l jueves falleció Carlos Antonio Romero Deschamps, dirigente del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) de 1993 a 2019. Su muerte representa un triunfo para la impunidad al exentarle de manera definitiva de rendir cuentas por los incuantificables desfalcos que perpetró o consintió en su dilatada carrera como líder gremial y legislador. Es imposible reseñar todos los actos de corrupción en los que participó, pero se estima que amasó una fortuna de cientos de millones de dólares, absolutamente inexplicable a partir de sus ingresos legales. Sólo sus propiedades inmobiliarias conocidas suman más un centenar de millones de dólares, y además poseía tres yates, autos de lujo y otros signos de ostentación. Tanto él como su familia se distinguieron por el descaro con el que presumían su tren de vida principesco, por lo que se convirtió en el más conspicuo emblema de la descomposición del régimen priista.
Romero Deschamps fue un producto y un paradigma del neoliberalismo. Carlos Salinas de Gortari lo llevó a la dirigencia del sindicato de Pemex como parte de su programa de implementación del entonces nuevo modelo económico, y su complicidad fue clave para los tres presidentes priistas y los dos panistas que operaron el desmantelamiento de Pemex y la entrega del negocio petrolero a capitales nacionales y foráneos, en muchos casos, con flagrantes conflictos de intereses. Alternando el reparto de dádivas con el uso de la fuerza, él y su camarilla mantuvieron sometidos a los trabajadores mientras los gobernantes del ciclo neoliberal desguazaban a la empresa del Estado y la utilizaban como una fuente inagotable de recursos para el enriquecimiento personal y el control político.
El Revolucionario Institucional lo vio crecer como cuadro del sindicalismo charro y lo premió por sus servicios (como los mil 800 millones de pesos desviados a la campaña electoral de Francisco Labastida en el año 2000) llevándolo a la Cámara de Diputados en tres ocasiones y a la de Senadores en dos. Aunque el Partido Acción Nacional ha profesado desde su creación un furibundo antisindicalismo, y durante décadas fue el más acerbo crítico del enriquecimiento de los líderes gremiales afiliados al PRI, la alternancia partidista no supuso ninguna amenaza para el veterano dirigente: una vez en el poder, el panismo mostró que sólo le interesaba perseguir y criminalizar a los trabajadores democráticos, mientras con los caciques más impresentables se acomodó fácilmente a una connivencia de mutuo beneficio.
Fue hasta el presente sexenio cuando la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), a través de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) y el Servicio de Administración Tributaria (SAT), comenzó a investigar la escala de la corrupción de Romero Deschamps y a informar a la sociedad acerca de las operaciones financieras realizadas por él y su familia. Así se supo que él, su esposa y sus hijos recibieron depósitos y realizaron transferencias por cientos de millones de pesos en un periodo de pocos años, además de construir una red de empresas mediante las cuales se adjudicaron contratos con entidades públicas y presuntamente lavaron dinero procedente de operaciones ilícitas. Se reveló, por ejemplo, que su hija Paulina Romero Durán gastó más de 20 millones de pesos con una tarjeta bancaria en menos de dos años. Sin embargo, estas indagatorias nunca se concretaron en una judicialización de los múltiples delitos del infame líder ni en su presentación ante la justicia.
La zaga de Romero Deschamps debe ser un recordatorio permanente tanto de la corrupción intrínseca del neoliberalismo como de la profundidad y la extensión de la red de complicidades entre funcionarios públicos, fiscales e integrantes del Poder Judicial que permitió a este tipo de personajes permanecer impunes y burlar la ley durante décadas, con fortunas malhabidas que se exhibían a la luz del día sin motivar ninguna acción gubernamental ni judicial. Aunque él ya no responderá por el daño causado al país, su memoria tendría que bastar para evitar el regreso de la clase política que lo creó y cobijó.