adie en toda Cuba lo sabía. Ni Fidel, ni el Che, ni Raúl, que obviamente estaban al tanto minuto a minuto de todo. Menos aún los miles y miles de cubanos que en las trincheras abiertas por toda la isla vigilaban en tensa alerta, que en las azoteas de las casas y edificios aseguraban las antiaéreas. Tampoco las guardias montadas en fábricas, centrales, escuelas, cooperativas. Nadie en todo ese pueblo dispuesto a luchar e incluso inmolarse defendiendo su independencia, su soberanía, su cubanísima revolución, e incluso al campo socialista, nadie sabía lo que ya había sucedido. La tensión era enorme, el día anterior se había derribado un avión U2 que nuevamente volaba violando el espacio aéreo cubano.
Se enteraron por radio Moscú. Era el 28 de octubre y los traductores no creían que lo que escuchaban podría ser cierto. Los rusos hablaban de la carta de Nikita Kruschov a Kennedy en la cual aceptaba el retiro de los cohetes establecidos en Cuba. Sólo después llegó la carta oficial del mismo Nikita Kruschev a Fidel Castro, donde decía como excusa que la premura de los tiempos no había permitido realizar una consulta. En Cuba se jugaba una batalla decisiva, pero cada jugador tenía razones diferentes: Estados Unidos jugó la partida de no ceder un ápice de su hegemonía en la guerra fría; la URSS jugó finalmente a utilizar a Cuba para negociar la retirada de los cohetes de Turquía, y Cuba se jugaba la vida de la revolución en paz, con dignidad y decidida a no permitir la intervención, amenaza y terrorismo que día a día se cernían sobre el pueblo. Cuba llamó a la movilización general de todo el pueblo y declaró la alarma de combate. Todo el pueblo respondió y consolidó su enorme capacidad de resistencia. Todo el pueblo recordaba con precisión y coraje a las víctimas constantes de los atentados criminales: el estallido del barco La Coubre, las bombas en la tienda El Encanto, en centros de trabajo, en los campos y, sobre todo, en la invasión de Playa Girón.
El día 29 en el periódico Revolución aparecieron publicadas todas las cartas intercambiadas entre Fidel Castro y Nikita Kruschev, en esos críticos días en que se temía una guerra nuclear. El titular lo decía todo: Kruschev ordena retirar los cohetes de Cuba
. No hacía falta más. En todas las calles, parques, paradas de guagua, policlínicos, aulas, talleres, en todas partes el asombro y la indignación se acumulaban. De manera espontánea empezaron a recordar la traición terrible sucedida en la guerra cubano-hispano-estadunidense, cuando los derrotados españoles se sentaron con los interventores estadunidenses de último momento, a firmar los acuerdos de paz en 1898, para apropiarse de Puerto Rico, Filipinas, Guam y convertir a Cuba en un protectorado, cuando los cubanos eran los que habían conquistado con gran heroísmo su independencia. Ahora, sucedía lo mismo, eran los cubanos los que se jugaron la vida dispuestos a obtener respeto y soberanía. Eran los otros los que acordaban. Pronto ese pueblo indignado salió a las calles gritando: ¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!
Los problemas habían empezado casi desde las primeras reuniones y planteamientos. Enviados directamente a Moscú a negociar el Che y Raúl informaron que los soviéticos se negaban a que el acuerdo de instalación de los cohetes defensivos fuera público. Fidel repetía y señalo siempre que sólo un acuerdo militar público firmado entre países soberanos, permitiría evitar que los estadunidenses lo entendieran y usaran como una provocación. Finalmente el propio Fidel relató posteriormente que aceptó confiando en la capacidad estratégica de la URSS desde la Segunda Guerra Mundial. Otros momentos de tensión se sucedieron tras el decreto del cerco naval sobre la isla, los vuelos que violaban el espacio aéreo nacional, las decisiones tenían que ser firmes. Cada vez más audaces y necesarias, como apuntó certero Martí: La práctica de ceder embota la capacidad de osar
.
Para Cuba esta concesión pactada entre las potencias, acordada bajo una promesa verbal de no intervenir en Cuba, no representaba ninguna garantía válida. Como la historia del bloqueo, de los constantes ataques terroristas, atentados e incluso ataques biotecnológicos han comprobado ampliamente. Para todo el pueblo de Cuba era muy claro que sólo se podrían haber aceptado retirar las armas defensivas cuando se cumplieran las cinco condiciones indispensables entre pueblos independientes y soberanos: 1) cese de todas las formas del bloqueo económico; 2) cese de todas las actividades subversivas; 3) cese de los ataques piratas; 4) cese de toda violación aeronaval del territorio cubano, y 5) retirada de la base naval de Guantánamo, ilegítimamente apropiada y mantenida como espacio de provocación en el territorio propio.
En una clara carta dirigida a U Thant, secretario general de la ONU, y a Kruschev, Fidel Castro planteó que Cuba, bajo ningún concepto, permitiría inspecciones sobre su territorio; la dignidad nacional, la soberanía y la sobrevivencia así lo exigían. Desde ese momento la dirección revolucionaria supo que para la defensa de Cuba contaba centralmente con el pueblo unido.