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La Escuela de Fráncfort y México
E

ste 2023 se cumple un siglo del nacimiento del Instituto de Investigación Social, mejor conocido como Escuela de Fráncfort. Su surgimiento fue posible gracias al auspicio financiero e intelectual del argentino Félix Weil. Constituida por personajes ubicados en los campos de la filosofía y la sicología, no existe rubro de las ciencias sociales y humanas sin su presencia. Nombres como T. W. Adorno, Max Horkheimer, Walter Benjamin, Eric Fromm y Herbert Marcuse son quizá los más conocidos y, aunque no existe consenso último sobre la adscripción de todos ellos, lo cierto es que comparten el hecho de haber reflexionado sobre las derivas del capitalismo en la época previa al ascenso del fascismo. Su diagnóstico posterior a este hecho se volvió más diverso, pero podría resumirse en la idea de que el desbocado proceso de racionalización y abstracción genera procesos destructivos para los seres humanos y la naturaleza.

Atrapados en la medianoche del siglo, donde las aspiraciones revolucionarias toparon con pared en la Europa occidental, a su manera, cada uno pensó e imaginó las condiciones que producían la crisis civilizatoria que llevó a la segunda gran guerra europea. La mayoría de ellos –exceptuando a Benjamin– pudieron salir de la convulsa Europa y refugiarse en Estados Unidos, con fortunas diferenciadas. Horkheimer y Adorno se establecieron en el apacible Morningside, barrio inmediato a la Universidad de Columbia, en Nueva York, recibiendo estipendios de la Fundación Rockefeller. Marcuse, un tiempo logró lo mismo, hasta que se trasladó hacia California, donde se estableció. Al término de la guerra algunos volvieron a Alemania, otros se quedaron en Estados Unidos. En cualquier caso, su fama como teóricos de la contemporaneidad creció.

Para la segunda mitad del siglo se convirtieron en protagonistas de los grandes debates intelectuales y México no estuvo exento del impacto de sus planteamientos. Por supuesto que los nombres de Marcuse y Fromm son los más importantes en el camino del éxito mediático, aunque en este rubro se han visto desplazados por el redescubrimiento de Benjamin en el mundo en las últimas dos décadas.

Marcuse se convirtió en un adalid de la revuelta estudiantil en la década de 1960, su obra fue traducida en importantes editoriales y viajó a México en 1966 auspiciado por Enrique González Pedrero. En aquel viaje –como lo han relatado Mariana Reyna y Martín Manzanares– Marcuse esperaba debatir de frente con Fromm, cuya visita a la universidad estaba programada. Aunque los francfortianos no tuvieron impacto directo en los grupos políticos y militantes de la izquierda, colmada más bien por los marxismos (grams­cianos, althusserianos en el lado teórico y leninista o maoístas en el estratégico) y tuvieron que competir con el auge del pensamiento estructuralista francés (Deleuze y Foucault), su impacto en términos de la cultura política es persistente. Así, desde inicios de la década de 1960 aparecen reseñas en la Revista de la Universidad y otras publicaciones de la UNAM. El decenio posterior ve aparición bajo el sello de la Universidad Autónoma de Puebla, entonces con fuerte influencia comunista. El suplemento La Cultura en México , sobre todo en la década de 1970, dio gran espacio al diálogo entre marxismo y sicoanálisis a partir y más allá de Marcuse, destacando la obra de Felipe Campuzano. En sus páginas desfilaron traducciones tempranas de Benjamin, acompañadas de la gráfica de Naranjo. La obra de éste también tuvo suerte con las ediciones de la icónica Librería Madero.

Por su parte, Fromm tuvo gran peso –como ha demostrado la filósofa Lissette Silva en un texto pronto a aparecer– en las escuelas de siquiatría, perceptible hasta nuestros días y cuyo inicio data del lejano 1949, primera ocasión en que visitó México y que enraizó cuando realizó investigación de campo entre 1957 y 1964. Su obra fue debatida por la izquierda, apareciendo, por ejemplo, comentarios críticos en La Voz de México (prensa del Partido Comunista Mexicano) en marzo de 1958, a raíz de una conferencia de aquél en Guadalajara y en la icónica Política, en junio de 1963.

Hacia la década de 1980 su recepción se volvió más plural. Siguió beneficiándose del activismo de José María Pérez Gay para socializar la cultura alemana; pero aumentó con los ejercicios de Bolívar Echeverría, quien, por ejemplo, tradujo y comentó la obra El Estado autoritario, de Horkheimer. La obra de Echeverría es, sin duda, el gran momento de apropiación de la obra de la teoría crítica. Palos de la crítica y El Buscón fueron espacios para acceder a su obra.

La huella indeleble de la teoría crítica en el pensamiento contemporáneo es palpable a cada paso. Las derechas, en algunos puntos del globo, han emprendido una lucha en contra de la critical theory utilizando la censura como principal arma. Aunque con un lenguaje menos refinado, las hogueras que hoy se encienden contra los libros de texto gratuitos por parte de ese espectro político guardan fuerte aliento en respuesta a esta aventura intelectual comenzada hace un siglo.

*Investigador