scribe Beñat Zaldua en su último artículo, citando a Michael D. Higgins, presidente de Irlanda, que hemos llegado a una coyuntura sumamente crítica en la que se ha demostrado que los modelos dominantes de crecimiento económico dañan la cohesión social, la vida democrática y el futuro de la vida misma en nuestro frágil y vulnerable planeta
. Zaldua se pregunta, además, si se está fraguando un nuevo sentido en favor de la igualdad y el mantenimiento de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta
, y concluye que no hay tal. Además, recoge una tesis de Frédéric Lordon según la cual, el fin de un modelo económico basado en el crecimiento continuo implica, a la fuerza, una reconversión drástica del mercado de trabajo
. Y lleva razón al concluir que sea cual sea la fórmula elegida, es difícil que la solución no pase por poner límites a las ganancias y redistribuir la riqueza ya existente
(https://www.jornada.com.mx/2023/05/06).
El modelo de producción y de consumo en el que ha vivido el planeta es depredador al extremo, pero es el corazón del capitalismo desde mediados del siglo pasado. El impacto negativo de ese modelo es puesto sobre la mesa cada vez con frecuencia mayor, como ocurre con la devastación del planeta, la desigualdad social, y con una democracia satisfecha sólo con cumplir el ritual electoral.
La renta o ingreso básico universal es una apuesta incompleta, si no va acompañada de una propuesta para crear y mantener una base productiva coherente con las necesidades que esa renta va a satisfacer. Esa base productiva no puede crearla el mercado
, es decir, los empresarios capitalistas. Tiene que ser planeada y ejecutada por el Estado porque el criterio de la decisión no puede ser el beneficio capitalista. El tamaño de esa base productiva requiere una decisión sobre el nivel y amplitud de las necesidades que van a ser satisfechas, considerando el tamaño de la población que será así atendida.
El tamaño de esa base productiva informa sobre la magnitud de las inversiones que serían indispensables. Por tanto, debe ser decidido el origen de los recursos que financiarían las inversiones. No pueden ser otros que los recursos fiscales, lo cual seguramente apuntará a la necesidad de una reforma fiscal que, justamente, limite seriamente las ganancias del capital.
En el otro extremo es preciso que la población beneficiaria obtenga, en la forma de salarios y/o renta básica, el ingreso necesario que le permita adquirir los bienes resultantes de esa nueva base productiva. Y aún quedan decisiones: para atender al cambio climático es necesario decidir sobre unas tecnologías productivas, unas comunicaciones y un patrón de consumo, que no atenten contra la naturaleza. En esta decisión quedarían planeada la nueva ubicación de la fuerza de trabajo.
Esta consideración esquemática revela que el triángulo de Higgins es uno que abarca al conjunto del sistema capitalista. Como ciertamente no se está fraguando un nuevo sentido en favor de la igualdad y el mantenimiento de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta
, parece que la fuerza política capaz de provocar tan tremendos cambios es una que provendría de la gran mayoría de la sociedad: una gran transformación por el flanco izquierdo. Una gran mayoría en el caso de Europa. En el caso de México, quizá no fuera suficiente debido a los fortísimos lazos de dependencia que nos atan al imperio gringo. El triángulo de Higgins tiene la virtud de poner rápidamente al descubierto algunas de las complejas relaciones sustantivas del sistema capitalista, así como apuntar los planes necesarios.
Por algo hay que empezar. Como toda acción, exige recursos. Hay que obtenerlos abatiendo la desigualdad de ingresos y de riqueza. Lo primero exige una reforma fiscal digna de tal nombre en la progresividad del impuesto sobre la renta en las ganancias empresariales, pero sería hora de diferenciar las ganancias, haciendo que paguen más los bancos que las empresas productivas. Organizar la producción de bienes materiales abarca un conjunto amplio de arduas actividades para transformar materias primas en productos acabados. Los bancos reducen su acción a te presto dos y me regresas cuatro. Los bancos deben ser puestos en una vía que al fin los convierta en servicio público.
La riqueza es resultado de un proceso de acumulación. Los capitalistas se dedican a obtener ganancias, una parte de las cuales se convierten en consumo personal, pero la mayor parte la acumulan, aumentando así su riqueza, año tras año. La riqueza crece y se hereda. Los herederos empiezan su vida ventajosamente, a partir de una base de riqueza superior a la que un día tuvieron los padres, en una cadena sin fin. El resultado no puede ser otro que una desigualdad de riqueza cada vez mayor. Este tren debe pararse: un impuesto progresivo a las herencias. Por esta vía las empresas pueden volverse de capital público/privado. Bienes públicos para producir más y mejores bienes públicos, cuidando que esta producción no destruya al planeta.