n artículos pasados hemos intentado discutir contra la extendida idea de la fatalidad histórica, que se desprende de las visiones progresivas y eurocéntricas de la historia. Parece que en vano: es tan poderosa, no es tan consustancial la idea de la historia creada para la enseñanza de los niños y la construcción de identidades en los estados y naciones de Occidente, que cualquier alternativa nos suena extravagante y absurda. Como explicó Justo Sierra, la enseñanza de la historia debería hacer patria y formar ciudadanos
. Con ello, el Estado adoptó las líneas narrativas de aquellos historiadores que construyeron narrativas épicas que explicaran la fundación y desarrollo (lineal… o espiral) del Estado o la nación, que moldeara la conciencia de los ciudadanos y regulara su actuación social. Apuntemos de buena vez que las historias desmitificadoras
o contraoficiales
nunca abandonaron las visiones progresivas ni eurocéntricas y que sus narraciones solían, suelen ser mucho peores.
Es muy difícil, pues, tratar de quitarnos la idea de que Mesoamérica estaba en el neolítico y, por tanto, fatalmente tenía que ser conquistada
por los europeos en tránsito del feudalismo al capitalismo. Dejemos, pues, esa fatalidad fatal y pensemos en otra que en el momento en que la presenté en sociedad no hizo tanto ruido.
Hace medio siglo una izquierda militante realizó un notable esfuerzo intelectual para comprender al Estado mexicano. Sus historiadores advirtieron que la mejor forma de lograrlo sería comprender la revolución y desmontar su carácter mítico, de historia de bronce, de ideología al servicio del Estado. Pero en sus interpretaciones, una revolución social dirigida por los campesinos no era posible: la razón última de la derrota de los campesinos fue su incapacidad para construir un proyecto alternativo de nación. Dice Adolfo Gilly que hubo un momento en que la marea campesina llegó a la superficie, y todo fue reivindicación y justicia agrarias, pero los dirigentes campesinos –Villa y Zapata– perdieron el control de los acontecimientos, porque cuando buscaron una expresión política de clase no la encontraron: Ejercer el poder exige un programa. Aplicar un programa demanda una política. Llevar una política requiere un partido. Ninguna de las tres cosas tenían los campesinos, ni podían tenerlas
( La revolución interrumpida). Arnaldo Córdova argumenta que fue la ausencia de una concepción del Estado y de un proyecto político lo que llevó a los campesinos a perder la guerra. No fueron capaces de ofrecer un programa alterno al creado por los constitucionalistas ni de luchar por el poder político, objetivo que, en el fondo, ni siquiera se llegaron a proponer y que cuando lo tuvieron a su alcance no supieron qué hacer con él
( La ideología de la Revolución Mexicana). Esta fatalidad histórica impregna prácticamente toda la historiografía posterior y domina por completo nuestra idea de la guerra civil de 1915: la imposibilidad de los campesinos para ganar la guerra.
A la hora de pasar a la argumentación práctica hay un montón de cuentos que sirven para apuntalar esta idea. Tomemos uno: el jefe militar de los ejércitos campesinos era un peón de campo analfabeto, ayuno de cualquier formación militar y refractario a la modernidad de la guerra. Uno de los ejemplos más importantes de eso es que, cuando estaba lejos de sus consejeros educados, intelectuales, no sabía otra cosa que ordenar cargas de caballería.
Esta idea de las cargas de caballería surge de uno de los telegramas que el general Álvaro Obregón envió a Venustiano Carranza desde Celaya, en abril de 1915, en que dice que el enemigo
ha cargado 40 veces
. Otros libros hablan de hasta 300 cargas de caballería en esas batallas. ¿Realmente fue así?
Cuando estudié en detalle en los archivos militares y las memorias y relatos de los sobrevivientes las campañas de la División del Norte encontré que Pancho Villa condujo varias cabalgatas famosas, que descontrolaban a los federales y los ponían a la defensiva, pero en las batallas regulares que mandó en 1913-14 sólo se registran tres cargas de caballería, lanzadas la primera en Tierra Blanca, luego de dos días de combates de infantería y duelo artillero; la segunda en Gómez Palacio, contra una salida errónea de la caballería irregular huertista, y la tercera y más famosa en Paredón, contra una posición vulnerable y mal escogida. Las fuentes registran sistemáticamente el encadenamiento de las caballadas y el avance a pie y en orden disperso en todos los ataques a posiciones federales alambradas y atrincheradas. Esta táctica ya la empleaba Villa antes de que llegara Felipe Ángeles a Chihuahua, por lo que sería erróneo atribuírsela al artillero.
¿Un año después se le había olvidado? Revisemos cómo se construye un mito y en qué consistieron las cargas villistas de la sangrienta primavera de 1915 dentro de 15 días.