En entrevista, afirma que busca mantener esa técnica que ya nadie quiere hacer, por costos y tiempo
Martes 12 de marzo de 2024, p. 3
En la actualidad, difícilmente se talla en piedra. Por eso, el escultor Tiburcio Ortiz (Santa Catalina Chinango, Oaxaca, 1945) busca exponer, de preferencia en el Museo de Arte Moderno (MAM), a fin de mostrar esta técnica que “ya nadie quiere hacer por el tiempo requerido, el costo y el material –trabaja la piedra recinto negro–. Tengo que afanar, pues aprendí este oficio en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP, hoy Facultad de Artes y Diseño), de donde desapareció por razones académicas o políticas; no sé”.
En las afueras de su taller, ubicado en el sur de la ciudad, se encuentran las alrededor de 40 piezas que Ortiz pretende exhibir. Entre ellas destacan una Coatlicue; una Coyolxauhqui decapitada (Desmembramiento de la diosa); un águila que desciende; la heroína que cae del cielo con todo y enagua (Falda de estrella), y Montaña de creación (2012), en referencia a los orígenes según los mitos ancestrales de la Mixteca baja. Las obras se tienen que ver desde todos los ángulos y sólo falta una que piensa desarrollar en los próximos tres meses.
También hay temas urbanos, aunque son los menos, como “una muchacha de la Soledad, una amiga que tenía en la escuela. Era una muchacha pública que siempre me visitaba. Un día le dije: ‘pósame’, y lo hizo para esta pieza”.
Dos estatuas monumentales del Benemérito de las Américas, ajenas a las piezas de la exposición, se imponen. Este es mi paisano, don Benito. Siempre me piden que haga escultura de él
, cuenta.
Ortiz tarda mucho en elaborar una talla en piedra, tarea que hace con cincel. Luego, emplea una máquina para rebajar y detallar, porque son trabajos tallados, no nada más señalados; todos tienen un significado, y éste hay que dárselo a la piedra. Hay canteros que nos ayudan; sin embargo, para dar la forma definitiva, hay que hacerlo personalmente
.
La base de la obra de Ortiz son las imágenes que conserva de su pueblo natal, sus montañas, su historia, que se remonta a tiempos antes de la llegada de los españoles, y su mitología. El artista comenzó sus estudios en la ENAP a los 21 años, aunque de 1960 a 1962 fue aprendiz en el taller de escultura religiosa de Rafael López, en Huajuapan de León, Oaxaca, donde estudió la primaria, porque no había escuela en Santa Catalina Chinango. Aprendió a trabajar el yeso directo con el maestro López.
Su padre fue seminarista y artista; dibujaba mucho. Un tío también. Mi familia ha sido de artistas; es decir, hacían lo posible dentro del pueblo, como dibujar un telón. Poquito a poquito fui entendiendo que esto es un trabajo, no un entretenimiento
, apunta. Decidió continuar sus estudios en la Ciudad de México.
Las condiciones de salud en Santa Catalina Chinango eran nulas: Mi padre murió a los 40 años y mi madre a los 60. Mis gentes empezaron a morir de tuberculosis y falta de comida. Ya en la Ciudad de México, al enterarme de lo que tenían, mandé llamar a los que vivían todavía y los metí al Hospital General, donde los curaron
.
Un primo le sugirió trabajar en el Ejército: “‘Te mando al hospital’, dijo. Me aceptaron en el hospital militar. Allí había un coronel que era escultor; él me mandó a la ENAP. Llegué el último día de inscripciones, pero me aceptaron. Todo fue muy fácil para mí”.
–¿Por qué optó por la escultura?
–Al llegar a la escuela todo el mundo se fue a inscribir a pintura. Como soy un campesino muy atrevido, dije: por qué no va nadie a escultura. Nada más un muchacho, lo voy a acompañar
. Estaba preparado para abordar todo; si es mas difícil, le entro.
En la ENAP, los maestros que más influyeron en Ortiz fueron los escultores Manuel Silva Guerrero, quien le enseñó a construir, y Elizabeth Catlett, quien le hablaba de figuras como Henry Moore, y le hizo entender los movimientos artísticos en Europa y el arte de México. Determinantes en su formación fueron Antonio Trejo, maestro de dibujo, y Hermilo Castañeda, quien nos enseñó la conformación de las formas anatómicas. De no haber aprendido eso no podría hacer lo que hago
.
Al salir de la escuela vino su periodo de creación; fue cuando se dedicó a desarrollar los temas de la Mixteca. Regularmente, me remonto a ellos porque son los que he vivido o oído
, refiere. Uno de sus temas es piedra-raíz
o gente de piedra que habla
. “Al revisar los códices de la región –contienen su historia–, (vi que) antes de la llegada de los mixtecos allí vivía una gente a la que le decían ‘de piedra’, porque no tenían idioma propio, ni conocimientos. Llegaron los mixtecos y empezaron a fundamentar su nueva nación.
Somos gente de piedra también, porque no conocíamos la herramienta de fierro, que trajeron los españoles. Se tallaba con pura piedra. Piedra con piedra, para dar simbología a su costumbre. Ese es el valor de las obras. No sé si es modernidad; sin embargo, es necesario que se hagan.
–¿Se ha sentido relegado?
–Sí, me he sentido relegado por cuestiones de las obras. Siempre me dijeron que soy un artista común, como artesano. Nunca me sentí así, porque tenía todos los elementos en mi mano en cuestiones de técnica, composición y temas. Por eso vemos que llaman obras a cualquier cosa, pero no tienen lenguaje. Esas obras no pueden hablar. Es importante que digan algo.
Ortiz consigue su piedra con un cantero que más bien se dedica a cuestiones arquitectónicas, no a escultura. Son personas oriundas de Chimalhuacán, donde se tallaba la piedra ancestralmente
. Además, emplean las técnicas más complejas que hay en el arte. No esas cosas blandengues
. Siguieron haciendo un arte muy formal que tiene definición en su objetivo.
La obra de Tiburcio Ortiz, quien también es pintor y ha realizado varios murales, es figurativa, pero con significado
, lo cual implica no hacerlo tan realista
.
Entre su obra pública se encuentra un busto del antropólogo Antonio Caso para el Instituto Nacional Indigenista (INI); el Monumento al indígena, una donación para la ciudad de Oaxaca con el patrocinio del INI, y la escultura Guerrero jaguar de la noche, para el Museo al Aire Libre de Utsukushi ga Hara, en Tokio.