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El silencio es más fuerte
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▲ Fotograma de la cinta La niña callada del irlandés Colm Bairéad.
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e casualidad se han estrenado en la cartelera dos espléndidas películas sobre niñas conflictuadas. De la primera, El amor según Dalva, de Emmanuelle Nicot, escribí la semana pasada. Y ahora toca el turno de La niña callada, ópera prima del irlandés Colm Bairéad.

Basada en el aclamado cuento corto Foster, de Claire Keegan, la película –situada en la Irlanda rural de inicios de los ochenta– se centra en el personaje de Cáit (Catherine Clinch), una niña de nueve años cuya timidez la lleva a ser callada y retraída para quienes la rodean. Cáit es casi acosada en la escuela y prácticamente ignorada en su numerosa familia, donde la madre (Kate Nic Chonaonaigh) está esperando a un nuevo retoño.

Debido a ese embarazo, la madre y el padre (Michael Patric), un patán que habla inglés mientras los demás lo hacen en irlandés, deciden que sería oportuno llevar a Cáit al hogar de Eibhlín Cinnsealach (Carrie Crowley), una prima más adinerada, y su esposo Seán (Andrew Bennett). De inmediato el trato es diferente. La primera recibe a la niña con una sonrisa cálida, aunque con trazas de melancolía, y procede a darle un necesario baño de tina y a cepillar su largo cabello. Es evidente que el contacto físico cariñoso le era ajeno a Cáit.

Si bien Seán mantiene al principio su distancia y es algo hosco con la niña, se preocupa por ella cuando se pierde momentáneamente en el establo de las vacas. Es él quien propone un viaje a la ciudad para comprarle ropa nueva a Cáit, pues el desentendido padre ha olvidado su maleta en la cajuela del coche, y ella había tenido que usar ropa ajena, de varias tallas más grande. Es en ese viaje donde Cáit entra en contacto con una vieja chismosa, quien le informa sobre la tragedia ocurrida a los Cinnsealach, misma que ellos guardan como secreto.

Bairéad ha realizado una película tan modesta como su protagonista, pero igualmente entrañable. Conservando la vieja proporción casi cuadrada del 4:3 en sus encuadres, el realizador nos sumerge en la retraída perspectiva de Cáit y su necesidad de afecto. No ocurre nada especialmente dramático fuera del despertar emocional de la niña. Así, un simple acto como correr por un camino campirano para recoger el correo de Seán se vuelve una especie de liberación.

Como corresponde a un personaje tan silencioso como es Cáit, La niña callada no dice las cosas verbalmente, sino de manera cinematográfica. Antes que la niña se entere del secreto de sus padres efímeramente adoptivos, ella advierte la ausencia de un miembro de la familia en la ropa que se le ha prestado y en las ilustraciones en el papel tapiz de su recámara.

Desde luego, el inicio de la nueva temporada escolar y el nacimiento del nuevo bebé en su propia familia marcan el inevitable regreso de Cáit al indeseable hogar. La escena final –que no describiré, desde luego– carga una fuerza emocional realmente conmovedora. Y si uno es susceptible, la caja de pañuelos desechables se volverá un objeto muy necesario. Lo meritorio es que Bairéad lo consigue sin caer un sólo momento en el sentimentalismo y con el pronunciamiento de una sola palabra.

La niña callada

( An Cailín Ciuín / The Quiet Girl)D: Colm Bairéad / G: Colm Bairéad, basado en el cuento Foster, de Claire Keegan / F. en C: Kate McCullough / M: Stephen Rennicks / Ed: John Murphy / Con: Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric, Kate Nic Chonaonaigh / P: Inscéal, Broadcast Authority of Ireland, Screen Ireland, TG4. Irlanda, 2022.

X: @walyder