ay cosas que por más que se intente explicar por qué son como son, resultan difíciles de entender. Esto suele ser frecuente cuando la lógica y la racionalidad no son suficientes para la comprensión de ciertos fenómenos políticos y sociales. Uno de los más claros ejemplos es lo que sucede cuando se trata de explicar por qué las encuestas de opinión en Estados Unidos dan entre 2 y 3 puntos porcentuales de popularidad de Donald Trump por encima de la del presidente Biden.
No hay que ir muy lejos para comprobar que, hasta ahora, la gestión de Biden supera con mucho la que durante cuatro años caracterizó la de Trump. En ningún aspecto, ni económica ni política o socialmente, es comparable con la de Biden. Los resultados están a la vista: 13 millones de empleos desde que llegó a la Casa Blanca, la inflación se ha reducido sustancialmente y se acerca a la meta de 2 por ciento; el crecimiento económico y la política salarial, la salud, la educación, son favorables hoy para millones de estadunidenses. Cabe agregar que si bien la situación económica no ha mejorado para todos, en opinión de algunos especialistas si la economía continúa creciendo como hasta ahora, sus beneficios económicos alcanzarán en plazo no muy largo a buena parte de aquellos que hasta ahora han estado marginados de ellos. Eso no resolverá las contradicciones básicas del desarrollo económico, pero es un problema que excede al gobierno actual.
Por si eso fuera poca cosa, el ex presidente enfrenta numerosos juicios por delitos en agravio de la sociedad y el gobierno de Estados Unidos. Por lo visto, nada ha sido lo suficientemente grave para cambiar de opinión de dos terceras partes de los republicanos en torno a la viabilidad de Trump como candidato de su partido a la presidencia y contender con Biden, virtual candidato del partido demócrata. ¿Como explicarlo?
Pasar por alto tantos agravios a la nación entera y favorecerlo en las encuestas de opinión sólo se puede explicar por un síndrome llamado cinismo. Que una buena parte de la sociedad aún se manifieste positivamente por alguien que llevó a una profunda división social y económica y a la quiebra moral en la nación, sólo es explicable por una pérdida de pudor y el más elemental sentido moral y ético de la forma en que se debe conducir un gobierno en cualquier parte del orbe.
Existe un temor justificado de un sector creciente de la sociedad de que razones tan contundentes para juzgar y condenar a Trump hayan perdido sentido y sus agravios queden en el olvido. Que medios de comunicación continúen ponderando su conducta, como lo hace la cadena Fox, sean capaces de modelar la conducta de millones, es síntoma de una rémora que crece en buena parte de la sociedad. O tal vez sea una característica que permanece latente en los subsuelos y aparece de tiempo en tiempo al influjo mesiánico de aprendices de brujo, como es el caso de Trump. El problema es que, de consolidarse su dañina retórica y la persistencia de su sentido del espectáculo como sustituto de la política, pudiera significar el regreso a épocas que se creyeron superadas, borrando los esfuerzos y las luchas de tantos a lo largo de muchos años.
Tal vez una de las muestras más patéticas es lo ocurrido recientemente en el Congreso, donde, producto de una mal entendida democracia por iniciativa de un solo legislador de la ultraderecha republicana promovió la destitución de su propio compañero de partido como líder en ese recinto. La incertidumbre y el desorden en una de las tres ramas responsable de gobernar a la nación entera es insólita, y nadie sabe a ciencia cierta cómo y cuándo se pondrá fin a ese caos.
Las heridas en el tejido social y político y el pesimismo sobre el futuro de la nación se profundizan con estos eventos y será cada vez más difícil subsanarlas.