Opinión
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La gran marcha del domingo 13
H

aiga sido como haiga sido la marcha del pasado domingo 13 incita a muchas reflexiones. Fue, es cierto, una eclosión del sector conservador de la Nación mexicana, mas no por ello debe hacerse caso omiso de ella. Me viene a la memoria la dedicatoria que Gastón García Cantú dejó plasmada en su vigente libro El pensamiento de la reacción mexicana: A los conservadores, que también son mexicanos.

La oposición al gobierno mexicano se había caracterizado por inconexa, inconsistente y vana. Salvo pocas excepciones, muy notables y respetables, entre los contrarios al régimen ha predominado un grave soslayo y una notoria estupidez que, más bien, resulta contraproducente.

El pasado 13, a la sombra de la defensa del INE que, sin duda, requiere de algunas modificaciones, los opositores lograron una cohesión que debería considerarse con mucha cautela y seriedad por parte del gobierno y de la izquierda mexicana en general.

El discurso que se profirió en CDMX merece leerse con cuidado, mas no solamente por parte del gobierno, sino también de quienes lo apoyaron a rabiar aun sin haberlo entendido cabalmente, de otro modo habrían tomado en cuenta lo que se dijo en su contra. Es un modo de tantearle el agua a los camotes.

Lo que sí resulta alarmante es que la sociedad mexicana parece estar dividida ya, como la de otros países de América Latina, en dos partes que tienden a ni siquiera pensar en reconciliarse.

Son desiguales si se quiere, pues resulta muy difícil alcanzar el 60 por ciento con que cuenta el presidente a su favor, pero no es despreciable la suma del peso social específico de cada uno de quienes salieron a la calle el día 13 en tantas ciudades del país y, especialmente, en la capital.

Por otro lado, no faltó la patética aparición y expresión de quienes están ya arrumbados políticamente por méritos propios y asomaron sus narices como diciendo: aquí estoy, no me olviden.

Hubo varios que hubieran contribuido mejor a la causa si se hubieran quedado en casa. Los mexicanos conscientes no podemos ver impávidos que, después del daño que hicieron, sigan cacareando el huevo para ver si les cae o les avientan un puño de maíz. Podría hacerse una lista de quienes, curiosamente, fueron feroces rivales entre sí en sus tiempos de gloria. Tal vez valdrá la pena hacerlo después, si gozamos de un poco de calma, pero de momento hay que hacer referencia al ex presidente Vicente Fox Quesada:

Si bien el hombre ganó a la buena la Presidencia de la República, lo mismo que López Obrador, gracias a las circunstancias imperantes y a un sospechoso patrocinio clandestino muy oportuno, su calidad quedó manifiesta en el desempeño de su cargo que, teniendo todo a favor, resultó uno de los peores de la historia.

Además de hacer pedazos el gran prestigio alcanzado por la política exterior mexicana, con él se aceleró sobremanera la regresión y, siendo el presidente que dispuso de más dinero en toda la historia de México, no gracias a él, sino al vertiginoso encarecimiento del petróleo que entonces era totalmente de la nación, derrochó en pingües salarios y numerosos empleos inventados los llamados excedentes petroleros, en vez de utilizarlos en proyectos de infraestructura que promovieran el desarrollo rural y el de las clases marginadas. Entonces fue cuando, con su contubernio, voraces empresas extranjeras coludieron apropiarse de dicha riqueza nacional. En suma: Fox traicionó la ilusión de una ciudadanía que creyó en él, a la cual se le volteó el chirrión por el palito.

Una vez alcanzado el rango de primer payaso de la República, aprovechó la marcha para hacer de las suyas, amenazando con postularse a la Presidencia. ¡Que lo haga! Así se dará cuenta de la enorme impopularidad de que por sus méritos y talento, él y otros deberían dedicarse a no estorbar.