Martes 6 de febrero de 2024, p. a34
A 78 años de su inauguración, la Monumental Plaza de Toros México sigue siendo extraño punto de reunión, por lo menos cada año, de 40 mil espectadores que, sin ser aficionados exigentes, acuden fervorosos a conmemorar la fecha de promulgación de la Constitución mexicana de 1917 y, 29 años después, la inauguración del inmenso escenario, gracias a la visión empresarial de Neguib Simón Jalife y al talento constructor de Modesto C. Rolland. Si bien es el escenario taurino de mayor capacidad en el mundo, en las últimas décadas ha devenido, gracias a sucesivas gestiones más bien desafortunadas, en una plaza desairada, cuyo despreocupado propietario ya piensa demoler.
Contra su costumbre, el rejoneador navarro Pablo Hermoso de Mendoza (57 años de edad, 34 de alternativa y 2 mil 600 corridas a lo largo de su exitosa y ventajosa carrera) debió alternar con dos toreros de a pie menos modestos: el mexiquense Ernesto Javier Calita (44 festejos entre 2023 y 2024, 33 años y 13 de matador) y el lagunero Arturo Gilio hijo (24 años el próximo marzo, año tres meses de matador y 24 corridas en 15 meses) ante un encierro moderno de Los Encinos; es decir, tomando en varas un solo pujal (puyazo fugaz en forma de ojal) para llegar a la muleta con recorrido y repetitividad, ese nuevo concepto de bravura que tanto gusta a los deformados públicos de hoy y a sus informadores.
Hubo banda de guerra de la Policía Bancaria e Industrial; se extendió un inmenso lábaro patrio en la arena y los asistentes entonaron el Himno Nacional; partieron plaza tres charros, uno el cantante Pepe Aguilar, gritos de ¡México!, otro lleno hasta la bandera, pese a los pre-cios y la reventa, y la petición de JavierSordo, uno de los empresarios del coso: Los queremos y queremos que estén aquí todos los domingos
.
Para no variar, Hermoso de nuevo se saltó el reglamento y lidió tercero y sexto toros, como lo ha hecho siempre en América, dejó banderillas kilométricas, rosas y certeros rejones de muerte, si bien el primero a la grupa y no al estribo. Su primer toro se acabó pronto y con su segundo, codicioso y presto, logró la apoteosis, sobre todo al recorrer de costado el anillo y cambiar al caballo por dentro. Le dieron dos orejas, le colgaron un sarape de Saltillo y se envolvió en una bandera mexicana mientras sonaban Las golondrinas. Bien padre. Ya revisaremos los pros y los contras para la fiesta de este afamado jinete.
Calita enfrentó primero a uno alegre y claro al que dio hartos muletazos por ambos lados, dosantinas que gustaron y una estocada entera saliendo rebotado. Se le concedió una oreja. Su segundo, ideal para el toreo de salón, con una carretilla de media tonelada, lo dejó hacer todo, incluso pincharlo, que si no…
Arturo Gilio hijo dejó tres templadas gaoneras de manos bajas, luego minitandas de tres muletazos hasta escuchar algunos gritos de ¡toro! y un estoconazo. Obtuvo una oreja. Hizo lo mismo con su segundo, pero sin premio. Deberá afinar su estilo y, sobre todo, su expresión, que el toreo es de decir más que de hacer.
Pudiendo haber hecho repuntar la fiesta de los toros, la empresa anterior de la Plaza México se concretó a contratar a sus amigos toreros y ganaderos en la fecha de aniversario de la inauguración del coso con un toque de frágil celebración. Pero de haber convocado cada año a concursos nacionales taurinos de carteles, pintura y escultura, música, literatura (ensayo, cuento, poesía, teatro), fotografía, video y tesis profesionales, nada, absolutamente nada. Hoy, la fiesta de los toros en México padece las consecuencias de no haber querido acercarse a la sociedad durante más de tres décadas, pues a la actual empresa tampoco le interesó.