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Chile, Pinochet, su tiempo
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os referirnos ¿a qué tiempo?, ¿al año del golpe o al jefe de Estado? ¿Cuándo fue senador vitalicio o después de muerto? Al final ¿en qué quedó todo? Es desagradable pensar que con mucho Augusto Pinochet vive, pero…

La razón de plantearlo así es confirmar que la vieja ultraderecha se ha envuelto en la gran capa gris del general. La prenda le escuda, da presencia, principios, proyectos, argumentos, discurso, dinero.

Los radicales hacen suyo el éxito de los militares golpistas. Técnicamente se realizó con las reglas militares de concebir, preparar y conducir las operaciones con claro objetivo y gran firmeza.

Los ultras lo presentan como fruto del ideario del general al que se adhieren. A eso el mundo le llamó traición.

El golpe de Estado fue seco. Implicó suspensión de garantías, sustitución de magistrados de la Corte, disolución del Congreso, prohibición de partidos políticos y sindicatos.

Sometió al Banco Central, controló las cuentas mayores del gobierno, operó aeropuertos y centros de telecomunicaciones. Relevó con militares a los alcaldes principales. Controló diarios, estaciones de radio y televisión.

¡Un logro de planeación que la derecha glorifica!

Cómodamente olvida que quien pagó la cuenta fue el pueblo con 17 años de asesinatos, desapariciones, torturas, secuestros, violaciones, despojos, exilio, exclusiones, aumento de pobreza. Ante tanto detenido habilitaron un estadio como cárcel. Surgió la Caravana de la Muerte para ejecutar fusilamientos masivos sumarios.

También asesinaron a dos generales de cuatro estrellas: René Schneider y Carlos Prats, ex comandantes en jefes del ejército, por no apoyar al golpismo.

Es terrorífico imaginar tal maquinación, pero es útil para valorar que, si así de amplios fueron los preparativos del golpe, no sólo bombardear el palacio. Lógicamente fueron más minuciosos aún los de establecer el mando totalitario.

El golpe fue de violencia total y su efecto no paró ahí. Con influencia de Estados Unidos a cargo de la Agencia Central de Inteligencia, se radicalizó al país en el conservadurismo. Educó a la sociedad desde lo básico, transformó el sistema económico y lo aisló en lo internacional.

Ya asentado el régimen, Pinochet creyó llegado el día de develar la profundidad de sus vínculos con el Vaticano. En abril de 1987 el papa Juan Pablo II visitó Chile de manera fastuosa.

Furioso anticomunista, colaborador de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, estuvo feliz por encontrar en el general un nuevo aliado.

Era la oportunidad perfecta de tomar terreno en el espacio en que Cuba y la URSS persistían en expandir el socialismo.

Saludó al pueblo desde el balcón de La Moneda y los discursos apostólicos, desechando el lenguaje ambiguo de la Iglesia, fueron claramente favorables al dictador y su ideario. Ante las cicatrices el Papa sugirió observar la virtud cristiana de perdón y olvido.

A pesar de haber desfilado por el palacio cinco presidentes, Aylwin, Frey, Piñera, los tres de obligada prudencia política, más dos virtuosos socialistas, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, nada lograron en desarraigar el fanatismo pinochetista.

La prueba de fuego para la solidez de esa democracia se dará con los actos conmemorativos del 50 aniversario del golpe. El Cuerpo de Generales y Almirantes, poderosa asociación de retirados ha reclamado al presidente el tono crítico a las fuerzas armadas de ciertos actos conmemorativos que juzgan inaceptables.

El ambiente político es más que espeso. La inestabilidad anida en el gobierno. En 15 meses se han hecho tres cambios de gabinete. El volado está en el aire. ¿Qué veremos?

¿Vive Chile tiempos de San Augusto? La respuesta deseable sería no. Lamentablemente, ese énfasis obligaría a aceptar que hay corrientes extremistas que actúan como herederas.

Usan el magnetismo del nombre negándose a saber del tétrico significado del 1973-1990. No lo conocen porque no quieren. Prefieren santificar la figura del general y exculpar a las fuerzas armadas.

No les interesa saber nada de lo sucedido, ni reconocer que todos sus exasperados reclamos de hoy, habrían sido violentamente reprimidos en tiempos de su amado dictador.

La izquierda ha depositado su voz en el presidente, sus agrupaciones políticas tienen poca presencia, lo que no descarta las fuertes expresiones a que están obligadas en esas fechas. Hay mucho dolor reprimido.

Como en Alemania, Francia, Italia o España el totalitarismo –llámese nazismo, lepenismo, fascismo o franquismo– está vivo, ciertas elecciones lo acaban de demostrar. Chile tiene claros síntomas de una infección de pinochetismo.

En ese clima es posible anticipar el carácter de la conmemoración: serán días de guardar. Sucede cuando el deseo general es de un futuro de esperanza, de lucha con las armas de la democracia: diálogo, tolerancia, trabajo y proyecto de país. ¡Suerte!