l domingo 26 de marzo Lula da Silva, un nutrido grupo de ministros y 88 empresarios, muchos de ellos firmes seguidores del ultraderechista ex mandatario Jair Bolsonaro, volarán a China.
El viaje será largo, la permanencia no tanto: son unas 22 horas cruzando aires para una estancia de cinco días en ese territorio.
Además de aspectos políticos, de las relaciones entre ambos países –Lula se insinúa, de manera aún contenida, como candidato a interlocutor para el conflicto entre Rusia y Ucrania, por ejemplo–, el viaje girará alrededor del eje comercial.
China es, desde hace ya una década, el principal socio brasileño en el mundo, superando el tradicional liderazgo ejercido (o impuesto) por Washington durante larguísimo tiempo.
Es el principal importador de soya brasileña, y también compra mucho mineral de hierro y petróleo.
En 2020, por ejemplo, recibió casi 35 por ciento de todo lo que Brasil exportó al mundo.
Desde que asumió por tercera vez la presidencia, el pasado primero de enero, Lula da Silva voló a Argentina, Uruguay y Estados Unidos. En cada viaje se reunió no sólo con los mandatarios locales, sino también con políticos y empresarios.
En Montevideo, durante la asamblea anual de Celac (Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Caribeños) realizada en enero, sostuvo encuentros con el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel; con el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y con el director general de la FAO (Organización de Naciones Unidas para Alimentación y Agricultura), Qu Dongyu. De paso, se reunió con la primera ministra de Barbados, Mia Motley.
Hay más viajes en la agenda del Ejecutivo brasileño.
En abril, asistirá a Portugal. A partir de mayo, la misma África ignorada por Bolsonaro (la fecha y los países que serán visitados se negocian intensamente, pero todo sigue indefinido).
En septiembre, India y Nueva York, para la Asamblea General de la ONU, escenario de actitudes ridículas de su antecesor, el desequilibrado y mentiroso compulsivo Jair Bolsonaro.
La verdad es que tan pronto asumió su tercer mandato, el primer día del año, Lula se vio bajo una robusta avalancha de invitaciones para visitas en varias partes del mundo.
Uno de sus compromisos más sólidos es precisamente recolocar a Brasil en el escenario internacional, buscando el mismo espacio que empezó a ser conquistado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso en sus dos mandatos (1995-2002) y que se consolidó con él.
Desde la deposición de la presidenta Dilma Rousseff a raíz de un golpe institucional, en 2016, ese espacio empezó a menguar hasta desaparecer con Bolsonaro.
La lista de temas pendientes de avance incluye desde la cuestión ambiental y los cambios climáticos, arrollada por el antecesor ultraderechista, hasta el papel de interlocutor importante para dirimir conflictos regionales en América Latina. La compleja situación enfrentada en Argentina por el gobierno de Alberto Fernández, por ejemplo, preocupa no sólo a los diplomáticos en Brasil, sino también a los empresarios.
Otro punto de alta tensión, Nicaragua, es foco de cuidadosos estudios de parte de asesores e interlocutores directos de Lula.
El gobierno brasileño tardó en reaccionar frente a los desmandes cada vez más graves de Daniel Ortega, y cuando lo hizo fue a través del ministerio de Relaciones Exteriores: al contrario de los presidentes de Chile, Colombia y Argentina, Lula no se manifestó directamente.
Como respuesta a las duras críticas que recibió de interlocutores y asesores, Lula contestó, siempre de manera privada, que optó por preservarse porque presiente que llegará la hora en que la situación nicaragüense alcanzará tal gravedad que será necesaria una intervención conjunta de mandatarios de relieve en la región, y que él pretende poner el peso brasileño sin haberse involucrado personalmente en críticas anteriores a Daniel Ortega y su actuación cada vez más criminal.
Sí, sí: internamente, Brasil vive una secuencia de problemas de difícil solución, pero ya volvió al escenario mundial. Algo es algo, y en ese caso, de gran importancia.
No puedo dejar de manifestarme frente a la noticia de que don Carlos Payán cometió la indelicadeza de dejarnos para siempre.
Leo por todas partes más que justas menciones a todos sus grandiosos méritos como periodista y militante no sólo de la política, sino de la vida.
Prefiero recordarlo en nuestros largos encuentros, su cálida amistad.
La verdad es que por esos trucos del destino, hace mucho no tenía contacto directo con él, pero cargaré siempre en lo más profundo de mi memoria su figura primero en Unomásuno, del cual he sido colaborador por largos años, luego en esta Jornada nuestra, y principalmente su figura en la vida.
Fue uno de esos amigos que las distancias y el tiempo no logran alejar.
Te abrazo, querido Payán.
Y hago un brindis a lo que has vivido y al ejemplo que nos dejaste, sus herederos de oficio y de vida.