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Macron: prioridades neoliberales
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ntre 1.2 (según el Ministerio del Interior) y 2 millones de personas (de acuerdo con la Confederación General del Trabajo) salieron el jueves pasado a marchar en decenas de ciudades de Francia contra el proyecto del presidente Emmanuel Macron para retrasar de los 62 a los 64 años la edad de jubilación y adelantar a 2027 la exigencia de cotizar 43 años para cobrar una pensión completa. Incluso con esta reforma que formó parte de la plataforma de relección del mandatario el año pasado, Francia seguiría por detrás de la mayor parte de Europa en postergar la edad de retiro, pero el tema resulta muy delicado en una sociedad que tiene en gran aprecio y siente un especial orgullo por su sistema previsional.

El pulso entre el gobierno francés y los trabajadores organizados que defienden sus derechos adquiridos no es una cuestión meramente técnica, como pretende el neoliberal ortodoxo Macron. Es cierto que el incremento sostenido de la esperanza de vida plantea presiones extraordinarias sobre fondos de pensiones y presupuestos públicos, ya que hoy día muchas personas pasan tanto o más tiempo fuera de la población económicamente activa que dentro de ella; es decir, aportan al sistema pensionario por menos tiempo del que se benefician de él, creando así un dese-quilibrio financiero. También es un hecho que el envejecimiento demográfico genera nuevos gastos de salud y cuidados que, en las naciones desarrolladas, son absorbidos en buena parte por el Estado.

Sin embargo, quienes desde hace décadas pugnan por trasladar a los trabajadores todo el costo de estas transformaciones omiten importantes datos de contexto. Por ejemplo, en las propuestas para elevar la edad de jubilación rara vez se menciona la discriminación de las empresas contra los solicitantes de empleo mayores de 40 años, y la casi imposibilidad de acceder a un puesto formal cuando se han rebasado los 60. Lo anterior significa que extender la vida laboral no es una mera decisión personal de los trabajadores, sino un problema estructural que puede dejar a millones de personas sin un retiro digno porque los empleadores les niegan la oportunidad de completar los años cotizados. Asimismo, se oculta que el financiamiento para las pensiones es un asunto de prioridades, como dejó claro el propio Macron: un día después de las multitudinarias protestas en repudio a su proyecto, el presidente anunció que el presupuesto militar para 2024-2030 será una tercera parte mayor de lo programado, con un incremento de 60 por ciento en la partida para inteligencia, y un reforzamiento de los sistemas de disuasión nuclear, las cibercapacidades o los equipos en varias zonas del mundo. El Elíseo parece decir a los ciudadanos que millones de trabajadores deberán sacrificarse para que las élites prosigan con sus afanes imperialistas y su costoso alineamiento a la agenda geopolítica de Washington.

Ante todo, la propaganda neoliberal calla que la crisis de las pensiones se da en un contexto de continuos recortes impositivos a los sectores más acaudalados, los cuales han tenido el doble efecto de crear una concentración sin precedente de la riqueza y de vaciar las arcas públicas, con el consiguiente estrangulamiento del gasto social. Este mes, la organización global Oxfam denunció que la benevolencia fiscal con los dueños de grandes capitales, aunada a otros mecanismos de distribución de la riqueza hacia arriba, permitió a las 2 mil 655 personas con fortunas superiores a mil millones de dólares ganar 2 mil 700 millones de dólares (51 mil 300 millones de pesos) al día durante la pandemia. En el mismo periodo, el uno por ciento más rico de la población mundial se apropió de 63 por ciento de la nueva riqueza generada, y los márgenes de ganancia de las empresas aumentaron 60 por ciento, mientras los salarios vieron un incremento de apenas 4 por ciento.

En este contexto, está claro que, antes de disminuir las prestaciones de los asalariados, debe atajarse la colosal desigualdad y revisar a fondo un modelo económico nocivo para nueve décimas partes de la humanidad, así como intrínsecamente hostil al tejido social y al medio ambiente.