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¿La fiesta en paz?

Antonio Velázquez, ¿qué le hicieron a tu fiesta? // Emiliano Losornio, una encerrona improcedente

E

n los tiempos actuales, ¿un torero como el leonés Antonio Velázquez habría podido ser figura de los ruedos? Su valentía, que rebasó toda lógica, ¿convencería a un empresariado que se sueña partidario de diestros como clásicos? Su temeraria tauromaquia, ¿asustaría a los públicos o estos abarrotarían las plazas al anuncio de su nombre? El toro de la ilusión, no de la emoción, que hoy prevalece, ¿admitiría el arrojo macho de Antonio o los promotores lo pondrían a hacer antesalas? El juarismo taurino o desde abajo llegar hasta la cumbre, ¿es un mito?

Estas y otras preguntas me hacía cuando al concluir el paseíllo de la quinta novillada en la plaza Arroyo, hijos y nietos del matador Antonio Velázquez dieron la vuelta al ruedo con motivo del 54 aniversario de su fallecimiento, tan absurdo e ilógico como la vida, un 15 de octubre de 1969, cuando aquel cuerpo cosido a cornadas y nutrido de un espíritu superior tropezó con una varilla mientras mostraba arreglos a algunos invitados, cayendo desde la azotea de su casa.

De tez morena, mediana estatura, algo cascorvo y rostro bondadoso más que apuesto, Antonio corazón de león, como le apodara el cronista Carlos Septién García, estremecido tras su increíble faena, cubriendo los tres tercios, al fiero Cortesano de Torreón de Cañas, hasta arrebatarles la Oreja de Oro a Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Bienvenida y Procuna, el 28 de febrero de 1945, en el Toreo de la colonia Condesa, llena hasta la bandera de un público que se le entregó y lo consagró como representante de la mejor mexicanidad torera, este Antonio derrochó valor ante la vida y frente a los toros de aquí y de allá −en España toreó más de 50 corridas−. La tarde de su alternativa, lejos de amargarse por los clamorosos triunfos de Armillita y Silverio, ello le sirvió de estímulo para sobreponerse a todos y a todo, incluida aquella espantosa cornada que casi le quita la vida, cuando el pitón derecho de Escultor, de Zacatepec, le destrozó el paladar, la lengua y los maxilares, el 30 de marzo de 1958 en el Toreo de Cuatro Caminos. Para su reaparición, casi cinco meses después, en Ciudad Juárez, Velázquez escogió el mismo terno de la tragedia y comentó: Los trajes de luces no dan cornadas. Los toros fueron de La Punta, no de la ilusión, y a su segundo le cortó el rabo. ¿Dónde se puede adquirir el libro Antonio Velázquez corazón de león, escrito por su hijo Antonio?

En esa quinta novillada en Arroyo se lidió un bien presentado encierro de Antonio de Haro, y tres de las cuatro reses mostraron transmisión, clase, recorrido y repetitividad, por lo que debieron haberse ido por lo menos sin una oreja, pero los jóvenes Soriano, Magaña y Castañeda sólo pegaron pases a prudente distancia, fallando además con la espada. Y César Ruiz, el novillero que había causado sensación en sus dos anteriores presentaciones por su personalidad, variado repertorio y entrega, pechó con el novillo menos propicio. No obstante, supo lucirse con capa, banderillas y muleta, dejando de nuevo buen sabor de boca.

Entonces, anteponiendo particulares criterios, lo que debió haber sido un mano a mano natural entre Emiliano Losornio y César Ruiz por su contraste de estilos, probada competitividad, estímulo recíproco y reiterada aprobación del público, la empresa decidió que la novillada de triunfadores fuera una encerrona de Losornio y un concurso de ganaderías, lo que resultó un desfile de mansos, excepto el de Haro, y una frustración para el elegante novillero. ¿Qué necesidad?, diría el clásico.