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Las llamadas corcholatas
N

unca me gustó el mote de corcholatas para designar a los posibles precandidatos de Morena a la Presidencia de la República en las elecciones de 2024. Motes y apodos suelen tener una carga peyorativa. Así que motejar de esa manera a quienes se considera militantes con capacidad ejecutoria y liderato político en este partido como para contender por la titularidad de la Presidencia no ha dejado de ser una manera de rebajar sus méritos y dignidad personal.

Como en todo fin de sexenio, y como inercia de los hábitos y costumbres fijados por el PRI, el ejercicio de inferir, imaginar, adivinar quién será el sucesor del presidente en turno se ha apoderado de los mexicanos. En un partido donde la ideología se ha resumido en un lema (por el bien de todos, primero los pobres) y una fórmula de catecismo (no mentir, no robar, no traicionar), dada la diversidad de credenda en su composición, no queda sino remitirse a la trayectoria de los personajes que han sido presentados por ese partido y sus aliados (los partidos del Trabajo y el Verde) para expresar, en una encuesta, quién debe ser el candidato que deberá abanderarlo en la contienda del próximo año.

En la decisión de que no haya debate entre los postulados (tampoco lo hubo para postularlos), sólo quienes tenemos la costumbre de informarnos por los diversos medios a la mano de aquello que han hecho –lo que ahora puedan decir será tan volátil como una bendición– los aspirantes a esa candidatura podremos llegar a definir nuestra preferencia con un mínimo de elementos racionalmente aceptables.

El imán de lo que será el voto para el aspirante a conseguir la candidatura de Morena no es precisamente este partido, sino lo que se ha denominado el obradorismo. También de esta idea se desprende otra, que le resta posibilidades a la actuación de cada uno ellos: nadie podrá llenar los zapatos de López Obrador, se oye decir. Es una idea equivocada, pues el poder de la figura presidencial en México es aún muy contundente y quien lo encarna cuenta con muchos resortes como para presumir que tiene la posibilidad de llegar o superar el umbral de conducción del actual Presidente.

Dicho lo anterior, y asumiendo que el resultado de la encuesta será el equivalente de la elección constitucional, paso a reseñar quién, por lo que ha sido y representa política y socialmente, me parece que debe protagonizar la candidatura de Morena y el gobierno de México entre 2024 y 2030.

Por la madurez que ha alcanzado la sociedad mexicana sobre el papel de la mujer en la vida pública y social de México, y la capacidad de gobierno que ha mostrado Claudia Sheinbaum, creo que ella debe ser la próxima presidente (no soy partidario de avenirse a los usos foxistas del idioma) de nuestro país.

El argumento para justificar la encuesta que definirá quién será el candidato morenista se basa en la confianza de que, a convocatoria abierta, el pueblo sabrá decidir cuál de los considerados responde más cabalmente a sus intereses. Difícil de percibir coherencia entre la confianza en la sabiduría popular y que la misma se vea acompañada de un gasto excesivo como es el que supone sembrar espectaculares en todo el país para convencerlo de que Adán Augusto López es el hombre al que deberá entregar su preferencia electoral.

Con Adán Augusto aprendimos que la línea política del partido se dictaba, como en la era priísta, desde la Secretaría de Gobernación. Y también, que el hermano del presidente podía militar impunemente contra la Ley Federal de Austeridad Republicana. Piso parejo, han exigido otros precontendientes. Augusto López era secretario de Gobernación cuando en el país, desde el año pasado, sus espectaculares se vieron por todas partes. Él ha dicho que el costo ha salido de su bolsillo. Se antoja la cuestión popular: ¿Tú le crees a Adán Augusto?...

Si hay un análisis certero sobre quién debe ser el candidato de Morena, ese es el que hizo el ex diputado Rodolfo Lara Lagunas (el antiguo profesor de AMLO) en la entrevista que le hicieron los periodistas Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela. De Adán Augusto simplemente dijo: es el PRI. Por su trayectoria, a Marcelo Ebrard lo consideró un centrista (fue uno de los fundadores, en 2015, del Partido Centro Democrático) y no es con una ideología de este tipo como se puede profundizar, desde la izquierda, el gobierno de la 4T. En esta posición ubica a Gerardo Fernández Noroña, que la mantiene congruente –y con talento y una fluida cercanía al pueblo, agrego–; pero, señala el profesor Lara, carece de la suficiente experiencia administrativa, que sí tiene Claudia Sheinbaum. A ella la ve como la candidata natural a proseguir la tarea de López Obrador.

Claudia no sólo tiene experiencia de gobierno, sino convicciones traducidas a una praxis vital donde quiera que se para. De todos los aspirantes morenistas y de la oposición, ella es la única pre-candidata que siempre ha defendido causas sociales: los derechos humanos, las mujeres, el ambiente, al margen de sus cometidos en el servicio público. Así como admiramos a figuras femeninas con madera de estadista (Indira Gandhi, Angela Merkel), a la breve lista, en ese plano, es muy probable que agreguemos a Claudia Sheinbaum.