No soy pintor propiamente taurino sino un aficionado a la tauromaquia, afirma Alfonso López Monreal
na talentosa amiga, generosa o perversa, después me quedó la duda, tuvo la gentileza de invitarme a la casa-estudio-aquelarre de un pintor y grabador excepcional
, como acertadamente lo definió. Y entre cuadros y caballitos algo pudimos platicar en aquella estancia con calor de (a)hogar.
Nacido en el barrio del Indio Triste de la capital zacatecana, en el número 7 de la calle Juan de Tolosa, el artista plástico Alfonso López Monreal (sin parentesco con los políticos del mismo apellido
, aclara) comenzó a nutrir su vocación de pintor desde muy temprana edad. Una madura obra caracterizada por la originalidad de sus grabados y pinturas así lo confirma.
Debajo de la casa, recuerda, había una zapatería con botas para mineros, propiedad de mi abuelo y mi padre, hasta que éstas se empezaron a importar de Estados Unidos. En el patio trasero un grupo ensayaba esgrima para las Morismas de Bracho y se montaban peleas de box entre zapateros y de otros oficios. Había también un taller de carpintería y además mi abuelo vendía moldes de barro para hacer figuras de chocolate. Me encantaba ver los catálogos de esos moldes y reproducirlos. En Sombrerete tenía un tío pintor y muy buen dibujante, sus hermanos eran músicos y manejaban un abarrote que se llamaba El Rayo. Otro de ellos era aficionado práctico e incluso alternó con Silverio en un festival. La bohemia y las pláticas taurinas me rodearon desde niño. La maestra de primaria de mi madre fue el gran amor de José Clemente Orozco y cuando éste decidió venir por ella le dio varicela y ya no quiso volver a verlo. Una tragedia griega.
Añade que a los ocho años de edad ingresó al Instituto Zacatecano de Bellas Artes y el inolvidable olor del aguarrás y de las pinturas le impidió dejar esa actividad, que ayudaba a sus compañeros mayores en sus trabajos en los murales y que desde niño su maestro Antonio Pintor le permitía estar cuando pintaba desnudos que él también dibujaba. Que se fue a Guanajuato dizque a estudiar arquitectura, y algo le sirvió para su pintura, luego partió a San Francisco y a San José, en California, y de ahí a París, donde José Luis Cuevas lo ayudó a entrar a un taller en el que colaboró con maestros experimentados. Siguió a Barcelona, donde abrió un taller con Albert Reig y Albert Rivas y les fue muy bien. Asimismo, en el centro de arte y diseño Ecola Massana daba clases de grabado con artistas y artesanos. Conoció a una bella irlandesa que fue la madre de sus tres hijos. La invitó a México y en su ciudad natal le encargaron el arranque del Museo Pedro Coronel, a quien ya conocía. Regresó a Irlanda a que naciera su primogénito. Se inscribió en el Taller de Gráfica de Belfast y luego en el de Dublín, alternando su trabajo en ambas capitales. En contraste con el grueso de los artistas plásticos, Poncho, como lo llaman sus incontables amigos, con frecuencia aborda en su obra el hoy prejuzgado y mal entendido tema de la tauromaquia.
Mi afición a los toros viene desde la infancia, cuando mis padres me llevaban a la antigua plaza de San Pedro, convertida hace años en hotel de lujo. Posteriormente vino mi autoformación como taurófilo. El arte taurino simplemente es, no está a discusión si gusta o no. Ahora, no soy un pintor propiamente taurino sino un pintor aficionado a la tauromaquia, a la que amo y admiro, pero en general no creo en un arte al servicio de un tema en particular, en un arte ancilar, como lo definía Alfonso Reyes. Pinto aquello que me inspira, independientemente del tema. En todo caso, mi tauromaquia es autobiográfica, y desde luego no agota el resto de mis experiencias.
(Continuará).