Cultura
Ver día anteriorDomingo 6 de noviembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿Ya no hay burros en México?
E

n 1942, cuando llegamos a México, mi hermana y yo contábamos los burros que veíamos cuando salíamos al campo. Bertie Sauve, nuestra maestra, y su amiga Mrs Thorton, que tenía coche y chofer, nos llevaban a pasear, y una vez llegamos hasta Tres Marías, lo cual se consideró una proeza. Mientras el coche avanzaba por la carretera, mi hermana y yo íbamos contando los burros en el campo que se extendía tras la ventanilla. Eran muchos; gritábamos con la erre francesa (que luego se nos quitó): ¡un burrito!, ¡dos burritos!, ¡tres burritos! Descubrirlos en el paisaje nos causaba un gusto enorme.

Los burros contaban con todas las simpatías. Muchos campesinos vendían leña a lomo de burro y en los días previos a la Navidad traían musgo, piñas olorosas a bosque y muchísimo heno gris que duraba meses después de la aparición de Santa Clos.

También montamos en burro en Pastejé, la hacienda ganadera de Eduardo Iturbide que proveía toros extraordinarios a la monumental plaza México. Dolores del Río y mi madre, Paula Amor, lo acompañaban en su tendido de sombra, y Mamá me contó que, desde la barrera de sol, un pelado gritó: Oye Dolores, ¿quién es el viejito? A partir de ese domingo, Iturbide no volvió a invitar a Dolores del Río.

En México, ahora ya no veo burros cuando antes los encontraba incluso en calles y avenidas céntricas cargando leña, canastas, costales de carbón, bidones de pulque y hasta ollas de barro. En las calles de Berlín, Liverpool y Dinamarca, en la colonia Roma, en la Juárez, pasaban burreros con su burrita (para ellos era mujer) que entorpecían el tráfico. Muchos burreros de plano subían a sus burros a la acera y los peatones los festejaban. Los burros siempre han provocado la simpatía de niños y ancianos.

En Chapultepec, los burros esperaban a que llegaran los niños. Uno de los paseos domingueros consistía en llevar al niño a montar en burro. Además, mi hermana y yo hicimos el consabido paseo en una carreta jalada por un burro muy mansito. Según recuerdo, también había burros guadalupanos esperando al sol en los alrededores de la basílica para subir a los peregrinos al cerro del Tepeyac. Algunos ancianitos se decidían por montar un burro como la Virgen María, quien se apoyó en San José que no era un burro, sino su marido.

La burroterapia es efectiva. Así como muchos padres llevan a su hijo o hija enfermo con algún tipo de parálisis a albercas a sumergirse en el agua, los suben a montar un caballo mansito o un burro que espera con paciencia. Todos sabemos que los niños establecen una mejor relación con un equino que con un terapeuta desconocido. ¡Cuánta confianza! Un burro llega a ser un médico capaz de dar la mejor de las terapias en sicología, neurología y en todo tipo de limitaciones del alma y del cuerpo.

Es mucho más grave estar tullido del alma que del cuerpo.

¿Dónde están ahora los burros? ¿Por qué no se ven en el campo? ¿Se los comieron los tractores? ¿Por qué no los hemos cuidado? ¿No se bañaba María Félix en leche de burra como hizo la faraona Cleopatra en el año XXIX antes de Cristo? ¿O era Irma Serrano? ¿Qué orejas les pondrán a los niños que no cumplen con su tarea, si ya no hay orejas de burro?

En el liceo Franco Mexicano, en cinquième leímos Platero y yo, paso a pasito, bajo la dirección de madame Alban, la hermana de la guapísima Michelle Alban, quien fue mujer de Salvador Elizondo. Como la mayoría de mis compañeros de clase, lloré con Juan Ramón Jiménez la muerte de Platero. Recuerdo también que Magda (quien nos cuidaba) remataba todos sus cuentos con: ... y el burrito está contento, con su zacatito adentro, porque quería apagar la luz de nuestra recámara e irse a dormir en vez de apapachar a las niñas consentidas a quienes atendía desde el amanecer.

Según la zoología, un burro o un asno es hijo de un asno-hembra con un caballo. (No existe la palabra asna.) Otra vez la burra al trigo es un dicho popular que culpabiliza a la mujer. La yegua no puede dar a luz, sino a un potro, aunque se cruce con un burro. ¿De quiénes son hijos los burros?

La mula es un animal híbrido estéril que resulta del cruce de una yegua y un burro según todos los saberes. Entonces, ¿de dónde salen los burros? Cuando un burro se enamora de una yegua fina, el resultado es una mula. Si cruzamos un caballo con una burra, obtenemos un burdégano, más pequeño que una mula. Un burdégano no tiene orejas muy largas y su cola es similar a la del caballo. Los burdéganos se reproducen menos que las mulas, ya que para una burra es más difícil embarazarse que para una burdégano.

En México, tanto burros como burras y burdéganos han sido muy queridos por su mansedumbre y su resistencia. Muy sociables, muy acomedidos, los burros se adaptan a la familia que los cría y a cualquier cambio climático. En el desierto, los burros hacen agujeros en la arena y descubren agua. Pueden localizarla gracias a su olfato.

A pesar de no ser tan rápidos y fuertes como los caballos, su mantenimiento es mucho menos costoso. En las rancherías, el burro alerta con rebuznos a las familias cuando huele a algún animal depredador.

Los burros son muy longevos y viven de 27 a 40 años. Sus orejas son capaces de percibir sonidos a varios kilómetros de distancia. También su nariz detecta olores a 10 kilómetros a la redonda. Comen de todo, descubren plantas en el campo y ninguna les hace daño, porque su estómago es más resistente que el de un caballo. Aprovechan el agua y cualquier pastito húmedo se les convierte en un Tehuacán. Los burros descubren antes que cualquier hombre o mujer que una enorme variedad de plantas desérticas contiene agua. Conocen los secretos del pasto, la alfalfa y los arbustos. Antes que nosotros descubren una alimentación herbívora alta en fibra.

El licenciado Arnoldo Rodríguez Hernández, académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien documentó el tema de los burros, nos asegura que, así como ya nadie habla de ellos, también ahora están a punto de desaparecer después de habernos servido tanto.