De una estrategia brillante y valiente
ntre las estrategias útiles, una de las más famosas es jugar en dos bandas a la vez y, en este caso, si una banda estaría representada por dar acceso a las canastas básicas de comestibles, para cada familia ubicada en el escalón más bajo del consumo (aunque no de la necesidad), la otra banda debería ser la de facilitar el acceso a la tierra y a todos los insumos necesarios para hacerla producir según los deseos y conocimientos de quienes las trabajen y encuentren su subsistencia (y su gusto) en los frutos obtenidos.
En otras palabras: ¿qué impide mezclar (por ahora), ante la carestía de alimentos y el hambre, la solución universal
de la canasta básica con maíz ya procesado en tortillas, frijol, arroz, aceite, latas de atún y de chiles, etcétera
, con una cuidadosa planeación de escrituración de tierras y aguas, el adelanto de insumos agrícolas (sin fertilizantes químicos, por favor) y apoyos en especie y dinero para esperar las primeras cosechas? ¿Esto seguido de acompañamiento para la comercialización de excedentes, pero absteniéndonos disciplinadamente de aconsejar sobre los procesos de producción de una milpa, cuando justamente nosotros (los urbanizados) sobrerrepresentamos los criterios que acabaron con los policultivos y produjeron las hambrunas recurrentes en dos tercios del planeta?
Que alguien me dé una sola razón: ¿por qué habríamos de negarnos a apoyar, facilitar, impulsar, respetar, cooperar con la comercialización y distribución de la sobreproducción de las milpas, primero entre milperos y sus familias y luego, poco a poco, para abastecer el mercado interno de nuestro país y más adelante de nuestro subcontinente, en términos de absoluta igualdad con los otros mercados…? ¿Por qué tendríamos que negar el potencial humano productivo de nuestros campesinos, aún no pervertidos por las prácticas de la modernidad productivista
que sube su tasa de ganancia a costa de la calidad alimenticia de sus mercancías?
Es ahora mismo, hoy (ayer ya era tarde) cuando la estrategia debe consistir en recuperar nuestro campo a través de la fuerza más leal del país: los campesinos, porque para los trabajadores de la tierra, ésta es su origen, su futuro y la certeza de la continuidad de su existencia en un más allá
no aterrador.
Olvidemos la frase que acompañó nuestra juventud guerrera sobre el papel de la clase obrera, porque nos desvió y fracasamos en gran medida. Reivindiquémonos a través de nuestra confianza en la clase campesina, la moldeada con la tierra y el agua, alimentada de sol y planetas, educada entre lazos de lealtad familiar y social, con olores, sabores, texturas, colores infinitos y ternura por la vida, desde su más mínima expresión hasta la que podría representar lo temible en sus pensamientos, pero que sus actos los convierten en el prodigio de la vida y la dignidad de la muerte.
Es tiempo de marcar una estrategia que les haga justicia a ellos, y de paso a nosotros, dándonos un modesto pase a la historia de esta tierra que amamos. Porque es tiempo de marcar nuestra raya en el camino inerte de la autodestrucción de nuestra especie, empezando a aceptar que la civilización y su tecnología
no poseen las estrategias indispensables para salvar lo humano que tantos millones de años costó para autoconstruirse y que sólo una estrategia brillante y valiente puede ir mostrando en su práctica el verdadero camino que, si aún no conocemos, sí sabemos que NO es por el que vamos.