urante cinco años, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha trabajado en la recuperación de la soberanía y en vincularla a la superación de la desigualdad, la pobreza y la inseguridad. La mayoría ciudadana favorable al proceso de transformación en curso ha percibido ese esfuerzo y ha simpatizado con él. El énfasis gubernamental en vincular el momento presente a la historia de México, a gestas pasadas y a valores sociales ancestrales ha fortalecido la conciencia de nación en la sociedad. Al mismo tiempo, desde Palacio Nacional se ha ido construyendo un nuevo paradigma para conducir la inevitablemente conflictiva relación con Estados Unidos, basado en la cooperación amistosa y en la exigencia de respeto y reconocimiento de las responsabilidades de la superpotencia en los problemas comunes.
Con ese telón de fondo, difícilmente podría encontrarse una idea más disparatada, si no es que electoralmente suicida, que la de ir a Estados Unidos a pedir una intervención en asuntos internos mexicanos a grupos de élite del poder económico y político, a los centros de pensamiento más injerencistas y reaccionarios y a la OEA, instigadora de golpes de Estado y promotora del sometimiento de América Latina a los lineamientos de Washington. Y, sin embargo, fue precisamente eso lo que hizo Xóchitl Gálvez en días pasados: descalificar a las autoridades nacionales ante un país que lleva la intervención en los genes y hasta ponerse del lado estadunidense en asuntos como el de la migración: No se dejen chantajear por AMLO
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Más allá del asombro por la colosal tontería política de los jefes de la coalición opositora que postuló a Gálvez a la Presidencia, e independientemente de la repugnancia por un acto tan evidente de traición a México, la gira xochitliana nos coloca ante la evidencia de lo perdida que está esa oposición en el espacio, en el tiempo y en el escenario político.
El entreguismo y la sumisión han sido desde tiempos de Salinas sellos de las facciones neoliberales que se hicieron con el control de las instituciones nacionales, pero en ambos lados había un mínimo pudor para encubrirlos. La embajada de Washington en México ayudó a Calderón a incrustarse en Los Pinos tras el fraude de 2006, pero la operación correspondiente se realizó tras bambalinas y no fue hasta 2011, gracias a los cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks, que pudo conocerse la participación del ex embajador Tony Garza en la imposición. Y es cierto que Donald Trump humilló públicamente y a placer a Enrique Peña Nieto, pero para entonces lo que había en éste ya ni siquiera era entreguismo, sino mera pusilanimidad.
No está de más recordar que ante la embestida trumpiana, López Obrador ofreció respaldo a Peña y llamó a la unidad nacional en torno a la figura presidencial, por mucho que el mexiquense la hubiera devaluado a niveles sin precedente. En contraste, esta semana Gálvez acudió ante halcones de Washington a ofrecerse para golpear a AMLO. Lo hizo, además, en coincidencia con la insidia orquestada desde tres bandas mediáticas contra el mandatario con base en una investigación inconsecuente de la DEA que fue archivada hace una década, y ello lleva a preguntarse si el viaje a Estados Unidos de la aspirante opositora no fue la cuarta banda de una campaña desesperada, lanzada por sus autores ante la certeza de la derrota en los comicios de junio próximo: Si no puedes ganar las elecciones, por lo menos ensúcialas o desestabilízalas
, parece ser la consigna. Y qué mejor, para ese segundo propósito, que una intromisión estadunidense. Así, los pretendidos defensores de la democracia se exhiben más bien como sus odiadores, los que buscan dinamitar la expresión pacífica y legal de la voluntad popular.
En otro sentido, quienes han defendido en este sexenio la supuesta separación de poderes, la imparcialidad periodística y el apartidismo e imparcialidad de los organismos autónomos han transitado a una beligerancia antigubernamental que desmiente de manera rotunda su pretendido amor por la asepsia política: los comentócratas rabian a cámara y con el micrófono abierto; Lorenzo Córdova, antiguo mandamás del INE, será el cantante solista en una concentración inequívocamente opositora, varios ministros de la Suprema Corte ya no sólo están en el negocio de soltar narcotraficantes y ex funcionarios corruptos sino también en el de militar contra las reformas constitucionales del Ejecutivo; vaya, hasta el presidente del INAI anunció que defenderá el hueso como López Portillo decía defender el peso y que llevará a instancias internacionales la pugna por la posible desaparición de ese organismo.
La derecha oligárquica está perdida porque durante cinco años ha puesto todo su empeño en no entender que esto que vive México no es un gobierno exótico y anómalo, sino un cambio de régimen y la construcción de un nuevo pacto social. Y por lo visto, para cuando logre encontrarse a sí misma será demasiado tarde.
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