n 1980, el entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, inició la construcción de Ciudad Renacimiento para albergar a 100 mil habitantes que vivían en las laderas que rodean al puerto y que son muy frágiles. Ya no habría más asentamientos irregulares, pues en su nuevo hogar tendrían todos los servicios públicos, mejor calidad de vida y estarían protegidos contra desastres naturales. El siniestro Figueroa, que nos avergonzó ante el mundo en el documental El señor Gobernador, producido por reporteros de Francia, sostuvo que su obra sería ejemplar.
No fue así. El huracán Paulina categoría 4 azotó Acapulco el 7 de octubre de 1997 y causó muchos daños en edificios, vías de comunicación, puentes y servicios de energía eléctrica y telecomunicaciones. Además, una avalancha en las laderas de las montañas cercanas, nuevamente ocupadas por familias pobres, causó la muerte de decenas de personas, heridos y desaparecidos. Las autoridades dijeron que hubo 136 muertos. Fueron más de 400 y quedaron sin hogar 20 mil familias.
El presidente Zedillo estaba de gira por Alemania y la suspendió para coordinar los esfuerzos en pro de los damnificados. Pero mientras besaba a los bebés y a las señoras mayores ante las cámaras en un centro de refugio, cientos de vecinos hambrientos lo increparon por el caos que se vivía tras el paso de Paulina porque no llegaba la ayuda indispensable. Nunca se vio a Zedillo tan fuera de sí como esa vez.
Se prometió entonces reconstruir bien donde hubo daños, no permitir nunca más asentamientos irregulares en áreas críticas y hacer lo necesario para que la ciudad estuviera preparada para enfrentar los desastres naturales; con el mínimo de víctimas en la población y daños en sus hogares, en la infraestructura pública y las actividades económicas. Que no faltara agua potable, alimentos y suministros médicos. Se contaría con sistemas modernos de alerta temprana, protección civil y respuesta eficaz antes y después de un desastre natural. Y, sobre todo, coordinación entre gobierno y ciudadanía.
Nada se cumplió. El 13 de septiembre de 2013 el huracán Manuel categoría 1 golpeó a Acapulco cuando había más de 40 mil turistas. Junto con miles de habitantes locales, se refugiaron en albergues; importantes vías de comunicación quedaron afectadas mientras en los hoteles y supermercados racionaron el agua y la comida para evitar la especulación. Acapulco quedó aislado. Aunque era día festivo por la Independencia nacional, el presidente Enrique Peña visitó la ciudad y prometió que se realizaría un censo para tener el número exacto de damnificados y ayudarlos. Se denunció saqueo y especulación de víveres en Acapulco y en otras poblaciones afectadas.
Se calculó que para reparar todo lo que destruyó Manuel se requerían 368 millones de dólares. El secretario de Hacienda, Luis de Videgaray, aseguró que en el fondo de desastres había recursos suficientes para la reconstrucción allí y en otras entidades también afectadas por las tormentas. El número de víctimas mortales fue de 106 en Acapulco y otras poblaciones de Guerrero.
Otra vez se prometieron medidas para enfrentar los desastres naturales. Y, como con Paulina, la reconstrucción se hizo mal y se prestó a una creciente especulación inmobiliaria de la mano de la corrupción en las instancias oficiales, con nuevos asentamientos humanos en sitios de muy alta fragilidad y condominios construidos con materiales de pésima calidad. Crecieron las colonias dormitorio, donde viven quienes laboran en las actividades económicas de Acapulco, muy destacadamente la turística.
Así termino el sexenio anterior. En el actual, nada se hizo para enmendar lo mal hecho o tomar las medidas adecuadas para prevenir o reducir los daños de un huracán. Cero desarrollo urbano y rural integral, más corrupción e ineptitud de las instancias locales y estatales. Y Ciudad Renacimiento, un desastre.
Otis, con toda su destrucción, mostró lo demás que no pongo aquí por falta de espacio. Ahora los funcionarios anuncian planes para recuperar Acapulco, pero sin propuestas para evitar los vicios del pasado, sólo las mismas fórmulas que ya fracasaron, con los mismos funcionarios incompetentes y con más pobres que antes.