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Tanto monta, monta tanto: Feijóo-Abascal como Milei-Macri
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ólo reinterpretando el pasado se explica el presente. Las derechas en Europa y América Latina comparten un fondo común, su desprecio a la democracia. Tras la derrota militar del nazifascismo en 1945 nació un pacto: el constitucionalismo republicano, asentado en el estado del bienestar. Con la caída del muro de Berlín, las sutilezas del consenso de gobernabilidad se fueron al traste. La derecha tomó la iniciativa y hasta hoy. Sobre una ideología libertaria antiestatista, belicista y profundamente anticomunista, se levantó el mundo de posguerra fría, asentado en el mito de una economía y sociedad de mercado. En este contexto crecen los gobiernos progresistas de primera generación. Crisis va, crisis viene, el progresismo se ató a gestionar privatizaciones, promover la reforma del mercado laboral, y alentar la apertura financiera y comercial. Políticas asistencialistas sustituyeron las políticas redistributivas. Subvenciones para pobres en medio de una guerra contra las clases trabajadoras y sus organizaciones sindicales. La criminalización de la protesta social acompañó la mutación de la derecha, que contó con la inestimable colaboración de los progresistas, más preocupados por ganar elecciones que construir un proyecto alternativo a la economía de mercado.

Refundar el Estado fue la premisa. En el horizonte, el modelo pinochetista. Thatcher, Ronald Reagan, Felipe González, De la Madrid, Salinas de Gortari, Menem, Cardoso, por citar algunos, miraron hacia Chile. La trilateral, el consenso de Washington y la OTAN les dieron su cobertura. Bajo el paraguas de la libertad de mercado, los gobiernos, progresistas o no, siguieron el plan trazado por los organismos internacionales, incluidos los ex países del Este de Europa. La democracia con contenidos sociales, económicos, culturales y étnicos, pasó a ser considerada un mal compañero de viaje para impulsar la economía de mercado y la libertad del capital. Si los derechos humanos tenían sentido, también deberían protegerse los derechos del capital para circular libremente y sin ataduras. Menos los emigrantes, la fuerza de trabajo, el capital podía circular sin cortapisas.

A medida que se avanzó en la propuesta neoliberal, sus consecuencias se hicieron notorias. Desigualdad, pobreza y exclusión social. Un proceso de despolitización y desideologización hizo posible la cuadratura del círculo. La política perdió fuelle, las élites en el poder se reciclaron. Nueva derecha y antipolítica se dieron la mano. Actores desconocidos tomaron el relevo y se adueñaron de los partidos de la derecha tradicional, cuando no crearon los suyos. Berlusconi, Trump, Piñera o Lasso. En el siglo XXI, los carteles del narcotráfico, el crimen organizado, el complejo industrial-militar-financiero y la fuerza de las iglesias, les acompañan. Sin la visión mesiánica que les define, es imposible entender la mutación de las nuevas derechas a escala mundial. Son éstos, los antecedentes que permiten entender el triunfo de Milei en Argentina, las acciones de la derecha española o la propuesta involucionista que sacude el mundo. Racismo, xenofobia, dan pie a la necropolítica. Las derechas, ganen o pierdan, en el gobierno o la oposición, tendrán la misma actitud: instrumentalizar del Estado, desmantelar las políticas sociales, unidas a un rechazo a las políticas de igualdad de género, el negacionismo climático, apoyados en una agitación del miedo, el dolor y las emociones. El coctel perfecto para el renacer del totalitarismo neofascista.

Si en España, el PSOE ha logrado configurar un gobierno de coalición con el apoyo de todos los grupos parlamentarios para detener a la derecha, es sólo un espejismo en el corto plazo. Feijóo y Abascal, el Partido Popular y Vox, no desistirán hasta recuperar el Ejecutivo. Cuentan con el apoyo de las trasnacionales, el capital financiero, la banca, el Poder Judicial, y los poderes fácticos. Tienen en su haber un discurso apocalíptico: España se rompe. Asimismo, la desideologización ha transformado a la juventud en su principal aliado y fuente de votos. Algo impensable en los años 60 y 70 del siglo pasado. No nos engañemos, en España se vive un tiempo de descuento. La legislatura estará salpicada de un boicot general en todas las instituciones, haciendo hincapié en la traición y origen espurio del gobierno, para lo cual cuenta con la inestimable cobertura de Felipe González, Alfonso Guerra y los ex cargos públicos del PSOE, aliados con la derecha de Aznar y Abascal. Mientras, en Argentina, la derecha también se une. No hay que pensar mucho. Los votantes de Milei son el resultado, igualmente, de la antipolítica, el malestar social, el manejo de redes y el control mayoritario de los medios de comunicación. Macri da su apoyo, sabiendo que sin su participación Milei no podrá formar gobierno.

Hoy la derecha cosecha los frutos sembrados desde los años 80 del siglo pasado. Controlar la conciencia y la capacidad de pensar. El cibercapitalismo, la pandemia y la pérdida de referentes políticos en una izquierda asentada en el mito de la economía de mercado, pero progresista en lo político, completan el cuadro. Por ello, centrar el debate en la personalidad de los gobernantes, llámense Bolsonaro, Katz, Milei, Trump, Meloni, Orbán, Putin o Marine Le Pen, es no entender las bases sobre las cuales triunfan en las elecciones. Tal vez, deberíamos preguntarnos: ¿por qué una parte destacada de la juventud, las mujeres, los jubilados o representantes del mundo LGBT+ le brindan su apoyo, cuando en sus programas les restan derechos? La respuesta no es simple, pero hay buscarla en la deserción de la izquierda a ser izquierda. La derecha no tiene escrúpulos para patrocinar fraudes, golpes de Estado, magnicidios con tal de gobernar. Concederle como denominación de origen su carácter democrático, es un eufemismo. Tanto monta, monta tanto, derecha como extrema derecha. A los hechos me remito.