uando todo vale
en la comunicación electoral de propaganda al uso, desaparecen los límites de la enunciación para convertir el relato en canallada pura y dura. No hace falta ser feligrés del Papa para repudiar las agresiones satánicas
de la ultraderecha, especialmente en aquello que de más solidario ha tenido el jefe del Estado Vaticano con la justicia social y su abrigo a los más débiles y los más pobres victimados por el infierno
del neoliberalismo. Es imposible un recuento, así sea breve, de las tensiones y ofensivas que, en su contra, han desplegado (a diestra y siniestra) los monopolios mediáticos y los personeros de la ultraderecha. Es imposible un resumen exhaustivo, pero es posible una reflexión semiótica sobre las cargas de odio endemoniadas que destilan los comerciantes de la información contra un líder global que ha sido capaz de denunciar las perversiones ideológicas de los poderes hegemónicos que lo atacan usando, también, armas de guerra ideológica disfrazadas como medios de comunicación
.
En sus denuncias, el papa Francisco ha incluido todas las formas de la desinformación; todas las bagatelas periodísticas y las fake news; ha puesto nombre y apellido al estiércol mediático oligarca y ha subrayado el carácter escatológico del espíritu empresarial que busca como negocio el escándalo por el escándalo. Así de contundente. Mientras, los esquiroles del empresariado imperial, desesperados por adueñarse de litio, gas, petróleo y otras riquezas naturales de los pueblos, así como la mano de obra depauperada hasta la ignominia, disparan con su lengua histriónica metrallas de insultos para destruir, falsificar o tergiversar la verdad; para calumniar y difamar haciendo pasar por natural
su propaganda de guerra ideológica disfrazada de propaganda democrática. El plan es ensuciarlo todo para impedir el derecho que los pueblos tienen a organizarse y crecer libremente.
Sin ser un líder perfecto
, muchos debates han merecido su gestión y sus no pocas contradicciones, Francisco aboga por una justicia social
de estilo peronista, que no es agua bendita para las clases dominantes, porque ha sido explícito en su repudio a la cultura de la indiferencia, del conformismo, del relativismo que nos daña a todos… Por eso las castas
más conservadoras, endógenas y exógenas, han apuntado contra la influencia del Papa en las bases populares y lo ven como amenaza que lidera un movimiento mundial, que no se agota en los confesionarios y que lucha por la reivindicación de los pobres, más allá de las oraciones y comprometido con la justicia terrenal, aquí y ahora, la justicia social. Por eso la ultraderecha lo acusa de satánico comunista
que instaló al maligno en la Santa Sede. Mientras gesticulan indignados.
A la ultraderecha, en su odio de clase, se le desgobierna la lengua y despotrica contra las demandas de tierra, techo y trabajo
con que Francisco milita su idea de combatir los desastres imperiales mientras denuncia intereses mafiosos añejos, como los del Opus Dei y la pedófila; en medio de una crisis económica, política y moral que intoxica a la especie humana por entero. En ese escenario reina la propaganda bélica de la ultraderecha que esconde su corrupción empresarial y política con saliva de diatribas a mansalva y se regodea en la concentración monopólica de medios que son una amenaza contra las democracias, convirtiéndolas en armas de guerra ideológica en un mundo, pues, que tiene ribetes de infierno
imperialista. Ahí Francisco alza una voz que lo legitima como una de las pocas autoridades morales del planeta y desde ahí tipifica un orden de pecado inédito, audaz y provocativo. Nunca visto.
Ese odio que la ultraderecha profesa contra Francisco, exige una respuesta ética humanista contundente. Es imperativo repudiar los mecanismos y el servilismo de las máquinas de propaganda, calumnia y difamación disfrazadas de libertad de información
para asegurarse una impunidad mediática peligrosísima, porque siembra confusiones que son negocio de doble filo para la destrucción de los límites y la naturalización de la barbarie neonazifascista. Francisco está siendo crucificado, dicho en sus términos, con canalladas hegemónicas, no sólo lenguaraces, cuyos autores son dictadores, torturadores, explotadores, defraudadores… traidores, saqueadores, mercachifles, mentirosos, usurpadores… que reproducen, de una generación a otra, la barbarie y la degeneración social. Lo realmente maligno es el negocio de la propaganda del odio. Y la tienen programada para empeorar.
Es urgente una crítica profunda que, incluyendo las agresiones a Francisco, exhiba cómo se traicionan los códigos democráticos, que denuncie, sin moralinas etéreas, la violencia propagandística desaforada, la degradación, la hipocresía y la degeneración de las clases dominantes. Urge una denuncia mundial y profunda, hacer lo que deba hacerse para desnudar las operaciones perversas de la industria de la propaganda política al servicio de las ultraderechas, intoxicadas con valores de una maquinaria de control ideológico represivo. A estas horas miles de personas, la cuenta es inmensa y horrorosa, padecen los estragos del odio convertido en espectáculo de propaganda política ultraderechista. El show de la barbarie histriónica y el estilo energúmeno en la comunicación política proliferan y es inexcusable repudiarlo y denunciarlo. Que no nos gane el silencio.
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús