odos los estados tienen sus mitos fundacionales, asideros con los cuales explicarse a sí mismos y a los demás. El español, por ejemplo, cimienta su pretendida grandeza en la reconquista, una cuestionable gesta militar que eleva a categoría épica un proceso de expulsión de musulmanes que se alargó durante casi ocho siglos y que, en todo el sur, tuvo más de ensayo colonial que de reconquista real. El sistema colonial español que luego se aplicaría en América tuvo su laboratorio de ensayo en Andalucía. La reconquista es, además, una entelequia de dimensión cósmica, dado que llamar españoles a los habitantes de la península ibérica del siglo VIII viene a ser algo parecido a llamar italiano al emperador romano Julio César.
Pero la veracidad de un mito fundacional es lo de menos. Lo que importa es su utilidad y su capacidad inspiradora. Claro que, dependiendo del mito, inspirará unas cosas u otras. En el caso español, poco bueno.
A Santiago Abascal, líder de la extrema derecha española, le encanta el mito y no pierde oportunidad de disfrazarse de guerrero medieval. Hace cuatro años, inició la campaña electoral de su partido, Vox, en Covadonga, pequeña cueva asturiana donde la historiografía oficial española sitúa el inicio de la pretendida Reconquista. Hace un mes, celebró la entrada en las instituciones del País Vasco –de donde él es originario– como la primera piedra de una reconquista
.
Para reconquistar, hace falta un territorio perdido y un enemigo usurpador. El segundo es fácil de establecer en este caso: lo han llamado genéricamente sanchismo, otra entelequia que sitúa al actual presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, como poco menos que un bolchevique del siglo XXI, entregado al feminismo y traidor a la patria por pactar con vascos y catalanes. Que una parte importante de la sociedad española vea casi revolucionarias medidas que hace tres décadas eran políticas socialdemócratas discretas da cuenta del retroceso habido.
El de Sánchez ha sido un gobierno con luces y sombras, que ha tenido algunos avances sociales y ha tomado algunas medidas –francamente mejorables– para paliar el golpe de la inflación y el encarecimiento de la vida. Más que por iniciativa propia, lo ha hecho empujado por Podemos y sus socios vascos y catalanes. No ha sido, desde luego, un Ejecutivo revolucionario.
Esta demonización del supuesto sanchismo
no es coto exclusivo de Vox. Es también el marco de Alberto Núñez Feijóo, el candidato del PP, la derecha tradicional –ya muy escorada en el caso español–, que parte como favorita para las elecciones del 23 de julio. A diferencia de los conservadores alemanes, que mantienen un cordón sanitario contra la extrema derecha, el PP no tiene problema en pactar con los más ultras. A fin de cuentas, son criaturas nacidas de sus propias entrañas.
En este sentido, el acuerdo de gobernabilidad suscrito por ambas partes en la Comunidad Valenciana, replicado ya en Extremadura y Baleares, es el mapa que cabe seguir para anticipar el camino que seguirá España en caso de quedar en manos de la derecha. Ese acuerdo contiene las coordenadas de la reconquista, dibuja el territorio que Vox y PP creen que han de recuperar. Enlaza, además, con una corriente más general que ha puesto en pie de guerra a quienes han visto peligrar algún privilegio ante el auge de diferentes movimientos que reclaman la igualdad en diferentes ámbitos –del feminismo a la lucha contra el racismo, pasando por el activismo medioambiental–. La idea de la reconquista encaja como anillo al dedo con esta tendencia.
Una de las primeras medidas específicas anunciadas en el acuerdo valenciano es la derogación de las iniciativas que buscan recuperar la memoria histórica de la Guerra del 36 y la represión franquista. En el bloque económico, anuncian la eliminación de los impuestos de sucesiones y donaciones, así como el de patrimonio y otras tasas fiscales que buscan gravar a las rentas más altas. En el capítulo medioambiental, promoverán los trasvases y la ampliación de regadíos, en una comunidad gravemente afectada por la sequía y la desertización. También anuncian la construcción de nuevas viviendas y grandes infraestructuras, en un territorio que fue uno de los grandes puntos calientes de la burbuja inmobiliaria que pinchó con la crisis de 2008.
En la educación, acabarán con el impulso al catalán, lengua propia del territorio, y anuncian un esfuerzo extra para sacar la ideología de las aulas
, expresión con la que la derecha suele referirse tanto a cuestiones de memoria histórica como de sexualidad o feminismo. La terminología también delata la influencia de Vox, ya que se deja de hablar de violencia machista o de género, para hablar de violencia intrafamiliar
. La mano dura con la inmigración es otra de las señas de identidad del acuerdo.
Revisionismo histórico, negacionismo climático, impulso al patriarcado, mano dura con los más débiles y fiscalidad a medida de las rentas más altas, con el consiguiente debilitamiento del estado de bienestar. Estas son las coordenadas de la reconquista.