engo en muy alto aprecio mi amistad con José Woldenberg, de aquí en adelante Pepe
, como le llamamos muchos de sus amigos. La valoro y la cultivo porque pienso que gracias a ello lo que tenemos él y sus amigos es una empatía, que diría Adam Smith, superior a la simple y cotidiana relación que nos acerca y aleja a todos sin remedio.
Conozco su trayectoria y junto con muchos me siento orgulloso de lo que ha hecho. Desde sus incursiones sensatas y valientes en el sindicalismo universitario hasta las esperanzadoras jornadas destinadas a ampliar las avenidas de nuestra democracia que, como sistema plural y abierto, apenas emergía.
En los años 70, aparte de su abierto compromiso con el sindicalismo universitario, que veíamos como eficiente ruta para recomponer nuestra comunidad y defenderla de los embates desatados por el presidente Díaz Ordaz, marchó con orgullo al lado de don Rafael Galván y los electricistas de la Tendencia Democrática para darle al reclamo social que irrumpía una dimensión más amplia y ambiciosa que, junto con Galván, varios insistimos en llamar una visión nacional y de rescate del Estado revolucionario sofocado por sus burocracias y distorsiones.
En el Partido Socialista Unificado de México, que contribuimos a construir al calor de la candidatura presidencial de Arnoldo Martínez Verdugo, Pepe fue un destacado dirigente y voluntarioso secretario de prensa y comunicación social. Nos tocó vivir y sufrir el absurdo, pero criminal secuestro de Arnoldo, del que no pocos de sus correligionarios parecieron mejor olvidarse, como una anécdota más de la historia de su partido, el Partido Comunista Mexicano. Pepe estuvo ahí, en las angustiosas reuniones de la Comisión Política del PSUM, en los varios encuentros con los funcionarios gubernamentales responsables de la atención estatal del secuestro y con nosotros, sus compañeros de antaño y de ese momento, que habíamos creado el Movimiento de Acción Popular para participar en la reforma política que apenas despegaba, pero que ya había llevado a Arnaldo Córdova a verla como una revolución política
que, en ese momento, no acabábamos de apreciar.
Pepe experimentó en carne y alma propias las ruindades de la llamada lucha interna y fue al calor de esas mezquindades que fue despojado de lo que merecía sin duda, una candidatura del partido a diputado federal. Luego vino el gran cisma priísta que llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la candidatura presidencial del FDN, con el que Cuauhtémoc y sus compañeros respondieron a la irracionalidad que se había convertido en forma de gobierno.
Pepe, junto con Pablo Pascual y Adolfo Sánchez Rebolledo, formó filas en el PRD hasta que abusos y liviandades de los grupos que se veían y sentían propietarios del partido y del proyecto de democracia que muchos cultivábamos, lo llevaron a dejarlo. Siempre en y por la izquierda.
Formamos entonces el Instituto de Es-tudios para la Transición Democrática (IETD), del que Pepe fue su primer presidente. Desde ahí queríamos dar cauce al descontento, pero, sobre todo, a la confusión y falta de visión que acompañaban ese enorme vuelco popular y político que demostró la urgencia de procesar un cambio político congruente con nuestros afanes y principios, pero también y sobre todo con lo que reclamaba una sociedad afectada por las crisis económicas y los descuidos y abusos del Estado en sus compromisos constitucionales.
La de Pepe fue una conducción memorable del IETD que aterrizó en su designación como consejero ciudadano en el primer IFE plural y autónomo del gobierno. Luego, fue llevado a la presidencia del flamante instituto donde tuvo un desempeño ejemplar que ha merecido el reconocimiento de propios y extraños.
Al terminar su gestión en el IFE, Pepe hizo honor a sus principios y convicciones y se reincorporó a las aulas de su facultad, la de Ciencias Políticas de la UNAM, donde hoy se desempeña como profesor investigador de tiempo completo en la máxima categoría del Estatuto y a cargo de clases y seminarios que son un privilegio para los jóvenes que se inscriben en ellos.
Su obra periodística y ensayística es vasta y conocida y reconocida; en una mezcla de sociología política electoral que recoge su valiosa trayectoria de servidor público y pensador riguroso de la política, la democracia y la sociedad.
Es por esto y mucho más, que no puedo sino lamentar que haya sido en las páginas de La Jornada, mi periódico que lleva su nombre gracias a una propuesta nada menos que de Pepe, cuando deliberábamos sobre el nombre del futuro diario, que un pobre diablo, ahora coreado por vetustos seguidores, haya querido, sin éxito, infamar y difamar a Pepe y su trayectoria.
Qué vergüenza, qué futilidad de quienes en aras de una lealtad irracional han olvidado sus valores y aspiraciones. De todavía cultivarlos, no se hubieran atrevido.