Domingo 18 de febrero de 2024, p. 7
¿Es Fata Lubnan un fantasma? Michel Iza tocaba el laúd con el swing de un Django Reinhardt libanés. Todo lo que se sabe sobre su vida es lo que dice la contratapa de uno de sus dos discos, los dos editados en México por un sello llamado CGS, del cual sólo están registradas esas dos grabaciones.
No sólo Michel Iza es un fantasma, tampoco hay información sobre Fata Lubnan, su seudónimo artístico, a pesar de que el texto de contratapa del elepé cuenta: Es ampliamente conocido y aplaudido en todo Medio Oriente, en Líbano, en Beirut, en Estados Árabes, a través de sus actuaciones por radio y por televisión.
Cuando la búsqueda por Internet no arroja ningún resultado se abren dos opciones: que el autor del texto quiera engañarnos con una fama incomprobable en su época, ya que dice que Fata comenzó su carrera en 1947, o que, como tantas estrellas de esa zona, su historia no resistió conservada a través del tiempo, a pesar del estrellato.
El enigmático Fata Lubnan posa sobre un fondo difuminado para la imagen de portada. Rasgando el laúd con expresión seria, del lado derecho del saco asoma un pañuelo negro extendido con forma de fantasma, prolijamente asentado sobre el bolsillo superior, como sugiriendo la incógnita en que se convertirá el músico.
El disco menciona que es el primero de Lubnan grabado en el continente americano, que la dirección del sello era Bucareli 12, México DF y su teléfono, por supuesto, de tan solo seis dígitos: 46-81-75. Conseguí la grabación en el tianguis y peleé el precio, aunque ni yo ni el vendedor sabíamos qué música ocultaba. Una visita al sitio discogs da cuenta de que CGS sacó más discos, en su mayoría simples de grupos beat de El Salvador, editados entre 1969 y 1971. También hay otro de Fata, que en su contratapa escaneada en baja resolución permite leer que se refiere al músico como Miguel y da el nombre de un violinista que lo acompañó, Alberto Drumbaqui.
Drama familiar
El ensayo Los migrantes libaneses y su innovadora aportación al comercio en México de Patricia Jacobs Barquet establece que el flujo de Líbano a México comenzó en el siglo XVIII, producto de la guerra entre Líbano y Turquía y tuvo su última ola en 1978, cuando una guerra civil expulsó a muchos de sus lugares de origen.
A unas pocas cuadras, sobre López Rayón, conocida a otra altura como Mosqueta, ir a revisar los discos era ser testigo involuntario de un drama entre padre e hijo. Apilados sobre la pared, con el primero de la pila golpeando el suelo, daban lugar a un mueble de discos simples de 45 que caían como en cascada amontonados a la merced de la suerte en un mueble transparente. Cuenta el mito que antes de éste, el padre tenía un lugar lleno de discos, casi como una casa hecha de ellos en una esquina, y al final la lluvia se los llevó, y así el padre terminó en ese hueco en la pared, discutiendo con su hijo que no le gustaban los discos y que era acusado permanentemente de venderlos a espaldas del progenitor. Aprender a navegar entre todas esas grabaciones llenas de tierra que caían permanentemente tuvo su beneficio: un disco mono de la empresa Chess de Muddy Waters. Días después llegué y esa parte de la pared del eje estaba desierta. Ni un aviso, nada, pero pronto llegó el chisme: el padre y el hijo se habían peleado a golpes y se ve que ninguno terminó en pie porque significó el fin de la venta de discos en esa pared del eje. La gente comenzó a repartirse los que quedaron abandonados en pequeñas pilas, algunos por acá, algunos por allá y en minutos el muro quedó vacío, por poco tiempo, antes de que pusieran un puesto con alguna otra cosa, pues un espacio sin comercio en el eje es una anomalía que no se repite seguido.
Balderas
A mediados de enero, caminando por el eje de Balderas, veo que está casi desierto de changarros con vinilos desde el Metro Hidalgo hasta la calle Ayuntamiento. Qué diferente es sin discos, qué extraño. ¿Para qué sirve ese tramo de la avenida si no es para los así llamados acetatos? Saliendo bien temprano para llegar el día de las novedades que ponen a la salida de Metro Juárez, en el auto del don estaciona marcha atrás a una hora aproximada de la mañana, y los potenciales compradores retroceden ya con las manos pegadas al baúl con las novedades, dando un golpecito para que salgan unos buenos.
Parecería una escena solidaria, varios adictos a diferentes tipos de música esperando que aparezca algo que no tengan, pero en el instante en que se abre el baúl abandonamos la forma humana para convertirnos en los depredadores del eje y un par de vagabundos, de los llamados loquitos del centro
que estuvieron toda la noche despiertos con la mona y alcohol barato nos regalan una imitación de Álex Lora Somos la banda más chida/ ¿A quién le gusta el rock and roll?
Lo mismo podrían estar cantándole a una pared porque los lobos, los coyotes, los pulpos, estamos revolviendo los discos, luchando, mordiéndose las manos entre ellos, buscando algunas grabaciones.
Otro día, en lo que tardan en reabrir los puestos de Juárez, escucho uno de los vinilos conseguidos allí: Jilala (1966, trance records), un disco que compila música sufí marroquí de mediados de los 60, grabaciones de campo hechas por el escritor y pintor Brion Gysin, y por el escritor y estudiante de música Paul Bowles.
La contratapa de este tesoro advierte en una frase subrayada por su dueño anterior: El jilala es particularmente útil para curar casos de histeria y epilepsia, controlando los espíritus o demonios del sujeto a través de la música y los gestos ritualizados del baile, pero sobre todo se trata de danzas de exaltación.