na vez más, el inefable Donald Trump se sale con la suya y convierte un fracaso en un éxito rotundo. Su propuesta de que México debía pagar el muro fronterizo asustó a Enrique Peña Nieto, que de manera ingenua trató de neutralizarlo al invitarlo a Palacio Nacional, cuando era candidato, pero ni siquiera pudo balbucear en público que México no pagaría el muro. El ridículo le costó caro a Luis Videgaray, quien tuvo que renunciar, para salvar el copete del Presidente.
Ahora Trump vuelve a las andadas y afirma que México pagó el muro, al presionar a López Obrador, quien tuvo que poner a 28 mil soldados (sic)
para detener el flujo de migrantes. Un muro de la guardia nacional que detuvo en seco el flujo migratorio, al reducirlo de 130 mil migrantes mensuales, capturados por la patrulla fronteriza, a sólo 30 mil, que es el margen de tolerancia aceptado por Estados Unidos.
Tiene razón Trump al decir que México pagó el muro, más bien, los contribuyentes
mexicanos fuimos los que pagamos el muro que implementó la Guardia Nacional en junio de 2019. Pero más allá del chantaje de Trump, de si era un bluf o una amenaza real, lo cierto es que México paga los platos rotos del sistema migratorio estadunidense totalmente resquebrajado.
A lo largo del siglo XX México aceptó sin chistar que deportaran a migrantes nacionales indocumentados. Pero los que pagaban el costo de la captura y la deportación eran ellos. Ahora no sólo recibimos mexicanos, sino que aceptamos a solicitantes de asilo extranjero que esperan en el país; les hacemos el trabajo burocrático de ordenar las listas de espera de solicitantes de asilo; acogimos a extranjeros deportados en caliente, durante la pandemia y vigencia del título 42; finalmente recibimos a 30 mil migrantes de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití, que Estados Unidos no puede deportar y nosotros tampoco.
Ya no sólo se trata de patio trasero, ahora aceptamos los desechos del sistema migratorio estadunidense; ellos los tratan como basura, pero tampoco nosotros los tratamos como personas. Simplemente los dejamos a su suerte, que se rasquen con sus uñas, el convenio de aceptar a extranjeros deportados a nuestro territorio no incluye una contrapartida de Estados Unidos. Tampoco de México.
Después de la tragedia de Ciudad Juárez, Washington insinuó que podía apoyar a México para construir instalaciones adecuadas con el fin de albergar migrantes y no lugares improvisados que se conviertan en cárceles, sin las mínimas condiciones requeridas. Ellos estarían encantados de financiar los centros de detención en el país.
En la práctica, la política migratoria mexicana es, precisamente, dejar hacer y dejar pasar
. Por una parte, deja hacer
a Estados Unidos al definir la política migratoria mexicana. Por otra, México deja pasar
a un promedio de 200 mil migrantes al mes que son capturados por la patrulla fronteriza.
Las reglas del mercado capitalista, la oferta y demanda de mano de obra, a la que se suma la oferta de refugiados del mundo capitalista y socialista, se define en la frontera entre México y Estados Unidos. Millones de personas del mundo entero han comprado la retórica del sueño americano y están dispuestos a pagar por ello, vender sus tierras, sus casas, dejar a sus seres queridos o viajar con su familia, con la esperanza de que se cumpla la quimera.
Recordemos que Estados Unidos abrió sus puertas a los inmigrantes del mundo para conquistar el lejano Oeste; fueron tantos los que llegaron, que se desbordaron al territorio mexicano indios estadunidenses aceptados por Juárez, como los Kikapoo y otras tribus perseguidas; irlandeses maltratados por protestantes que buscaron refugio en nuestro país; esclavos del sur que buscaban la libertad en tierra mexicana, y colonos como Sam Houston y Stephen F. Austin, que pidieron permiso para asentarse en nuestra tierra y luego se quedaron con ella, al formar la república de Texas, para luego incorporarse a la llamada Unión Americana. La independencia de Texas estuvo relacionada con la imposibilidad de tener esclavos en territorio mexicano y al incorporarse a Estados Unidos se convirtió en un estado sureño y esclavista.
La historia se repite, pero el gobernador de Texas se olvida de que los invasores fueron ellos, los texanos. Pagamos caro nuestros errores. Pero la historia también nos enseña que recibir dinero del vecino por la mitad del territorio que ya habían conquistado, a punta de bala, no fue buen acuerdo y tampoco buen negocio.
Si aceptamos que deporten o expulsen a migrantes extranjeros a nuestro territorio, podemos hacerlo con dignidad y generosidad, como se hizo en el siglo XIX con muchos expulsados del territorio estadunidense. Ellos, los migrantes, sabrán responder, como lo hicieron los irlandeses-mexicanos del batallón de San Patricio.