n una nota de su edición de ayer, el diario estadunidense The Washington Post afirmó que la destrucción de las dos ramales del gasoducto Nord Stream, que abastecía gas ruso a varios países europeos, el cual fue volado con explosivos en dos de sus tramos en septiembre de 2022, fue coordinada por el coronel ucranio Roman Chervinsky, quien sirvió en los cuerpos especiales y tenía profundos vínculos
con los servicios de inteligencia de su país.
Desde marzo del presente año, The New York Times dio a conocer, citando fuentes del espionaje estadunidense, que el sabotaje fue realizado por grupos pro ucranios
, y en agosto pasado Der Spiegel publicó una información similar.
Cabe recordar que la autoría del atentado ha generado numerosas especulaciones y la acción criminal ha sido atribuida a los gobiernos de Gran Bretaña, Estados Unidos y Ucrania. Algunas fuentes occidentales incluso culparon de la voladura a Moscú, una acusación a todas luces disparatada, toda vez que con el atentado Rusia perdió por partida doble: porque su gobierno es accionista mayoritario de la empresa propietaria de esa obra y porque con su destrucción se ve imposibilitada de vender su gas a las naciones de la Unión Europea.
Pero no son los rusos los únicos que se vieron afectados por el sabotaje al Nord Stream: la población europea, en general, sufrió fuertes incrementos en el precio del gas, en tanto que el medio ambiente planetario resintió la liberación a la atmósfera de más de 14 millones de toneladas de metano, un gas de efecto invernadero capaz de incidir en el calentamiento global.
De hecho, en los registros realizados por una estación meteorológica noruega después del ataque, se consigna un brusco incremento de mil 800 a 2 mil 200 partes por billón del metano atmosférico.
No debe soslayarse, por otra parte, que en febrero del año pasado, poco antes de la invasión rusa a Ucrania, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cuyo gobierno es el principal sostén político, financiero y militar del gobierno de Kiev, amenazó a Alemania, que era el más importante consumidor de gas de Rusia, con interrumpir ese suministro en caso de que tal acción militar se concretara. Diversas investigaciones periodísticas han señalado desde entonces la mano de Washington tras el sabotaje.
Hayan sido buzos estadunidenses o militares ucranios, o ambos, quienes colocaron los explosivos en los ramales del Nord Stream, resulta difícilmente comprensible que las corporaciones policiales y de inteligencia de los países afectados por el sabotaje –principalmente, Alemania, Noruega, Dinamarca y Suecia– no hayan sido capaces de identificar a sus autores.
Es más lógico pensar que los gobernantes de la Unión Europea saben perfectamente quién o quiénes cometieron este crimen, que han optado por callar para evitar desavenencias en su cada vez más tambaleante alianza en apoyo a Ucrania y que se han inclinado por el encubrimiento y la impunidad, dejando de lado los graves impactos del sabotaje en las poblaciones de sus países y en el medio ambiente planetario.