l Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero, que reúne a las principales dependencias públicas responsables de esta cuestión en el país, actualizó al final de la semana pasada su balance de riesgos.
Ahí se recoge el planteamiento central de la política monetaria sobre la fijación de las tasas de interés. Se trata de un escenario que prevé una evolución más pausada del nivel de la actividad productiva y del empleo, que incluso llega a apuntar a una recesión económica, mientras las tasas de inflación se sostienen por encima de los objetivos fijados por esas instituciones.
La actividad económica no se ha desacelerado significativamente, los niveles del empleo incluso han crecido y, sí, los precios crecen en general más allá de los objetivos establecidos. Los precios de los alimentos y los energéticos han bajado, pero se han quedado altos los que componen la inflación subyacente: los bienes y servicios que registran menores fluctuaciones.
La receta general ha sido mantener las tasas de interés elevadas para combatir la inflación, condición que se considera como el riesgo más grande para alcanzar un entorno de crecimiento y estabilidad de mediano plazo.
La Reserva Federal, que lidera el campo en esta materia, contuvo la tendencia al alza de los intereses de los fondos federales en un rango de 5 a 5.5 por ciento, aunque anunció que habría en adelante aún un par de subidas en las tasas.
Aquí el banco central mantuvo la tasa de los Cetes en 11.25 por ciento, ciertamente muy alta y con la perspectiva de seguir las pautas de la Reserva Federal, como ha venido haciendo ya durante muchos meses.
Esta situación redunda en lo que prácticamente es una postura de las autoridades monetarias para presionar hacia un nivel menor de producción y forzar, así, los precios a la baja. La población pasaría de tal modo de un entorno adverso de altos precios a otro de menores ingresos del trabajo. Esto se llama ajuste macroeconómico.
Por el lado eminentemente financiero, las condiciones vigentes generan distorsiones en los mercados. Un inversionista pudo haberse hecho con dólares a mediados de 2022 a una tasa del orden de 3 por ciento, cambiarlos a pesos, colocarlos en Cetes a 28 días a una tasa de alrededor de 7 por ciento, mantenerlos con un rendimiento creciente mientras la tasa ha subido hasta 11.25 por ciento.
Además de ganar con el diferencial de las tasas, habría una ganancia extraordinaria por concepto del tipo de cambio pues pudo haber comprado pesos a un tipo de cambio de 20.94 pesos por dólar y ahora compraría dólares de vuelta a un tipo de cambio de 17.07 pesos por dólar, o sea, más dólares por sus pesos incrementados. Nada mal como subsidio a la inversión financiera y con el correspondiente costo mayor para el gobierno.
Mientras esto ocurre el país pierde ahora ingresos por la exportación de petróleo, puesto que el peso revaluado redujo 24 por ciento el ingreso por ese concepto en los primeros cinco meses del año con respecto al mismo periodo del año pasado, según el Informe de Hacienda (Véase la nota al respecto publicada el sábado en este diario https://bit.ly/3JGyq7Q y https://bit.ly/43gYCNi). Aunque es menor el costo de los bienes importados, el efecto final sobre el consumidor depende de cómo se haga el traslado de los precios al consumidor final o intermedio. En el caso de los servicios la presión sobre los precios podría ser mayor y prevenir su reducción.
La postura del Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero se apega bastante a las consideraciones que al respecto hizo el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), con sede en Basilea, en su reciente reunión anual del 25 de junio pasado.
El gerente general del BIS, Agustín Carstens, antiguo gobernador del Banco de México, señaló que la economía global se encuentra en un punto crítico, ya que han emergido de modo conjunto la inflación y la inestabilidad financiera. Lo que hay que prevenir, advirtió, es que esto se convierta en una condición de largo plazo que contenga el crecimiento económico.
La inestabilidad financiera se manifestó de modo patente apenas hace unos meses con la quiebra del Silicon Valley Bank (de California, con 209 mil millones de dólares en activos) y que arrastró al Signature Bank (110 mmdd). Sólo dos meses después el First Republic Bank (213 mmdd) recurrió a fondos de la Reserva Federal y a la compra por parte de JP Morgan Chase de la mayor parte de los pasivos. El gobierno intervino de modo rápido y contundente para frenar una ola expansiva en el sistema que desatara el pánico y comprometiera la estabilidad financiera.
Poco después el muy conocido Suisse Bank, considerado como sistémicamente relevante, provocó de la misma manera la intervención decisiva del gobierno y los reguladores suizos que literalmente forzaron su fusión con el otro grande UBS para frenar el contagio.
En ambos casos se advierte la fragilidad inherente que existe en los sistemas financieros y la presteza de la intervención pública para contener la situación y atajar la inestabilidad del sistema bancario y su extensión al resto de la economía. Todo esto ocurre a la sombra que todavía se extiende de la crisis financiera de 2008, sobre todo a la severa reducción de las tasas durante un largo periodo y el reciente ciclo de alzas.
El asunto planteado por Carstens es claramente significativo. Los procesos conjuntos de inflación e inestabilidad financiera son muy perniciosos. La fragilidad bancaria no se presenta como un proceso evidente en los mercados, los reguladores tienden a retrasarse en advertir la evolución de la fragilidad de los bancos. Entretanto el endeudamiento está creciendo y eleva el riesgo de la inestabilidad.