xiste en nuestro país una situación inmoral, que es la gran desigualdad ante la enfermedad y la muerte. Está tan presente que ni siquiera ha provocado una condena social activa y persistente; cambió parcialmente con la pandemia de covid-19, ya que afectó a casi toda la sociedad de manera cercana, aunque diferencial. Todos sufrimos la pandemia, pero su presencia demostró un perfil heterogéneo entre los grupos de personas en función de sus condiciones socioeconómicas. Además, esa enfermedad evidenció que sólo el sistema público estaba en condiciones de atender los centenares de miles de enfermos graves y llevar a cabo una vacunación masiva llegando a los rincones más inaccesibles del territorio nacional.
Estas situaciones nos muestran que estamos frente al reto de fortalecer y mejorar el sistema público sanitario. Aunque la atención privada está creciendo en los intersticios de los sistemas públicos, por su propia lógica de búsqueda de lucro, no puede generar igualdad en una sociedad marcada por la inequidad como la mexicana.
En el ámbito de la salud, para esbozar cómo avanzar hacia una mayor igualdad frente a la enfermedad y la muerte hay que analizar tres vertientes distintas: la prestación de servicios médicos; la educación, promoción y prevención de la salud, y la mejoría general en las condiciones de vida. Esta secuencia debería ser inversa en términos de su impacto sobre las condiciones de salud de la población, pero al razonar e intervenir, generalmente se piensa y actúa al revés. Primero, la atención médica, luego el esfuerzo de promoción y prevención y, al final y periféricamente, las condiciones de vida. Una corriente de promoción de la salud lo ha planteado de esta manera, pero no ha calado suficientemente en la conciencia profesional y social.
Por otra parte, la atención médica y la esfera de educación, promoción y prevención son distintas, lo que con frecuencia se olvida. La política de federalización y gratuidad de los servicios médicos y los medicamentos concierne directamente a la atención médica y está pensada para enfermos, para los que buscan que la ciencia médica los ayude a no sufrir y a recuperar su funcionamiento social normal o lo más normal posible. Son objetivos del OPD IMSS Bienestar, el nuevo organismo público descentralizado, que entrará en funciones próximamente para federalizar los servicios de los estados que lo solicitan. Su modelo de atención, publicado como decreto en el Diario Oficial de la Federación hace unas semanas, contiene un planteamiento sobre la prevención y promoción como componentes determinantes del proceso salud-enfermedad. Incluye el establecimiento de comités de sanidad y la organización de la comunidad para incrementar la influencia sobre la materia y los directamente involucrados.
Sin embargo, hay dos problemas importantes. Uno es que la infraestructura, equipamiento, medicamentos y personal médico están desigualmente distribuidos a lo largo del país y mal financiados desde hace décadas, particularmente las instituciones de seguridad social a pesar de que el IMSS es el pilar más fuerte de sistema público de sanitario. Por otra parte, llevamos en el sector mucho tiempo hablando de la educación la promoción y la prevención de la salud, pero las enfermedades crónico-degenerativas siguen subiendo indeteniblemente en todos los grupos de edad.
No se trata de construir un modelo en alguna oficina de una institución sanitaria o universidad, sino que se requiere tener un modelo para operar los nuevos planteamientos, lo que a su vez se construye desde la práctica. En este aspecto, tiene sentido partir del modelo de IMSS Bienestar, pero sin olvidar que ha construido y madurado desde el espacio rural. Tendría muchas dificultades para desarrollarse en las zonas urbanas, particularmente en las suburbanas. En este contexto haber traído a médicos cubanos para cubrir espacios no aceptados por personal mexicano, es un acierto porque se han educado en la comunidad y con las personas.
Pero, sobre todo, se requiere de un profundo cambio cultural que debería empezar desde todas las escuelas y las de ciencias de salud. Este cambio cultural comienza con resignificar la salud y no verla sólo como la antesala de la enfermedad, sino como condición positiva de andar por la vida
y entender que la medicina tiene un sentido de urgencia para la población y es exigida por ella ante el espectro de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte.