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Tiene el talento de un rey Midas, pero siempre con compromiso social

En 1990, Harp Helú empezó a desarrollar programas de educación, cultura, salud, ecología y deporte que se agrupan en la fundación que lleva su nombre

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▲ María Isabel Grañén Porrúa y el filántropo Alfredo Harp Helú posan en el estadio de los Diablos Rojos del México.Foto cortesía de la historiadora
Enviada
Periódico La Jornada
Domingo 10 de marzo de 2024, p. 3

Oaxaca, Oax., El pastel de cumpleaños 80 de Alfredo Harp Helú tiene una cereza que arderá los próximos 24 y 25 de marzo en el mismísimo Infierno, cuando el público capitalino aficionado al beisbol tenga la oportunidad de disfrutar el encuentro entre los Yankees de Nueva York y los Diablos Rojos del México, en el estadio propiedad del empresario.

Es un gran regalo, sobre todo, para la Ciudad de México, pues se trata de un acontecimiento que no sucedía desde marzo de 1968, cuando los legendarios Bombarderos del Bronx visitaron por primera vez el país.

Convencido de que el deporte y la cultura cambian vidas, la labor filantrópica de Harp Helú puede resumirse con sus propias palabras: mi interés es poner el corazón en cada proyecto, disfrutarlo y trabajar diariamente para servir a la sociedad.

En entrevista con La Jornada, la historiadora María Isabel Grañén Porrúa, esposa de don Alfredo, cuenta que ese espíritu humanista es principalmente herencia de la madre de Harp Helú, Suhad Helú Atta, quien venía de una familia de intelectuales (hija del periodista y poeta libanés José S. Helú), en la cual, a pesar de que pasaron por momentos difíciles, siempre quisieron dar la mejor educación a sus hijas. La mamá de Alfredo comenzó a trabajar muy chiquita, a los 14 años, y aprendió a administrar el dinero.

La joven Suhad se casó con Alfredo Harp Abud, quien la sacó de trabajar, pero cuando ella tenía una hija de cinco años, a su hijo Alfredo, de tres, y estaba embarazada, su esposo murió en Salina Cruz, Oaxaca. En ese entonces ella ya era huérfana también.

Volvió a trabajar, algunos familiares le tendieron la mano, pero no era suficiente. Hubo momentos en que se tronaba los dedos porque no tenían para comer ella y sus tres pequeños. Mi suegra vendía hilos y muñecas. Un día se fue a sentar a la oficina de los hermanos lasallistas para pedirles beca para los estudios de Alfredo, narra Grañén.

Agrega que Harp Helú, para ayudarse con los gastos escolares y a su mamá, “vendía paletas heladas. Desde chiquito se encendió su sangre fenicia de emprendedor. Tenían gallinas en la azotea y también vendía huevos, después vendió suscripciones para el periódico Excélsior; iba a ver a todos los paisanos para ofrecérselas.

“Una de sus grandes virtudes es que desde esa época fue muy ahorrador. Con las monedas que guardó en su alcancía completó para el enganche de su primer coche. Alfredo se fue forjando a sí mismo, y si bien después tuvo mucho éxito en su carrera profesional (estudió contaduría en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM), llego un momento en el que dijo: ‘ya, quiero dedicarme a ayudar a los demás’.”

Desde 1990, Alfredo Harp Helú comenzó con sus obras filantrópicas, que se cristalizaron en programas de educación, cultura, salud, asistencia social, medio ambiente, apoyo en desastres naturales y deporte que se agrupan desde 2000 en la fundación que lleva su nombre (https://fahho.mx/).

Es así como surgieron en Oaxaca, terruño de don Alfredo, el Centro Cultural San Pablo, los museos de la Filatelia, Textil e Infantil, la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, las bibliotecas móviles que recorren todo el estado y la Fonoteca Juan León Mariscal, sin contar todo el apoyo que brindó a uno de sus grandes cómplices: el pintor Francisco Toledo.

“Alfredo siempre ha querido regresar a la UNAM, con creces, todo lo que le dio; ha financiado más de 100 mil becas, pero también ayuda al Instituto Politécnico Nacional, a universidades privadas, a La Salle, por supuesto, a la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, porque él cree que en la educación debe estar el cambio.

“Sigue teniendo el talento de un rey Midas para multiplicar lo que tiene, pero siempre con compromiso social. Cuando fue dueño de Banamex decidió ayudar a la reconstrucción del ex convento de Santo Domingo. Fue una gran aportación para la cultura de México rescatar el inmueble y darle un uso cultural, como venía planteando el maestro Toledo, y defender que el Jardín Etnobotánico no se convirtiera en estacionamiento.

“Hay mil y pico proyectos en los pueblos más lejanos; ahí queremos dar lectura, reforestar o arreglar la iglesia o el retablo, eso se llama invertir en México. A Alfredo le gustó del proyecto de Santo Domingo la cantidad de empleos que generó la obra en la comunidad, y que no se quede eso en las constructoras. Ese es uno de los signos de la fundación: que nosotros nos entregamos a la comunidad; no regalamos el dinero, nos involucramos emocionalmente, porque lo increíble es que a nosotros nos da más, aprendemos, nos sentimos mucho más plenos y llenos, porque lo damos de corazón.

“Por eso Alfredo es mi media naranja; él dice: ‘juntos multiplicamos, y quiero hacer más, más, porque quiero decidir qué hacer con mi dinero, no quiero dejar una fundación capitalizada y ya. No. Si me dicen que hoy puedo ayudar a muchas personas, lo doy porque quiero’.

“Por ejemplo, está apoyando con la reforestación en una zona de Líbano, y me dice: ‘a lo mejor no voy a disfrutar la sombra de esos cedros, aunque ahora ya pintan de verde el paisaje, pero a veces uno hace esto para las siguientes generaciones’.

“Se trata de mucha ayuda que va a reverdecer a México, al Líbano, porque son proyectos transformadores de vidas. Ese es el regalo más grande que Alfredo recibe al llegar a sus 80 años. Y de salud está increíble. Todos los días se levanta a las 5 de la mañana, se pone a escribir, ve las noticias y luego se va a jugar tenis una hora u hora media, y no le gano. No juega conmigo. Juega con chamacos de 40 años y les gana. Antier llegó muy contento diciendo: ‘¡6-3, gané!’ Tiene gran vitalidad y, como todos, muchas ganas de traer a México a los Yankees”, concluyó la doctora Grañén.