os jueces y magistrados del Poder Judicial entraron en una rijosa zona de combate y exclusiones con el Poder Ejecutivo federal. La República, como entidad normada, entra, entonces, en un litigio del que ojalá salga bien librada. Por lo pronto y para marcar la actualidad, todo apunta a que las buenaventuras deseadas no se harán presentes. Lo más probable, en este estira y afloja, enojos y resquemores, es que mucho de lo que habrá de pervivir serán malos recuerdos y pocas composturas. El empuje del Presidente, señalando varios y añejos males que aquejan a su contraparte política, da las notas principales en esta disputa. Pero los togados no se quedan cortos. Una y otra vez inciden en castigar las leyes y causan, con sus perdones, amparos y liberaciones, clamores de impacientes soluciones y componendas. Y en ese litigio discurren los días previos a la esperada elección federal. Ahí, en esa inestable zona de los votos y las adhesiones populares, se desea obtener el suficiente músculo legislativo que dote a los morenos, con la fuerza para zanjar en su favor esta ya larga disputa. Aunque, hay que decirlo, al parecer los jueces no esperan mucho de lo venidero. Se atrincheran en sus vericuetos exculpatorios para responder a los cotidianos ataques que les zumban por varios lados. El alieno cupular a las bases trabajadoras de su indiscutible área de responsabilidades es una de ellas.
En este escenario de pros y contras, los magistrados han encontrado un aliado adicional que está decidido a emplearse a fondo en su favor: la oposición política. Tanto partidos como un sinnúmero de organismos civiles se han sumado, canturreando y presurosos, al pleito. Piensan que pueden sacar la mejor parte de lo que por ahora se juega. Han ido construyendo una narrativa que, al parecer, no deja piezas sueltas. Se presumen abocados al triunfo y con básicas razones de su lado. Con el paso de los días se hace de mejores posturas y buenos alegatos, algunos aunque sean de leguleyos. Saben que, en la esquina de enfrente, también poseen armas que les pueden dar la suficiente ventaja para prevalecer en sus afanes y cometido. A pesar de ello, la oposición se mueve desde el mero piso: su acumulado rencor hacia la persona del Presidente. De esta premisa parten para jerarquizar lo conducente. Por ello se alían presurosos y entregan su energía para lo que se desprenda.
En medio de la trifulca se les adhieren, casi en tropel, los comunicadores y sus guías intelectuales. Entran de lleno a la arena con airado espíritu de combate. Van nada más y nada menos que en defensa de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Una institución que, sostienen, los requiere, que los obliga, a unirse en su defensa contra el terrible mal que los acecha. Y ese mal saben bien quién es: López Obrador. Y lo que quieren no es otra cosa, según pregonan con certeza indubitable, que impedirle obtener poder ilimitado. AMLO quiere, según su alegato primigenio y suficiente, domesticar a los independientes, a todo lo que se le oponga. En pocas palabras, acumular un poder sin restricciones. En ello radica toda su corajuda visión. No importa que el Presidente esté tan sólo a un año de dejar la silla y enrocarse en absoluto retiro. Ya encontraron argumentos de apoyo adicional a sus posturas cojas. Se fincan, con seguridad indubitable, que AMLO piensa dejar limpio y sólido el cotarro a quien lo suceda: su rencarnación política. Y ahí se atoran todos los recursos apañados en sesudas meditaciones, matizadas de odios y añoradas venganzas.
Las defensas institucionales que se van sucediendo ante ellos, una tras otra, no paran. Primero elevaron al Instituto Nacional Electoral a la categoría de peñón y bandera que defender. Han continuado con otras que van encontrando bajo los malévolos, arteros ataques provenientes de palacio, dicen. O, trátese de una candidata o partido aunque sea por lo demás desvalido. O pueda ser, como este caso, una añeja y traqueteada institución de extraviada justicia. El sujeto poco importa, lo conducente es mermar al fuerte, al poderoso, al atrabiliario. Ahora son los recortes presupuestales del Legislativo a los fideicomisos de la Suprema lo que cuenta. Esos son los señuelos que usa AMLO como pretendidos, deshonestos y oneroso dispendio que disfraza con dolidos reclamos. Y, aunque los indebidos fideicomisos no son defendibles de manera directa, los aguerridos valentones se fugan hacia delante con endebles silogismos. Unos para desviar el meollo de los incoherentes usos y desusos de que han gozado los magistrados. Otros para evidenciar armas adicionales de combate por el poder.
Así, con entera confianza, se parapetan en cínicos pronunciamientos de protección al débil, al agredido. O, tal vez con la consigna de impedir el continuo atropello a la división de poderes. Lo cierto radica en la creencia de múltiples, arteros abusos del predicado Presidente en su intentona de someter a la Corte para holgar su manga ancha.