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Disquero
Bob Dylan, ese gigante
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▲ Bob Dylan durante un concierto con The Grateful Dead.Foto Captura de pantalla tomada de YouTube
Periódico La Jornada
Sábado 28 de enero de 2023, p. a12

Hay más canciones sobre zapatos de las que hay sobre sombreros, pantalones y vestidos juntas, escribe Bob Dylan en su nuevo libro, The Philosophy of Modern Music.

Ironiza, como es su costumbre: “Los zapatos revelan carácter, posición y personalidad. Las madres solían avisar a sus hijos de que los zapatos de un hombre dicen mucho de él. Pobre Carl Perkins, ingresado en un hospital y viendo a Elvis Presley cantar su canción Blue Suede Shoes, en 1956”.

Este es uno de los muchos recursos literarios que esgrime Bob Dylan en su libro, al que regresamos por tercera vez consecutiva y última, aunque el tema todavía da para más, como decían Les Luthiers, porque se trata de un tesoro bibliográfico semejante a una enciclopedia, pero en ameno y divertido.

Se trata de un tratado musicológico pero sin ínfulas, por el puro placer de narrar canciones, comentarlas, compartirlas, recomendarlas. Si alguien sabe de eso, es el premio Nobel de Literatura Robert Zimmerman, conocido por ser un autor de canciones y saber del tema como pocos.

El capítulo dedicado a otro clásico, como es Zapatos de ante azul, que Dylan disecciona sin hablar directamente de la canción sino del tema, los zapatos, es ilustrativo, literalmente, de la ligereza de las cátedras que constituyen los 66 capítulos del libro.

Algo semejante, siempre con variantes sorpresivas, hace con Blue Bayou, de Roy Orbison, de la cual, elige Dylan: Linda Rondstadt hizo una versión espléndida, pero esta siempre será la canción de Roy.

Ahora Dylan se lanza hasta la tercera base: cita una entrada del The Dickson Baseball Dictionary que “incluye el término Linda Rondstadt como sinónimo de bola rápida porque la bola ‘pasó volando’” (it blew by you, que se pronuncia como Blue Bayou, según anota el traductor en Anagrama).

Cuando el locutor Herb Corneal, documenta Dylan, anunciaba un partido de los Minnesota Twins y el bateador del equipo rival fallaba el golpe de una bola rápida, Herb exclamaba regocijado: Gracias, Roy Orbinson.

Otro capítulo delicioso del nuevo libro de Bob Dylan es el dedicado al tema italiano Volare (Nel blu, di pinto di blu), de Domenico Modugno, cuyo mero nombre, sonríe Dylan, ya tiene vida propia musical: do-ménico-moduño.

Esta canción, analiza el dramaturgo Dylan, se proyecta y dispara y sigue su curso, agarra velocidad e impacta contra el sol, rebota en las estrellas, evoca quimeras y se queda a vivir en las nubes. Es una canción fantasiosa y no abandona las alturas.

Ya se lo imaginan, dice Dylan mientras vuela: utopía pintada de azul. Pintura al óleo, maquillaje, cosméticos, frescos con brochazos de azul, y uno canta como un canario.

Disfruta hacer disfrutar Dylan: Andas extasiado y caminando por las nubes, en un espacio infinito. Y bromea respecto de los versos con los que termina un estribillo: Es ejemplo perfecto de cuando no se te ocurre ninguna letra para ponerle a una melodía y te limitas a cantar: oh, oh, oh, oh.

Es más, ya se me antojó cantar a dúo con Dylan. Cantemos todos, cual canarios, como dice Dylan. Y como dijo el filósofo don Miguel de Unamuno: unámonos:

Nel blu, di pinto di blu
Felice di stare lassu
E volavo, volavo, felice piu in alto del
sole
Ed ancora piu su
Mentre il mondo pian piano spariva
lontano, laggiu

Una musica dolce suonava soltanto per me

voooolareee, oh, oh
caaantaaare, oh, oh, oh, oh

Je, je, je. (Eso no dice la canción ni lo dice Dylan, pero es implícito.)

Por algún motivo, reflexiona Dylan, algunas lenguas cantan mejor que otras. Sin duda, el alemán es perfecto para cierto tipo de polka trompetera bañada en cerveza, pero yo me quedo con el italiano y sus sabrosas vocales acarameladas y melodioso léxico polisílabo (vooolaaaree, oh, oh…)

Se divierte a mares Dylan en todos sus capítulos. Cuando habla de la pieza CIA Man, del grupo The Fugs, se solaza en referencias literarias: “Tomaron el nombre de la novela de Norman Mailer, Los desnudos y los muertos. Cuando ésta salió en 1948, las normas de la censura obligaron a Mailer a cambiar la palabra fuck por fug”.

El resto ya se lo imaginarán, deja entre líneas Dylan: si no se llamaran The Fugs, se llamarían The Fucks.

Cuando en su libro Dylan habla de The Grateful Dead, literalmente vemos cómo se quita el sombrero y hace una reverencia antes sus cuates del alma, con quienes incluso grabó un disco, Dylan & The Dead, prácticamente desconocido entre la obra musical, increíblemente vasta e inabarcable de Bob Dylan: Ellos no son lo que imaginarías fuera una banda de rock. Forman, esencialmente, una banda de música para bailar. Tienen más en común con Artie Shaw y el bebop que con los Byrds o los Stones. Los bailarines derviches horadando círculos en el piso para horadar el cielo forman parte de la música de los Dead que cualquier otra cosa.

Es uno de los mejores capítulos del libro. Glosa: los Grateful Dead están siempre en armonía con su público, es como un gran ballet flotante a la deriva. Profundiza: los Grateful Dead son “todo eso, más un poeta residente, Robert Hunter, con un amplio abanico de influencias –desde Kerouac hasta Rilke– y empapado de las canciones de Stephen Foster”.

El capítulo 31, Old Violin, dedicado a Johnny Paycheck, autor de esa canción, es fundamental. Inicia, se desarrolla y eleva espiral de reflexiones acerca de un concepto que pocos comprenden: el folk.

Para mí, y para muchos conocedores, lo que Bob Dylan practica es el folk. No el rock, ni el bluegrass, mucho menos el country, ni siguiera el blues. Lo suyo es el folk: un concepto, una idea motora, una manera de mirar la vida.

Luego de analizar amenamente el folk, Bob Dylan se rinde ante los pies de su admirado Johnny Paycheck (tanto, que en una página de ese libro incluye una fotografía de Albert Einstein tocando el violín) y elige, como hace en todo el libro, su pasaje favorito de la canción Old Violin:

“Hay una versión en vivo de una velada: Johnny aparece sentado y la barriga le obliga a sostener la guitarra de manera inusual, bajo sus rodillas. No establece contacto visual con nadie de los que le rodean (misma costumbre de Dylan en sus conciertos), se limita a contemplar la nada, mientras canta con una voz bruñida como la madera de… sí, un violín viejo”.

También se rinde a los pies de otro de sus héroes: Warren Zevon, cuando analiza la bella pieza Dirty Life and Times: “Esta canción es de una belleza que marea. Esta es una canción temeraria. Esta grabación es fantástica, aunque no es el Warren más conocido de Werewolves of London y de temas como Poor poor Pitiful Me. Es otra voz, pero igual de auténtica. Escuchen las armonías vocales de este disco. Suenan como si las estuvieras grabando en la cocina, sin ensayar, y tan funky como de costumbre. Es una interpretación brutal, lo que incluye a todos los que tocan en ella. No hay una nota fuera de lugar, del guitarrista al bajista. En esta canción el contenido es lo que cuenta y éste se expresa de la manera más certera”.

En esta canción, celebra Dylan, el maestro Devon, despojado hasta los huesos, su talento se te abalanza encima como serpientes que salen disparadas de una caja sorpresa.

Remata Dylan: Porque ser escritor no se elige. Es algo que uno hace y a veces alguien va y se da cuenta. Warren fue un escritor hasta el final.

El capítulo 54 lo despacha Dylan en un solo párrafo:

Long Tall Sally medía tres metros y medio. Y se remontaba a los tiempos bíblicos de Samaria, la era de la tribu de los nefilim. Gigantes que vivían antes del desastre del diluvio. Se pueden ver fotos de los cráneos de esos gigantes y esa clase de cosas. Había individuos altos como una casa de dos plantas. En Egipto e Irak han exhumado huesos de esos colosos. Y ella estaba hecha para la velocidad, podía correr como ciervo. Y el tío John era su homólogo gigante. Little Richard es un gigante de otro tipo, pero para que nadie se asuste, él se llama a sí mismo ‘pequeño’ (little). Así no se espanta nadie”.

Vamos, no se asusten, lean el nuevo libro del gigante Robert Zimmerman quien, para que nadie se espante, se llama a sí mismo Bob.

Bob Dylan.

Porque, ya lo dijo Werner Herzog: también los enanos empezaron desde pequeños. Y ahora son gigantes.

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