acques Derrida, el filósofo francés, me permite articular el pensamiento freudiano y el quijotesco de acuerdo con sus propuestas. El lenguaje no se limita o circunscribe a un fenómeno físico: conjunto de cadenas sonoras o conjunto parasitario de marcas gráficas, que simplemente se corresponden con el mundo o con unos significados que los hablantes poseen en su interioridad. No hay significado único, son múltiples; es decir, los significantes adquieren significado dependiendo del contexto en que se dan; tiempo, espacio, etcétera.
Derrida irrumpe con La gramatología y La diseminación para denunciar y rechazar el logofonofalocentrismo, heredado de la metafísica tradicional occidental. En la concepción derridiana lo que existe es un texto plural diseminado. Texto o escritura que no se dejan regir por la ley del sentido, del pensamiento y del ser, sino que se despliegan en la heterogeneidad del espacio y el tiempo en un lenguaje múltiple, diseminado, en una serie infinita de nuevos significantes. En la lectura que Derrida hace de Freud nos confirma que nos encontramos ante un discurso deducido de su dispersión.
Una de las principales consignas de la deconstrucción derridiana es denunciar los errores en que se ha cimentado el saber occidental. Éste se produce a partir de la escritura fonética, que la convierte en mera técnica auxiliar de la significación y privilegia la voz como depositaria única del poder del sentido. Logofonofalocentrismo que viene a ser la metafísica de la escritura fonética, que se instaura en la necesidad de una destitución de la escritura gráfica, que llega actualmente a un agotamiento mediante la anunciada muerte del libro y, paradójicamente, anuncia la muerte del habla. Una nueva mutación de la historia de la escritura en la historia como escritura.
La progresiva inversión de la prohibición de la escritura será el positivo balance de la gramatología derridiana como ciencia general de la escritura. Ciencia que ya había sido anunciada por Sigmund Freud.
La propuesta derridiana indica la extensión de un acontecimiento que tematiza la situación presente como etapa final de la época de la metafísica logocéntrica y vislumbra que el lenguaje progresivamente viene a invadir el campo problemático universal y a desdoblar sus límites seculares.
El propósito de la deconstrucción derridiana se perfila siguiendo el hilo conductor de los antecedentes discursivos de Freud, Nietzsche y Heidegger. ¿Así como Miguel Cervantes en su Quijote de la Mancha?
Derrida propone en su lectura de Freud lo que no está presente en el discurso y que, por así decirlo, consiste, paradójicamente, en su efectividad. Propone buscar las a-tesis y la restancia y no la presencia del discurso, su objeto oblicuo intentando así atrapar la escena de la escritura interna en que se mueve Freud, el sistema de los gestos de dicha escritura.
Indudablemente, la escritura de la que trata la gramatología derridiana se refiere a la escritura que trabaja en el juego, en el movimiento de la différence: diferir. No es una estructura ordinaria, corriente, es archiescritura que conecta con el concepto de huella.
(Ver Cueli, José. El Quijote torero, editorial La Jornada.)