De letras (lyrics) y poesía
inguna letra de canción tiene la obligación, faltaba más, de ser poema, pero si bien ajustada, mejor dicho, si una con la melodía, tenderá, considero, a serlo.
No a serlo de manera evidente, y mucho menos de modo preponderante (si, por así decirlo, avasalla a la melodía, es con ésta descortés, por lucidora aquélla, se manifestará, yo digo, problemática, mala –perdonarán la expresión– amiga, o compañía). Algunas letras de Pérez Prado, por ejemplo la del mambo Lupita –y sí, ni modo, acepto, es un extremo, dado que más recitada que entonada, aunque esto último de alguna y sana manera también–, ilustran lo antes dicho (no por no ser la citada propiamente melódica, sino marcadamente rítmica, deja de ser entonada).
Aunque hay muchas que ilustran mejor el aserto, entre éstas muchos romances (el de Román Castillo, qué duda cabe, o el de El enamorado y la muerte) y corridos, entre éstos el también conocido como bola suriana sobre La muerte de Emiliano Zapata, de Armando Liszt Arzubide y Graciela Amador.
Otras hay, si bien no de apariencia lírica, que cumplen a cabalidad su cometido, como (y espero no quedar excomulgado por la afirmación) La mesera, que qué bien canta su cuento, o Cerró sus ojitos Cleto, de ya sabemos quién, cuya comicidad no la excluye de la lista. El notorio y no siempre notable esfuerzo de algunos cantautores –término escasamente eufónico y no sabría decir si generosa o abusivamente frecuentado– por alcanzar a satisfacción cierta calidad poética, se agradece, mas en ocasiones suele dejar la impresión de que no era del todo necesario.
Por otra parte, poemas como el que cantado titúlase Te quiero, de Mario Benedetti (y no es del uruguayo el único), tuvieron la fortuna de convertirse, si es que no ya lo eran desde el principio, de devenir canciones, letras; buenas, por lo demás, cantábiles. Hablo desde la intuición, permeada, cierto es, por la experiencia, y concluyo indicando que algunos poemas cantados mejoran, y que otros, recortados en pro del acotado tiempo de la canción, no menos. Creo recordar (hay, claro, más) dos: Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo, y La poesía es un arma cargada de futuro, de Gabriel Celaya, ambos musicalizados por Paco Ibáñez, quien –digámoslo así, y por hoy, sin olvidar a colegas suyos como Joan Manuel Serrat y Víctor Jara, despidámonos– con noble fortuna ha dignamente difundido textos líricos tanto contemporáneos como clásicos.