Presentó la cinta Con amor y furia en el Festival Internacional de Cine de Morelia
Domingo 6 de noviembre de 2022, p. 6
La filmografía de Claire Denis tiene más de un cuarto de siglo. Son muchos y variados los temas que atraviesan su obra, así como las épocas y países que habitan su discurso. Sin embargo, a lo largo de su extensa carrera, hay dos elementos que siempre encuentran lugar en sus historias: la opresión del mundo patriarcal y la independencia de los países colonizados.
Entender esto no es complicado si nos asomamos a su historia personal. Nacida en París en el seno de una familia dedicada a la función pública, Denis vivió gran parte de su infancia y juventud en países africanos como Camerún, Senegal, Burkina Faso y Somalia. Su cercanía con las dinámicas de poder y opresión social le brindaron la capacidad de observar la identidad francesa con otra mirada, misma que nutrió sus inquietudes en torno a temas que reflejan la disparidad social desde sus complejidades económicas, de clase y de género por igual.
Su más reciente película Con amor y furia, presentada en el 20 Festival Internacional de Cine de Morelia nos muestra la historia de una mujer casada (Juliette Binoche), que comienza un romance fuera del matrimonio con otro hombre y las dificultades que las tres personas implicadas deben sortear. Sin embargo, lo que en la superficie podría inscribirse como un problema tan cotidiano, desde la mirada de Denis es la oportunidad perfecta para cuestionar una estructura patriarcal en la que la libertad de una mujer está en tela de juicio por creencias cimentadas en la heteronormatividad de un mundo negado a brindarle a las mujeres los mismos derechos que a los hombres.
–Hay temas recurrentes en tu obra, sin embargo en Con amor y furia pareces haberte encontrado una historia que finalmente te permite condensar y explorar más de uno de a la vez. ¿El confinamiento y la pandemia influyeron en eso?
–El confinamiento sí tuvo algo que ver con esta película. Vincent Lindon fue insistente en hacerla porque nunca había trabajado con Juliette Binoche y de repente la pandemia creó situaciones de libertad, de estar separados del mundo y con ganas de trabajar. Además aceleró ciertos procesos. Cuando coescribí el guion, Christine Angot tenía mucho miedo del virus y no salía de casa. Todo lo hicimos por teléfono. Sentíamos la presión de lo desconocido, como muchos otros cineastas.
–Hablas de libertad y tu personaje encuentra en la doble relación un asomo a una atonomía de la que nunca antes gozó. Pareciera que tu cine o el de directoras como Agnes Varda, aunque han explorado la libertad desde la visión de personajes femeninos, hasta hace poco recibieron una atención de la que no gozaban.
–No sé cómo explicarlo pero lo que dices tiene mucho que ver con la educación de mi madre. Jamás he hecho una película de o para mujeres explícitamente. Exploro lo que me interesa y supongo que por eso mi visión femenina termina teniendo relevancia en mi escritura y guiones pero no es algo consciente o intencional. Mencionas a Agnes Varda, quien fue una mujer muy combatiente y cuyo cine expresa una cosmovisión muy particular. Yo también participo en esa combatividad aunque desde otro territorio. Las cosas han cambiado desde que empecé a dedicarme al cine. En ese entonces, las mujeres no podíamos dirigir, solamente nos permitían trabajar en áreas de producción como el montaje y la continuidad, sin embargo a mí me tocó ver ese cambio que nos abrió oportunidades en la dirección. El freno siempre llegaba a la hora de convencer a los productores. Les daba miedo apoyar películas de mujeres. Y ni se diga a los bancos, que nunca querían soltarnos el dinero. Tuve mucha suerte de que mi primera película tuviera a Alain y Jean Paul Belmondo como productores. Ellos fueron muy valientes al apoyar una película que se desarrollaba en Camerún.
–Tú creciste en un ambiente colonialista…
–Y no sólo eso, sino que me tocó vivir la independencia y el final de ese colonialismo.
–¿Dirías que eso influye en que la disruptividad de tu cine se sienta como algo natural?
–Tal vez. Porque toma mucho tiempo que un país independizado rompa por completo con sus dinámicas y mecanismos coloniales para encontrar un equilibrio. No es un cambio inmediato ni se percibe continuo. Recuerdo que en mi infancia, durante la independencia de Camerún y Burkina Faso, se sentía un ambiente de júbilo. Pero no era igual en Argelia, por ejemplo, donde la guerra se extendió más tiempo. En mi entorno fue un momento alegre, mis padres eran jóvenes y no crecí en una plantación donde la explotación fuera algo que yo veía todos los días. Fue un momento alegre que me ayudó a entender el mundo de una forma distinta a otras mujeres francesas. Pero no se vivió lo mismo en regiones como África del Sur con el Apartheid. Es difícil que un país colonizado recupere su alma y su esencia.
–¿Crees que de alguna manera existen paralelismos entre la descolonización y los recientes discursos de erradicación de la heteronormatividad? ¿Cómo se reflejan esas experiencias dentro de un ambiente de independencia en tu cine y el discurso feminista?
–La mirada masculina sobre la infidelidad en esta película no es la de la traición. Para los hombres, la deslealtad es un derecho y no se complejiza demasiado. En la cinta, el personaje de Juliette Binoche no es infiel porque crea tener ese derecho. Ella quiere vivir en libertad. Pero su amor está dividido entre dos hombres. Para ella el matrimonio es la base de su vida, sin embargo no lo es todo. Ella no quiere dejar su matrimonio, ni ama menos a su marido, pero sí tiene claro que quiere vivir una experiencia aparte con otro hombre sin lastimar o hacer sufrir a ninguno de los dos. Lo interesante de los personajes masculinos, en particular del esposo de la protagonista, es que su masculinidad no le permite entenderla del todo y entonces se refugia en pretender que la comprende. Pero no es así.
El otro día, al final de una proyección, un hombre joven se acercó y me dijo que le parecía una película muy moderna porque la mujer engaña al hombre y lo pone en su lugar. Pero no estoy de acuerdo con eso. La Ilíada, La Odisea, La guerra de Troya y un montón de historias de la cultura occidental culpan la infidelidad de las mujeres de ser aquello que desata los conflictos y las guerras. Sin embargo, cuando ésta viene del hombre, es algo natural y muy frecuente. El asunto, creo, es que la infidelidad se juzga desde la visión patriarcal, en la que los hombres pueden tener incluso varias concubinas pero no toleran la idea de que el engaño de una mujer puede tener como consecuencia que las mujeres engendren hijos de otra sangre. Para la visión patriarcal ahí radica el gran riesgo. Se juegan el honor.