i bien hubo grandes avances para la humanidad, el continente y el país en 2023, como expusimos con datos duros en nuestra colaboración de cierre de año, también hay enormes desafíos para todos los seres humanos en el año que recién hemos iniciado. Los bienes de cultura y felicidad de este mundo están muy lejos de ser una conquista compartida en los cinco continentes.
El primer desafío es cuidar la casa común, nuestro planeta Tierra. Frenar el cambio climático, cuyos efectos devastadores ya vimos en Acapulco y en varios puntos del orbe. La fórmula: que todos los países reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono, especialmente los que más contaminan, las naciones industrializadas.
El segundo reto es poner fin a las confrontaciones bélicas, atizadas en tiempos de la posguerra fría tanto por resortes ideológicos y reacomodos del poder, como por razones culturales profundas, casos de la guerra Rusia-Ucrania, iniciada en febrero de 2022, y apenas en octubre del año pasado, la confrontación entre Israel y una facción de Palestina.
Ni ha cesado del todo la confrontación histórica entre los restos del mundo socialista con el bloque capitalista, visto el apoyo descomunal, económico y logístico, de las potencias de Occidente a Ucrania, ni se han resuelto las diferencias milenarias entre naciones con fronteras difusas como en regiones del Medio Oriente.
Este último conflicto, lejos de apuntar a una solución inmediata, se ha exacerbado. Apenas la primera semana del año el asesinato de un alto dirigente de la organización Hamas en Líbano y la muerte de decenas de personas por las explosiones en Irán amenazan con poner al Medio Oriente al borde de una guerra regional, un conflicto que podría involucrar a Estados Unidos.
En materia económica, si bien hay logros tangibles en el mundo, como los expuestos en un análisis de fin de año en el New York Times, en indicadores tan importantes como la erradicación de enfermedades letales y la extensión de la esperanza de vida, especialmente en los niños, también hay graves asignaturas pendientes.
Concretamente, el analista Nicholas Kristof señala que los avances de la ciencia, la extensión de las redes de agua potable y la solidaridad internacional, incluidas fundaciones privadas, han hecho posible la erradicación de graves enfermedades como la polio, el gusano de Guinea, el tracoma, y se desarrollaron nuevas vacunas contra el virus respiratorio sincitial, la malaria, y nuevas técnicas de edición genética que permiten tratar la anemia drepanocítica y varios tipos de cáncer.
Concatenado con el abatimiento de las enfermedades, en 2023 sólo 3.6 por ciento de niños en el mundo murieron antes de cumplir 5 años, lo que en términos absolutos equivale a 4.9 millones, un millón menos que en 2016.
Sin embargo, no estamos ante una batalla ganada en materia de promoción del desarrollo y combate a la pobreza, pues 8 por ciento de la población mundial sigue estando en situación de pobreza extrema, en términos del parámetro utilizado por el Banco Mundial, de ingresos menores a 1.9 dólares por día.
En el renglón de la desigualdad social, es un dato oprobioso, y un desafío para la humanidad, el revelado la semana pasada por la organización Oxfam: el uno por ciento más rico de la población mundial ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 (42 billones de dólares), dejando un tercio a 99 por ciento de la humanidad.
El informe diagnostica que: la presente década se perfila como la mejor de la historia para los mayores capitalistas del mundo, una época dorada de bonanza económica para los más ricos del mundo
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Finalmente, a raíz de la propia pobreza y la desigualdad social, los flujos migratorios no cesan en el mundo, al tiempo que se han recrudecido las actitudes y políticas ultraderechistas y neofascistas de rechazo a quienes sólo buscan una mejor condición de vida en los polos de desarrollo, especialmente del sur al norte.
En Estados Unidos, si bien hay fuertes corrientes de hospitalidad y comprensión sobre la naturaleza esencialmente social del fenómeno migratorio, hay otro sector que ha comenzado a utilizar un lenguaje que creíamos superado como el de hablar de un envenenamiento de la sangre nacional
por parte de quienes provienen de regiones rezagadas en sus ritmos de desarrollo: No sólo en Sudamérica. No sólo en los tres o cuatro países en los que pensamos. Están llegando a nuestro país de todas partes del mundo: de África, de Asia, de todo el orbe
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El argumento esgrimido es una desastrosa invasión de extranjeros
, lo cual, sin desestimar las cifras recientes, no es un dato fundado, pues el número de migrantes como porcentaje de la población estadunidense no es el más alto de la historia de ese país. De hecho, el porcentaje actual está por debajo de lo que era en las décadas de 1890 y 1910, según el Pew Research Center. Estados Unidos siempre ha sido una nación de migrantes, y lo sigue siendo.
En suma, hay avances notables, pero también grandes desafíos para el mundo en este 2024. El calentamiento global, el resurgimiento de la guerra, con un cada vez mayor potencial destructivo, la persistencia de amplias franjas de pobreza, la desigualdad social agudizada y la consecuente migración internacional de sur a norte, son retos que deben asumirse con resolución, a escala global y sin distingos ideológicos, para construir un mundo más habitable, solidario y humano.