Imposiciones animalistas
n primer lugar –escribe un lector–, quiero felicitarlo por su columna en La Jornada. No me la pierdo. Me parece muy necesaria por sus reflexiones. Si me lo permite, quiero exponerle algunas objeciones a la de hace unas semanas en la que usted cita a un lector y éste afirma que: ‘Un mundo donde los derechos de los animales superan a los de los humanos’ a manera de denuesto. Entiendo el sentido del texto; sin embargo, esta frase es inmensamente desafortunada por varias razones: 1) Los humanos somos animales. La dicotomía humanos/animales, además de falsa desde un punto de vista biológico, pone a los animales de otras especies en el lado de los perdedores, de los oprimidos, de los excluidos (hombres/mujeres, blancos/negros, civilización/barbarie, etcétera.), lo cual es ya inaceptable desde un punto de vista moral. 2) A los animales de otras especies aún no se les reconocen derechos positivos, sólo morales, mismos que la zooética y la filosofía moral han argumentado y fundamentado desde hace años de manera muy sólida. Sin embargo, la ciencia jurídica aún está a la zaga de este gran avance filosófico, también fundamentado en las neurociencias, la etología, la bioética, entre otras. 3) Ya es inaceptable desde un punto de vista ético que a nuestros hermanos de otras especies se les siga considerando seres vivos sintientes inferiores
a riesgo de caer en el prejuicio especista y en un deletéreo antropocentrismo. Ojalá el lector citado y usted se den cuenta de que es profundamente discriminatorio tratar a los seres sintientes de otras especies como si sus vidas fueran de menor valía que la humana. Esta ideología supremacista ha llevado al planeta a casi sus límites para perpetuar la vida. Toda la vida y no sólo la de una especie más entre todas las miles y miles que existen y que tienen el mismo derecho a desarrollarse como la humana”, concluye.
Hay que matizar, empero, ante el animalismo a rajatabla. Encuentro un añejo apunte bíblico-escolar: La crueldad es innata en el hombre y contra ella nada ha podido ninguna civilización y menos alguna religión, por revelada que se pretenda. En todo hombre palpita un coeficiente de crueldad de carácter atávico, más o menos latente, como herencia de Caín
. Mientras a la luz de una lámpara leía aquella apurada caligrafía, confieso haber matado a por lo menos media docena de sintientes pero voraces zancudos. Perdóname, universo.