Sábado 14 de octubre de 2023, p. a12
El nuevo disco de Wim Mertens, Voice of the Living, es un trabajo eslabonado en 10 episodios, donde 17 músicos sostienen un pulso mágico que recorre tiempo y espacio regidos por la voz del piano y la del propio Mertens, contratenor, y el pulso cobra vivacidad, luz, colores muchos hasta convertirse en remolino.
Es un compendio del estilo Mertens. Nos transporta al ámbito de lo íntimo cuando escuchamos el percutir de las teclas del piano apalabradas con canto sin palabras. Y lo contrasta, completa, amplifica con algo más que una orquestación: una partitura escrita para un ensamble de alientos-maderas, alientos-metales y percusión.
Lo que sale del aparato fonador de Wim Mertens es eso, fonemas, ululares, canto en cantilación, sílabas hilvanadas en orden tal que forman un lenguaje nuevo y no necesita completar vocablos para adquirir significado.
Es la prosodia de la magia fundida en el coro instrumental del Wim Mertens Ensemble: una orquesta donde gobierna la sección de alientos-maderas, rugen levemente percusiones y se evaporan en el aire los efluvios que nacen de un cuarteto de cuerdas.
Todo eso da como resultado un festín de música, una sucesión de hallazgos sonoros, una ceremonia.
El pulso: sucesión de notas en acompasado diapasón, pálpito de clepsidras, géiseres y arrullos.
La variedad de atmósferas que nos envuelven vuelven mágica la sinfonía, porque las 10 piezas que conforman el disco se atan entre sí, se buscan, se juntan, se maridan. Tal como sucede en toda sinfonía.
Pasamos de un momento pleno de luces a un instante inundado de luz.
Quienes conocen el universo Mertens identifican el canto contratenor en contrapunto con el piano y cómo se envuelve todo en el sonar del ensamble instrumental: una orquesta mágica en un pulso atronador.
Canto contratenor: la tesitura de Wim Mertens es más alta que la de una soprano coloratura, está un poquito arriba también que la de una contralto y es más tersa que la de un sopranino, o niño soprano.
A quienes asisten por primera vez a esta sinfonía, los recibe el asombro, su propio asombro ante el latido de sonidos cuya magia los convierte en pulso.
Un pulso, uno solo, sostiene el edificio entero. Hay en el tejido orquestal un punto que se mueve y explica el conjunto todo.
En música, la unidad rítmica básica por excelencia es el pulso, un patrón espaciado regularmente que se parece al ritmo de un reloj. Cuando escuchamos y seguimos ese patrón con el pie contra el suelo, por ejemplo, cada golpe es un pulso.
En música, el pulso es recurrente en los tambores, pero también en el acompasamiento, organización y enjundia del conjunto instrumental. Es el caso del disco que hoy nos ocupa.
Hay un pulso mágico en las 10 composiciones que conforman este disco y ese movimiento interior, ese pensamiento recurrente, se manifiesta de maneras encantadoras en cada partitura y en ocasiones se entrelazan dos o más pulsos: la sección de alientos-maderas eleva en pulso vaporoso mientras el cuarteto de cuerdas clásico (es decir: violín, viola, violonchelo y contrabajo) mantiene un pulso básico a manera de alfombra voladora, en tanto la voz de Mertens también eleva un pulso cuya magia resulta entonces, ya, superlativa.
Ese impulso, ese arrastre, ese ímpetu llega a niveles de hipnotismo en la pieza segunda, Glossary Raisonné, que a su vez abre el umbral al monumento sonoro que forman las piezas siguientes y el conjunto consigue dimensiones de éxtasis, alegría y frenesí, en dosis magníficas.
Escape and recapture, la pieza siguiente, cumple también con las funciones básicas de un pulso. Hay que recordar que en medicina, el número de veces que el corazón late durante cierto periodo, es un pulso; esa observación se la debemos a Claudius Galenus desde el antiguo imperio romano, y esa medida se trasladó con los años a la mesura del tiempo musical, donde un pulso es una sucesión constante de pulsaciones que se repiten en el tiempo en partes iguales; genéricamente, cada una de las pulsaciones así como sus sucesiones, se llaman pulso.
Un pulso regula los ritmos cardiacos, los cambios de estaciones, el orbitar planetario. Es la unidad rítmica básica por excelencia. Se parece, por ejemplo, al ritmo de un reloj y a menudo aparece en el batir de tambores, en la prosodia del canto, en la manera estratégica y calculada de poner los acentos en esta y no en otra sílaba.
El pulso en el disco Voice of the Living va del frenesí a la calma. Lo fascinante es que está distribuido orquestalmente de manera magistral. Es, insisto, una sinfonía.
Para muchos, Wim Mertens es el pianista espectacular que logra momentos de rapto y clímax trenzando sílabas en tonos agudos, notas altas en su voz contrastadas con notas graves en el piano y luego en ambos instrumentos, su aparato fonador y el teclado, donde se entablan velocidades asombrosas.
Para pocos, Wim Mertens es el gran compositor sinfónico que escribe una música sencilla en apariencia, pero de complejidad extrema. La manera en que logra el equilibrio entre las distintas secciones de la orquesta es un buen ejemplo: las percusiones emiten golpes que establecen el pulso básico, mientras los tres clarinetes, el fagot y los saxofones plantean otras formas que adquieren alturas formidables cuando la trompeta, el trombón, el trombón bajo y la tuba elevan un pulso cuyo ascenso arrebata y a todo eso se ata un manto de luz iridiscente.
Voice of the Living fue escrita por encargo del primer ministro belga para conmemorar a las víctimas de la guerra de 1914-1918, en particular las que cayeron en la localidad flamenca de Iprés, y lleva el subtítulo de War Requiem.
Y eso nos lleva a otro territorio, el de los réquiems, además de que existe por lo menos otra partitura que se llama War Requiem compuesta por Benjamin Britten para la reconsagración de la Catedral de Coventry, en 1962, destruida durante la Segunda Guerra Mundial, para soprano, tenor, barítono, coro mixto, coro de niños y orquesta.
El compositor polaco Krzystof Penderecki compuso en 1960 un Treno por las víctimas de Hiroshima, siendo el treno una composición de la lírica griega arcaica. Es un lamento fúnebre destinado a ser ejecutado por un coro con acompañamiento musical, en ausencia del muerto, como es el caso del disco que hoy nos ocupa.
El treno fue practicado por Píndaro y Simónides, entre otros autores, y es básicamente una reflexión moral, también el caso que hoy nos ocupa.
Desde el Renacimiento hasta nuestros días, se han escrito más de 2 mil réquiems y los hay incluso de heavy metal, música dark o gótica, hip hop, gospel y comedia musical, como el que compuso Andrew Lloyd Weber.
Guillaume Dufay, compositor franco-flamenco del primer Renacimiento (Wim Mertens es también flamenco), es el pionero de los réquiem, lástima que el suyo se perdió, dirían los clásicos, en la oscuridad de los tiempos
(un hurra por las frases hechas) y quien entonces sí pasó a la historia como el primer autor de un réquiem fue Johannes Ockenhem, con el sambenito de que, se dice, en realidad plagió el de Dufay.
Nos interesa mucho el de Johannes Adolphe Hasse (1699-1783), porque es abiertamente gozoso, brillante, luminoso y una de las obras maestras del periodo barroco alemán; tiene profusión de flautas, oboes, cornos, fagotes, trompetas y timbales y sus claros episodios cromáticos, sus impresionantes corales, pero sobre todo su carácter luminoso, lo apartan por completo del resto de los réquiems y por eso nos interesa destacarlo, porque el War Requiem de Wim Mertens posee todas esas cualidades y además expresa la voz de los vivos (The Voice of the Living) de manera brillante, luminosa, espectacular.
He aquí una música plena, gozosa, viva. He aquí un disco que es una obra maestra y un hermoso canto a la vida.
En X, antes Twitter: @PabloEspinosaB