n Milán el tórrido verano terminó con casi un mes de retraso. Sólo en la segunda quincena de octubre las camisetas y los pantalones cortos dieron paso a las sudaderas y chaquetas. El cielo se puso gris y empezó a llover. Todo esto apenas unas horas después de finalizar el primer Congreso Mundial por la Justicia Climática organizado por movimientos sociales ciudadanos en los pasillos de la Universidad de Milán, la Camera del Non Lavoro y el Espacio Público Autogestionado Leoncavallo.
Un cónclave ciertamente alejado de la participación multitudinaria de los foros sociales de principios de milenio, que convocó a unas 70 entidades internacionales que defienden sus territorios de la lógica especulativa del capitalismo fósil y extractivista. Un congreso con mucha participación con picos de mil personas. Desde América hasta África, Asia y Europa, diferentes biografías, geografías, culturas y lenguas se han reunido con el objetivo común de construir una agenda de lucha para frenar la destrucción del planeta.
Un momento de encuentro, diálogo y acción que intentó superar el estancamiento de reuniones debido a la pandemia de covid-19 y, sobre todo, intentó darse su propio momento para ser una contracumbre y, por tanto, no seguir las políticas fallidas y los foros creados por los gobiernos, como la COP, creando una agenda autónoma propia. La energía y las emociones fueron fuertes y estuvieron presentes durante los cuatro días en Milán, al igual que la sensación de que el movimiento ecoactivista global no sólo está en aumento y es muy participado por el mundo juvenil, sino que también está animado por una conciencia y un análisis profundo, y que ha hecho suya la lógica descolonial e interseccional.
Representantes del CNI, El Sur Resiste, Milpamérica Resiste y Futuros Indígena aterrizaron en Italia procedentes de México. De Centroamérica llegaron delegaciones de Honduras y El Salvador. Sin embargo, un motor todavía incapaz de formarse como red. Los diferentes lenguajes, tiempos y las diferentes historias chocaron en las asambleas constituyentes, así que en este primer intento desde abajo no lograron romper las distancias entre los movimientos; aunque reconociéndose como aliados fue difícil crear una síntesis encontrando objetivos y prácticas comunes capaces de desmontar la lógica atomista que el capitalismo alimenta diariamente como forma de control y autoprotección.
Así, en la plenaria final el sentimiento dominante sigue siendo la emoción de haber estado allí más que la ausencia de una agenda común. Las numerosas intervenciones se suceden rápidamente, desde el norte de Europa la propuesta es invertir en una red vegana, trans, queer y descolonial para llegar al segundo congreso en una ciudad por definir con un comité internacional permanente.
Al respecto, los representantes de los pueblos indígenas y las delegaciones asiáticas subrayaron la necesidad de tiempos diferentes y de permitir una discusión interna antes de declararse dispuestos a pensar en un plan de intervención común y se destacó contundentemente que la lucha ambiental sólo puede ser interseccional.
Sin embargo, los cuatro días en Milán siguen siendo un experimento interesante, porque fue un momento de autodeterminación para los movimientos ecologistas y anticapitalistas y, sobre todo, un espacio de encuentro que, desde su nacimiento, quiso cuestionar el colonialismo occidental que con demasiada frecuencia ha pesado mucho sobre los movimientos alterglobalistas, sobre todo imponiendo tiempos inadecuados para la toma de decisiones a las poblaciones indígenas y de otras partes del mundo.
Pero también mostró la profundidad del análisis y la amplitud de las propuestas alternativas al sistema dominante y, por tanto, la percepción de que un mundo diferente no sólo es posible, sino también urgente y tenemos las habilidades para pensar en ello.
Las asambleas finales determinaron el nacimiento de una primera plataforma global de ecoactivismo y por ello quedaron con la convicción de no perderse de vista. Un momento fundacional que sin duda pasará a partir de una nueva convocatoria en Colombia del 5 al 10 de diciembre de 2023, en Casanare, para la Conferencia Social de la Tierra.
Pero entre los numerosos activistas presentes, la emoción y la perspectiva de ampliar el plan común de lucha ha llevado a la decisión de convocar un segundo Congreso Mundial por la Justicia Climática, también porque el evento colombiano corre el riesgo de chocar con los problemas burocráticos que las guerras están generando, como pasó con la reunión de Milán donde delegación de Bangladesh no recibió visa.
Un congreso trasnacional que recogió los pedidos que los movimientos feministas e indígenas vienen haciendo desde hace años como clave para construir alianzas sólidas capaces de poner en crisis el capitalismo actual. Un punto de partida importante, no suficiente pero sí necesario.
* Periodista italiano