Sábado 28 de octubre de 2023, p. a12
Desde el primer compás, el nuevo disco de Víkingur Ólafsson vierte poesía: las Variaciones Goldberg, uno de los referentes de la música de todos los tiempos, en sus manos se convierte en manantial.
Del primer toque de sus dedos sobre el teclado se desprenden géiseres. Uno puede distinguir de inmediato si quien está sentado frente al piano es artista trascendente, y también al intérprete en turno; por ejemplo, el toque inicial de Glenn Gould, el protagonista por antonomasia de esta partitura monumental, es inconfundible e imbatible. También es distinguible el sonido de András Schiff, pues resulta insuperable. El de Keith Jarrett anuncia auroras boreales. Porque el imaginario está lleno de esta obra monumental y sus muchas versiones discográficas.
Las Variaciones Goldberglas llevamos muchos tatuadas en el alma. Forman parte de nuestras personas. Es tan poderosa partitura que llega a nuestra mente en el momento en que más la necesitamos. Las glosadas por Gould suenan completas en nuestra memoria y ya que dije memoria, una partitura que nos sabemos así suena en este nuevo disco asombrosamente nueva, diferente, le nacen detalles, pliegues, susurros que nunca habíamos escuchado. Así de excelsa es la versión del joven islandés Víkingur Ólafsson.
Las Variaciones Goldberg datan de 1741, con el título original de Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados. Johann Sebastian Bach la compuso en Leipzig como parte de sus cuadernos de ejercicio para expertos; uno de ellos, para empezar, fue su alumno Johann Gottlieb Goldberg, de ahí el nombre de la partitura.
Hay una leyenda en torno a esta obra: se dice que la encargó el conde Hermann Carl von Keyserlingk para amenizarle sus insomnios. Lo cierto es que, efectivamente, la escucha de esta obra brinda un estado de serenidad, orden mental, alegría y contento.
Los Klabierübung de Bach son ejercicios para teclado destinados a aficionados competentes y exigentes
, y era práctica común del compositor, dado que en su época los autores vivían de la venta de sus obras en papel, para consumo casero, es decir, para que los aficionados tuvieran materiales interesantes para practicar en casa, costumbre perdida hoy en día, cuando la música es un aditamento y no una práctica creativa, salvo en los escuchas activos, cuya virtud consiste en vivir la música, no en deglutirla.
Las Variaciones Goldberg poseen una lógica asombrosa, un orden apabullante y un encanto irresistible. Su naturaleza intrínseca es la improvisación. Johann Sebastian Bach fue un gran improvisador en el teclado. Y ese carácter prodiga diferencias muy interesantes entre todas las muy numerosas grabaciones discográficas que se han acumulado a la fecha. Es por eso que la grabación de Keith Jarrett destaca de inmediato porque las Variaciones Goldberg son referentes imprescindibles en la lógica de todos los conciertos en vivo, registrados en disco, que hizo Jarrett durante muchos años, sentado frente al piano sin un plan predeterminado para elaborar construcciones gigantescas de sonidos, a partir de la nada.
Las dos versiones que grabó Glenn Gould permanecen como el referente por excelencia: nadie como él profundizó en la importancia, dimensión y trascendencia de esa obra. Significó su simetría, escaló sus alturas, escudriñó sus secretos, iluminó por entero la obra, como un sol sobre un plano o mapa muy antiguo.
La primera de sus versiones la realizó muy joven, con todo el ímpetu, cual potro salvaje. La segunda la hizo antes de morir. La diferencia de duración entre una y otra es impresionante: 13 minutos más dura la grabación de 1981 respecto de la primera, de 1955.
Siempre es un ejercicio de plenitud sentarse a escuchar ambas versiones de Glenn Gould: la agilidad de colibrí de la primera frente al movimiento lento, lentísimo, de la segunda. Exactamente como el vuelo del colibrí: se mueve tan rápido que parece que no se mueve.
La segunda grabación, como la primera, está llena de guturaciones de Glenn Gould, quien canturreaba mientras tecleaba, y se escucha en ambas el rechinido de su sillita remendada con trapos, que le regaló su papá cuando niño y que conservó en todos sus conciertos y grabaciones hasta el último suspiro.
Hay videos en YouTube que recomiendo. Solazarse en los detalles: mientras la mano izquierda de Glenn Gould descrucifica teclas, la derecha danza como grulla por encima de su cabeza y él canturrea, su silla rechina y la música de Bach mueve cortinas.
Dije mano izquierda: la versión más nueva, en todos sentidos, de las Variaciones Goldberg, se la debemos al joven islandés Víkingur Ólafsson, y es un prodigio. Recomiendo centrar la atención del oído en su mano izquierda: observaremos con claridad cómo esa mano crea una obra que parece autónoma de lo que está haciendo la mano derecha, pero en realidad está construyendo, con su mano pareja, un edificio gigantesco, una pira amable, una pirámide antigua, el Vesubio, el Olimpo.
Las Variaciones Goldberg consisten en una melodía central, la célebre Aria, de la que se desprenden 30 variaciones y una repetición al final del Aria.
La lógica matemática que siguió Bach es la siguiente: luego de cada tres variaciones, aparece un canon (imitación entre dos o más voces separadas por un intervalo temporal) , en orden ascendente siempre: la tercera variación conlleva un canon al unísono y así sucesivamente; la sexta es un canon a la segunda, la novena es un canon a la tercera, hasta llegar a la variación 27: un canon a la novena. La última variación es una sorpresa: ya no es un canon, sino un quodlibet (diferentes melodías en contrapunto). También, hay dos episodios compuestos en formato fuga: el 10 y el 22, dispuestos simétricamente en el edificio sonoro, y en la variación 16 hay, además, un eje, a manera de obertura, semejando una estructura ternaria a gran escala pero escondida.
Es un laberinto.
En las manos del islandés, la variación 21 consiste en gotas que caen sobre el estanque; la 30 discurre a velocidades sorprendentes: va rápido pero despacio, es decir: el desplazamiento es muy seguro, fugaz pero permanente, etéreo pero material, firme pero suave.
Víkingur liga, como ideó Bach, todas las Variaciones ostentando una línea de bajo que unifica el todo, que parece una melodía que nunca desaparece, pero es una cualidad de las obras de arte que llegan a lo perfecto: no hay una melodía común, pues siempre varían (de ahí el nombre de la partitura), pero mantienen un tema constante. He ahí su magia.
Si seguimos con nuestra atención plena en la mano izquierda de Víkingur, observaremos cuadros de Escher, amaneceres, aguas danzarinas, danzas fantásticas. Un ballet. En la variación 19 vemos claramente a una bailarina escapada de un óleo de Degas y en la anterior escuchamos con nitidez una sonora carcajada, semejante a las que escribió Volfi Mozart en sus partituras.
Enjambres de notas, parvadas de notas. Manantiales.
Escuchar las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach interpretadas por Víkingur Ólafsson al piano es una experiencia curativa, serena, apaciguadora. Un bálsamo para los momentos difíciles.
En X, antes Twitter: @PabloEspinosaB