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Nosotros ya no somos los mismos

Una de muchas anécdotas de un antiguo priísta // Larga trayectoria en el gobierno // El mote del miedo // En viaje de placer, pero sin mentiras

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▲ Gobernador de Coahuila entre 1981 y 1987, De las Fuentes llegó a ser doctor en derecho y funcionario de varias administraciones del antiguo régimen.Foto La Jornada
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ese a que durante los 91 años de su vida fue un hombre popular y bien conocido, pues los cargos que ocupó en los tres poderes de gobierno fueron innúmeros y de gran importancia, estoy convencido que ha sido el personaje del que menos la gente que hablaba de él conocía su nombre de pila: José de las Fuentes Rodríguez. El apelativo asignado desde temprana edad terminó por incinerar al nombre que sus padres le habían signado: El Diablo. Este sobrenombre, repercutió en toda su prole. El Diablo De las Fuentes fue un aplicado estudiante de leyes, ávido de conocimientos específicos para llegar a ser un exitoso profesionista, pero carente de toda idea de compromiso social. Malísimo orador de tribuna, pero en corto, ameno y dicharachero. Siempre informado sobre lo que era lo suyo, es decir, la política. Pragmático absoluto, pero también derecho en su comportamiento, militó en el PRI toda su vida y fue dos veces diputado federal. Pero no quiero seguir con su larga trayectoria porque inevitablemente caería en los puntos negros de la inmensa mayoría de hombres y mujeres dedicados al quehacer político, y estas letras son tan sólo para relatar una anécdota que, cierta o semicierta, nos abre una rendija para conocer algunos incidentes que se dan en la penumbra de los entretelones de la vida política nacional… ¿Y por qué me limito a nuestro país? ¿Que los políticos gringos, los rusos o los franceses serán transparentes?

Pues resulta que un día el gobernador coahuilense se cansó, se aburrió, se hartó del trabajo cotidiano y decidió otorgarse unos días de solaz esparcimiento. Sincerote como era, reconoció que lo suyo no era no eran los maravillosos lugares coahuilenses como Cuatro Ciénegas, sede de uno de los microuniversos acuáticos más sorprendentes del mundo, sino el mundo del momento: Las Vegas. Allí decidió descansar de la pesada carga que el pueblo de Coahuila le había impuesto: ser su gobernador. Adelantémonos al primer día del cruel regreso. El gobernador citó a una reunión urgente a su gabinete y dijo: Hay un solo punto que tratar el día de hoy. Todos tendrán oportunidad de expresar su opinión y lo único que les pido es que ésta sea la pura verdad. Nada de darme coba como es su costumbre y cuentearme como si no los conociera a cada uno mejor que ustedes a sí mismos. El asunto es muy simple y claro: ¿Cuáles han sido las reacciones que han tenido las viejas rezanderas y los agachones de sus maridos y los personeros y dizque líderes de todos los sectores sociales? Vamos a ver, cabezón, tú que presumes que ni la FBI está mejor informado que tu oficina, contéstame. Pues mire señor gobernador –comenzó a decir–, desde el día que se fue las cosas cambiaron: ni gente venía a las oficinas. Decían que pa’ que, pues si usted no estaba, nada se resolvía. Déjalo, allí déjalo, lo interrumpió el mandatario. A ver tú, ¿qué razones le diste a los reporteros y a los conductores de los noticieros de mi viaje? Elaboramos –contestó ampuloso el director de medios– una estrategia comunicacional específicamente diseñada para que no sólo en el estado sino en el país se conozca y se valore su visión y su esfuerzo por convertir a Coahuila en la locación más importante del país… ¡Con un carajo! –Le interrumpió el gobernante, dando un fuerte manotazo sobre la mesa–. Nunca creí que fueran tan pendejos como para pensar que yo lo era mucho más que ustedes y que me podían engañar. Yo sí sé que la ridícula popofería local ha echado a correr una serie de denuncias en contra de mi viaje de trabajo: que en mi suite había más damas del tubo que en el escenario del Cesar Palace. Que renové mi vestidor con la línea de trajes de Ermenegildo Zegna, que mis zapatos ya sólo son Ferragamo. Que durante estos días solamente nos alimentábamos con langosta y Dom Perignon o con Dom Perignon y langostinos. Y bueno, tienen todo el derecho para hacerlo, pero eso sí, que se cuiden de levantarme falsos, esparcir infundios y propagar falsedades, porque entonces sí, les juro que se les aparece El Diablo.