Existe la convicción de que comienza una nueva era
Lunes 15 de enero de 2024, p. 3
Desde hace siete décadas, en Guatemala se sabe perfectamente por quién doblan las campanas: por opositores, dirigentes comunitarios, estudiantes, líderes sindicales, periodistas independientes y también, a últimas fechas, por funcionarios que se niegan a cometer arbitrariedades e ilegalidades. Menos fácil resulta determinar por quién truenan los cohetes: puede ser por la festividad de un santo, por una fiesta laica o bien, como ocurrió anoche y antenoche, por el fin de la larga noche de muerte, terror y corrupción que empezó en 1954, cuando el último gobierno democrático del país, presidido por Jacobo Árbenz, fue depuesto por una invasión estadunidense que entregó el poder a una mafia empresarial, política y militar que hasta hoy se resistía a dejarlo.
Este 14 de enero ha sido un día largo y agotador, tras meses de una lucha también larga y agotadora para lograr lo que en muchos países resulta de obvio trámite: que las instituciones respeten la voluntad popular. Pero aquí un sector de la oligarquía –porque no fue toda– se atrincheró en la Fiscalía, en la Corte de Constitucionalidad y en los juzgados para emprender algo que, más que lawfare, debería definirse como guerra sucia judicial con tal de impedir, o al menos de condicionar y retrasar, la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera como presidente y vicepresidenta. En ese afán, la todavía fiscal Consuelo Porras ordenó ilegalizar a Movimiento Semilla, el partido que ganó en buena lid las dos rondas electorales del año pasado, amagó con encarcelar a varios de sus candidatos triunfantes y ordenó la detención del ministro de Gobernación del gobierno saliente, David Napoleón Barrientos, porque se negó a ordenar la represión de las manifestaciones populares contra la propia Porras.
El último berrinche de la mafia desplazada tuvo lugar hoy, cuando diputados del régimen que formalmente terminó a las 23:59 del día 13 hicieron cuanto pudieron para evitar que los integrantes de la nueva legislatura tomaran posesión de sus cargos y para no perder el control de la junta directiva del órgano unicameral. A la postre, los legisladores de Semilla asumieron sin poder conformarse como bancada porque su partido está ilegalizado con un pretexto cualquiera y la sesión que habría debido terminar a las 12 del día, a más tardar, se prolongó hasta pasadas las 7 de la tarde. Y sin Congreso en funciones, no podía realizarse la ceremonia de juramentación.
Espíritu de celebración
Si la ciudad de Guatemala amaneció en espíritu de fiesta y ganas de dejar atrás la época más negra en la historia del país, poco a poco el empantamiento deliberado de la sesión legislativa introdujo un factor de incertidumbre y zozobra y después, de rabia, y todos esos estados de ánimo acabaron conviviendo en el centro de la capital: mientras en la Plaza de la Constitución y avenidas aledañas la gente que ha estado allí desde octubre pasado se empeñaba en celebrar y menudeaban los foros para espectáculos musicales de artistas populares, la sede del Congreso fue cercada en un perímetro de 100 metros a la redonda por varios cordones de policías, los que a su vez fueron sometidos a cerco por la población que ha esperado demasiado tiempo el advenimiento deuna primavera democrática yde un gobierno dispuesto a atacar defrente la corrupción. ¿Quién giró las instrucciones para el operativo policial? Misterio, porque el gobierno anterior ya había concluido sus funciones y el nuevo aún no las asumía. Por eso no faltaron los exhortos de la gente a los uniformados a que rompieran filas y se unieran a la ciudadanía en defensa de la democracia.
Se produjeron algunas escaramuzas menores entre manifestantes y fuerzas del orden, pero intervino con toda sensatez la porción medular de la resistencia, que han sido las comunidades indígenas llegadas desde diversos puntos del país y que han acumulado mucha experiencia de lucha como para caer en las provocaciones de última hora de una mafia desesperada. Las autoridades indígenas de los 48 cantones exhortaron a la calma y al mismo tiempo emplazaron a los integrantes de la legislatura a resolver su crisis en un tiempo perentorio. Mientras tanto, la presión de la comunidad internacional en defensa de la democracia se hizo sentir con fuerza. Finalmente, el Congreso quedó compuesto de cualquier manera y el presidente Bernardo Arévalo pudo dirigirse al Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias a jurar el cargo. Su esperado mensaje al pueblo congregado en la plaza central, que habría debido realizarse entre las 16 y las 18 horas, tendrá lugar, en el mejor de los casos, por ahí de las 22.
Desafíos y compromisos
El gobierno que al fin está por arrancar, según parece, tiene por delante desafíos formidables. Tiene el compromiso de no fallarle a ese movimiento de insurrección electoral que le entregó la jefatura del Estado y que va a mantenerse vigilante del cumplimiento de las promesas de cambio, pero tiene también la difícil tarea de administrar correctamente la bendita ruptura del bando oligárquico y de alinear en su proyecto a sectores empresariales y políticos que hasta hace no mucho confundían redistribución con comunismo. Lo cierto es que la asunción de la dupla Arévalo-Herrera no es vista con la sosegada esperanza de un gobierno mejor, sino con la convicción generalizada de que ha iniciado una nueva era en Guatemala, sentimiento que corre el riesgo de la desilusión precoz. Eso por no mencionar la ferocidad con la que los derrotados buscarán obstaculizar y deponer a la dupla Arévalo-Herrera por vías judiciales y legislativas.
Y además, a esta hora –20:45–, Arévalo ni siquiera ha podido pronunciar su esperado mensaje a la muchedumbre que lo espera, festiva, harta y expectante, en la Plaza de la Constitución.