utilizarlo con fines políticos, y los fines políticos pueden tener como intención hacerse de recursos económicos. Violencia criminal y violencia política no son lo mismo, pero tampoco excluyentes.
Cuando el Estado lleva a cabo acciones para reprimir al crimen organizado, los grupos delincuenciales se plantean qué estrategia deberán efectuar para poder continuar con su actividad ilícita. Las opciones son corromper a las autoridades o enfrentarlas. La corrupción le será de mayor conveniencia a la organización criminal debido a que evita su debilitamiento ante enfrentamientos que debería efectuar o repeler contra las fuerzas de seguridad gubernamentales, lo que sin duda lo volvería vulnerable ante otras organizaciones delincuenciales enemigas. Si se da el trato
, tendrá mayor facilidad de operar al contar con la venia y apoyo de quien tendría que ser su principal obstáculo. La opción del crimen organizado será plata antes que plomo.
Añade gravedad a una colusión de este tipo, y detona otro generador de violencia, el que el grupo criminal que corrompe a la autoridad no sólo la utilice para protegerse, sino también como brazo para perseguir a sus rivales. Cuando la autoridad y el crimen organizado están coludidos la plaza
está tranquila, lo último que los delincuentes y las fuerzas de seguridad desean es que haya violencia, ello los desestabilizaría. Si una organización criminal se enfrenta al Estado, se vuelve más violenta; si tiene competencia con grupos antagónicos, se debilita, lo que genera todavía más violencia. Por ello la estrategia para pacificar al país que tal vez menor violencia pueda generar es aquella que se aleje de la guerra y que a través de labores de inteligencia desarticule al mismo tiempo redes financieras y mandos medios de las organizaciones delincuenciales para así afectar los procesos que requieren de recursos monetarios mientras se crean conflictos de sucesión dentro de los grupos.
Para asegurar una relación de cooperación con la autoridad y en lugar de soltar plomo –que sale muy caro– repartir dinero, el crimen necesita tener gobernantes afines, y si ya ha trabajado con ellos con anterioridad, qué mejor. De nadie es secreto el vínculo que gobiernos panistas tuvieron con grupos de la delincuencia: Genaro García Luna, quien colaboró con Vicente Fox y Felipe Calderón durante sus sexenios, siendo secretario de Seguridad del último, está preso en Estados Unidos al haber sido encontrado culpable de narcotráfico. Si aquel gobierno, empezando por su presidente, no supo ni participó en aquella relación criminal, o son muy cínicos en afirmarlo, o –nada creíble– terriblemente ineficaces.
La delincuencia organizada cuenta con una estrategia de comunicación política para, justo, cometer violencia política. Consiste en provocar temor en la población al incendiar vehículos, comercios, atacar a la ciudadanía, y con ello generan caos e incertidumbre. No es casualidad que la violencia se incremente durante el proceso electoral que se vive en el país, de cuyo resultado depende continuar con el proceso de transformación que inició Andrés Manuel López Obrador, o detenerlo para que aquello por lo que mayoritariamente se votó en contra en 2018 regrese. Tampoco es casualidad que frente a los números que arrojan todas las encuestas colocando a Claudia Sheinbaum, con una amplia preferencia en la intención de voto, desde las más rancias barracas de la ultraderecha se amenace con la posibilidad de anular la elección por cuestiones de violencia.
Dos grandes interrogantes surgen de este contexto; la primera: ¿dónde quedó el supuesto pacto entre el crimen organizado y el gobierno de México que tanto acusa la comentocracia? La segunda: ¿bajo las órdenes de quién y por qué se busca crear inestabilidad? No hay que dar demasiadas vueltas al asunto para percatarse de que, en efecto, parece existir un pacto con la delincuencia con actores políticos, pero no de hoy, sino de sexenios anteriores que buscan regresar al poder sin darse cuenta de que lo perdieron por operar exactamente de la misma manera en la que lo siguen haciendo.